VI.
Aquella
noche, Elena no durmió, pero no abrumada por la información, sino más bien,
furiosa por el atrevimiento de acusar libremente a su madre de adulterio,
además, ¿por qué le venía a decir eso ahora? Según Clodomiro, Diana siempre se
lo negó, lo que no era para nada de extrañarse, pero él mantenía una duda
válida, pues Diana le habría confesado que la relación con su esposo se había
enfriado notablemente después del nacimiento de Ignacio, el primogénito, pero
aún así, no pasaba de ser sólo una duda. Clodomiro concluyó diciéndole que él
no buscaba nada y que sólo deseaba que ella lo supiera, pues, aunque no hubiera
forma de probar nada, había una posibilidad real de que Horacio no fuese su
padre, lo que no le dijo fue que el espíritu de Oriana se lo había confirmado
como el cumplimiento de su pacto con él. Cambiar de padre a estas alturas de su
vida, era algo que poco le interesaba a Elena, más la indignaba la acusación
del supuesto adulterio de su madre. Echó un vistazo a su lado, Clarita echaba
humo durmiendo, era evidente que Gracia no le había dicho nada de su
conversación con el hombre del asno. Por la mañana, partió donde el padre
Benigno, si había alguien con quien podía hablar de esto, era él, partió sola,
aunque no podía evitar que Gracia la siguiera si así lo quería. Lo encontró
saliendo de su casa rumbo a la iglesia en compañía de Mateo, pronto sería el
debut de éste como sacristán y aún había detalles que afinar, por lo que la
muchacha los acompañó. El cura dejó a Mateo pasando un paño sobre las bancas y
se sentó en un rincón junto a Elena, “¡Pero ese hombre está completamente
loco!” exclamó el sacerdote luego de oír la historia de la muchacha, a la
chica, más que un loco, le pareció un embaucador, aunque no estaba segura de
qué deseaba conseguir diciéndole tales cosas, “…tal vez sería interesante
averiguarlo.” Sugirió la muchacha, como para sí misma, pero al padre no le
parecía una buena idea, “Ten cuidado con ese hombre, me
parece muy extraño y puede ser peligroso” “Me hago una idea…” Concluyó la
muchacha poniéndose de pie para marcharse. Antes de irse, algo muy curioso
llamó su atención, vio a Mateo en un rincón de la iglesia que parecía estar
agazapado hablando con señas con alguien que no podía ver, el muchacho de
repente la miró con una de esas señas congelada en el aire, como si hubiese
podido sentir la vista de Elena sobre sí, y Elena no pudo más que medio sonreír
y despedirse con la mano. Al salir, había una cosa más que tenía muy pendiente
de hacer y aprovechó ese momento para ir.
Úrsula
se puso feliz al verla, por fin venía a conocer a su hijo, el doctor Cifuentes
estaba también trabajando en su escritorio, al saludarla, éste notó que el olor
a romero y flores había desaparecido. Úrsula trajo a David y Elena lo cogió
encantada, era mucho más hermoso de lo que jamás se hubiese podido imaginar, de
pronto la chica saltó emocionada, “¡Ay! Tengo algo para él” dijo, y le devolvió
el niño a su madre al tiempo que le pedía permiso para irrumpir en su cocina,
Úrsula accedió a pesar de lo extraño de la petición y de que no entendía nada.
Elena le explicó que ella siendo una niña, había vivido allí, que luego de la
muerte de su madre la habían enviado con sus abuelos, pero de niña, tenía un
escondite que sólo ella y María Cruces, su nana, conocían: un agujero en la
base de la pared oculto tras una baldosa suelta, casi imposible de detectar sin
conocer su ubicación, dentro, había una vieja caja de metal que alguna vez
había pertenecido a una niña, “¡Dios mío! no puedo creer que aún esté aquí…”
exclamó Elena tirada en el piso de la cocina, emocionada y luego agregó en tono
confidencial, “…aquí está uno de mis más grandes tesoros” Cifuentes también se
había acercado a observar, curioso. En el interior de la caja, había un par de
viejas imágenes, una llave enmohecida, curiosamente parecida a la de la propia
casa del doctor, un par de caramelos caducados hace mucho, un par de pendientes
de oro, un collar que perteneció a su madre, cuya piedra principal parecía ser
muy valiosa, y una roca común y corriente. De todo lo que había, Elena cogió la
roca y se metió la caja bajo el brazo, “Es una piedra mágica…” dijo, como si
fuera una niña pequeña, hablándoles a sus amiguitos. Úrsula y su marido
intercambiaron una mirada elocuentemente inexpresiva. Elena explicó que se la
había traído su padre de uno de sus viajes, “…bueno, tal vez no sea mágica en
realidad, pero sí les aseguro que es una piedra muy rara y especial” La piedra,
como del tamaño de una patata mediana, tenía una piedra de menor tamaño
adherida a ella: eso era todo lo que convertía a esa roca en especial. El
doctor las separó con, no poco esfuerzo, pero luego comprobó sorprendido que al
menor acercamiento, las rocas se volvían a unir, “Es un buen truco…” admitió,
pero eso no era todo. Elena salió al patio y cogió la primera piedra que
encontró y comprobó que no se unían con la piedra mágica, “…pero si las dejan
cerca, una de la otra, en un par de semanas se habrán unido y ya será difícil
de separarlas…” Úrsula intentaba parecer entusiasmada, con poco éxito, pero en
el fondo le parecía el colmo que aquella fuera la tercera vez que le hacían un
regalo tan inadecuado a su hijo, Elena lo comprendía perfectamente, “Ya sé lo extraño
que parece regalarle una roca a un bebé, pero es que, cuando mi padre me la dio
a mí, ¡pensé que era un broma! ¿A mi hermano le daba un microscopio y a mí una
piedra? Pero luego cuando comprobé lo que era capaz de hacer, ¡Deseaba tener
más amigos para mostrárselas! Créeme, le encantará cuando crezca un poco”
Úrsula aceptó el regalo, al fin y al cabo, ella y Elena se estaban haciendo muy
buenas amigas, y Elena prometió hacerlo mejor la próxima vez que le regalara
algo al niño. No era relevante pero sí interesante destacar, que el truco sólo
funcionaba con rocas comunes y corrientes, con piedras preciosas como la del
collar por ejemplo, no funcionaba.
Cifuentes
tenía algo en mente y no quería dejar pasar la oportunidad, con toda sutileza
le preguntó por el aroma a romero y flores de aquella vez, con la excusa de que
le había agradado para su mujer, Elena rió sorprendida, “¡Es sólo jabón! lo
hacemos con grasa de cabra y aceite de oliva y se aromatiza con algunas flores
silvestres. La próxima vez les traeré una barra” Prometió.
León Faras.
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