jueves, 30 de abril de 2020

Autopsia. Quinta parte.


VI.

Aquella noche, Elena no durmió, pero no abrumada por la información, sino más bien, furiosa por el atrevimiento de acusar libremente a su madre de adulterio, además, ¿por qué le venía a decir eso ahora? Según Clodomiro, Diana siempre se lo negó, lo que no era para nada de extrañarse, pero él mantenía una duda válida, pues Diana le habría confesado que la relación con su esposo se había enfriado notablemente después del nacimiento de Ignacio, el primogénito, pero aún así, no pasaba de ser sólo una duda. Clodomiro concluyó diciéndole que él no buscaba nada y que sólo deseaba que ella lo supiera, pues, aunque no hubiera forma de probar nada, había una posibilidad real de que Horacio no fuese su padre, lo que no le dijo fue que el espíritu de Oriana se lo había confirmado como el cumplimiento de su pacto con él. Cambiar de padre a estas alturas de su vida, era algo que poco le interesaba a Elena, más la indignaba la acusación del supuesto adulterio de su madre. Echó un vistazo a su lado, Clarita echaba humo durmiendo, era evidente que Gracia no le había dicho nada de su conversación con el hombre del asno. Por la mañana, partió donde el padre Benigno, si había alguien con quien podía hablar de esto, era él, partió sola, aunque no podía evitar que Gracia la siguiera si así lo quería. Lo encontró saliendo de su casa rumbo a la iglesia en compañía de Mateo, pronto sería el debut de éste como sacristán y aún había detalles que afinar, por lo que la muchacha los acompañó. El cura dejó a Mateo pasando un paño sobre las bancas y se sentó en un rincón junto a Elena, “¡Pero ese hombre está completamente loco!” exclamó el sacerdote luego de oír la historia de la muchacha, a la chica, más que un loco, le pareció un embaucador, aunque no estaba segura de qué deseaba conseguir diciéndole tales cosas, “…tal vez sería interesante averiguarlo.” Sugirió la muchacha, como para sí misma, pero al padre no le parecía una buena idea, “Ten cuidado con ese hombre, me parece muy extraño y puede ser peligroso” “Me hago una idea…” Concluyó la muchacha poniéndose de pie para marcharse. Antes de irse, algo muy curioso llamó su atención, vio a Mateo en un rincón de la iglesia que parecía estar agazapado hablando con señas con alguien que no podía ver, el muchacho de repente la miró con una de esas señas congelada en el aire, como si hubiese podido sentir la vista de Elena sobre sí, y Elena no pudo más que medio sonreír y despedirse con la mano. Al salir, había una cosa más que tenía muy pendiente de hacer y aprovechó ese momento para ir.

Úrsula se puso feliz al verla, por fin venía a conocer a su hijo, el doctor Cifuentes estaba también trabajando en su escritorio, al saludarla, éste notó que el olor a romero y flores había desaparecido. Úrsula trajo a David y Elena lo cogió encantada, era mucho más hermoso de lo que jamás se hubiese podido imaginar, de pronto la chica saltó emocionada, “¡Ay! Tengo algo para él” dijo, y le devolvió el niño a su madre al tiempo que le pedía permiso para irrumpir en su cocina, Úrsula accedió a pesar de lo extraño de la petición y de que no entendía nada. Elena le explicó que ella siendo una niña, había vivido allí, que luego de la muerte de su madre la habían enviado con sus abuelos, pero de niña, tenía un escondite que sólo ella y María Cruces, su nana, conocían: un agujero en la base de la pared oculto tras una baldosa suelta, casi imposible de detectar sin conocer su ubicación, dentro, había una vieja caja de metal que alguna vez había pertenecido a una niña, “¡Dios mío! no puedo creer que aún esté aquí…” exclamó Elena tirada en el piso de la cocina, emocionada y luego agregó en tono confidencial, “…aquí está uno de mis más grandes tesoros” Cifuentes también se había acercado a observar, curioso. En el interior de la caja, había un par de viejas imágenes, una llave enmohecida, curiosamente parecida a la de la propia casa del doctor, un par de caramelos caducados hace mucho, un par de pendientes de oro, un collar que perteneció a su madre, cuya piedra principal parecía ser muy valiosa, y una roca común y corriente. De todo lo que había, Elena cogió la roca y se metió la caja bajo el brazo, “Es una piedra mágica…” dijo, como si fuera una niña pequeña, hablándoles a sus amiguitos. Úrsula y su marido intercambiaron una mirada elocuentemente inexpresiva. Elena explicó que se la había traído su padre de uno de sus viajes, “…bueno, tal vez no sea mágica en realidad, pero sí les aseguro que es una piedra muy rara y especial” La piedra, como del tamaño de una patata mediana, tenía una piedra de menor tamaño adherida a ella: eso era todo lo que convertía a esa roca en especial. El doctor las separó con, no poco esfuerzo, pero luego comprobó sorprendido que al menor acercamiento, las rocas se volvían a unir, “Es un buen truco…” admitió, pero eso no era todo. Elena salió al patio y cogió la primera piedra que encontró y comprobó que no se unían con la piedra mágica, “…pero si las dejan cerca, una de la otra, en un par de semanas se habrán unido y ya será difícil de separarlas…” Úrsula intentaba parecer entusiasmada, con poco éxito, pero en el fondo le parecía el colmo que aquella fuera la tercera vez que le hacían un regalo tan inadecuado a su hijo, Elena lo comprendía perfectamente, “Ya sé lo extraño que parece regalarle una roca a un bebé, pero es que, cuando mi padre me la dio a mí, ¡pensé que era un broma! ¿A mi hermano le daba un microscopio y a mí una piedra? Pero luego cuando comprobé lo que era capaz de hacer, ¡Deseaba tener más amigos para mostrárselas! Créeme, le encantará cuando crezca un poco” Úrsula aceptó el regalo, al fin y al cabo, ella y Elena se estaban haciendo muy buenas amigas, y Elena prometió hacerlo mejor la próxima vez que le regalara algo al niño. No era relevante pero sí interesante destacar, que el truco sólo funcionaba con rocas comunes y corrientes, con piedras preciosas como la del collar por ejemplo, no funcionaba.

Cifuentes tenía algo en mente y no quería dejar pasar la oportunidad, con toda sutileza le preguntó por el aroma a romero y flores de aquella vez, con la excusa de que le había agradado para su mujer, Elena rió sorprendida, “¡Es sólo jabón! lo hacemos con grasa de cabra y aceite de oliva y se aromatiza con algunas flores silvestres. La próxima vez les traeré una barra” Prometió.



León Faras.

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