IV.
De
los hijos que Anselmo Burgos tuvo en vida, sólo una heredó su apellido y los
derechos sobre la miserable propiedad que su padre ocupara en vida, hasta la
larga edad de noventa y un años. La oferta que le hicieron a la mujer por la
propiedad, que prácticamente casi ni conoció, pues sólo su madre se ocupó de
ella, le pareció bastante generosa, considerando el deplorable estado de todo y
aun a pesar de la extraña condición que le ponía el comprador: éste lo quería
todo, el terreno, la casa y lo que ésta contenía. Por lo que la hija de Anselmo
sabía, su padre no tenía más que una pila de muebles viejísimos y un montón de
basura esotérica con la que se ganaba la vida, por lo que aceptó el dinero y se
olvidó del tema. De esta manera fue como Clodomiro Almeida volvió a encontrarse
en persona con su antigua amiga a la que nunca pudo olvidar, y la que aún
conservaba algo suyo clavado en su corazón: la Dama, de la que sí se había dado
el trabajo de averiguar en los últimos años, mediante sus habilidades como
investigador y periodista, varios datos sobre ella, como su nombre, el lugar
donde vivió, el lugar donde murió y el porqué. Según lo que supo, Oriana fue
una mujer nacida hacía casi ciento cincuenta años en un pueblo no lejos de la
gran ciudad, que en aquel entonces era poco más que un caserío. Llegó al mundo
marcada por la mala fortuna, no sólo una, sino tres veces, la primera, por
matar a su madre en el proceso, la segunda, por cargar con una rarísima
condición que la hacía blanco de todo tipo de recelos y sospechas, y era sólo que
sus ojos eran de diferente color, una mácula que no podía ser obra de Dios, y
la tercera, por nacer en un pueblo gobernado por un hombre loco llamado Niceto
Aspe, un tipo suave y adulador, aficionado a la tortura y al sufrimiento ajeno
con fines religiosos y evangelizadores. Su historia no era nada original, según
él, su pueblo, su pequeño rebaño, sería el elegido por Dios para heredar la
tierra luego de que el próximo apocalipsis que se avecinaba, acabara con la
humanidad extraviada con un diluvio que ya no sería de agua sino de fuego, y se
le metió en la cabeza que Oriana era una mancha, una marca, una mala señal de
que el Maligno buscaba corromper el inminente éxito de su cruzada. Primero fue
benevolente, condenando a la muchacha a ocultar sus ojos para siempre con una
venda que la convirtió en una inútil que ya no podía trabajar, su padre, su
único familiar, rogó que le permitieran encerrar a la muchacha en su casa donde
nadie la vería nunca para evitar tener que cegarla, pero Niceto dijo que
aquello sólo sería una tentación para el engaño, que debía mostrar ante todos
su lucha contra el Maligno. Lo cierto es que Niceto, como buen patriarca,
deseaba sembrar su semilla en ella también, como lo había hecho antes con otras
varias jovencitas, con fines purificadores, claro. Y así lo hizo. Aunque de
esta violación no había documento oficial que la constase, como sí de la ejecución,
sí estaba registrada en los documentos parroquiales de un cura cercano al
pueblo que recibió la confesión del angustiado padre de Oriana, antes de que éste
decidiese colgarse de un árbol. La chica intentó resistirse, pero Niceto y sus
hombres, la golpearon con palos como una forma brutal de exorcizarla, de manera
que sus frágiles miembros se fracturaron en varias partes, luego procedieron a
violarla sin remordimiento. Cuando terminaron, tuvieron la decencia de ir a
dejarla a su casa para que su padre la atendiera. A pesar de su venda en los
ojos, Oriana supo muy bien quien lo hizo, y hasta pensó en algún momento que
aquel hecho horrible podría mejorar su vida hasta cierto punto, según como Niceto
trataba a las muchachas de las que abusaba con su favor o sin él y al principio
fue así, con algunos obsequios y sutiles favores, hasta que su embarazo se hizo
evidente y la gente comenzó a hablar como una sola horda maligna que la chica
estaba preñada del Diablo, y que era el hijo de éste quien era enviado en
persona para acabar con la fe inquebrantable de ese pueblo. Niceto Aspe quiso
calmar a la población declarando que aún no sabían cuál era el origen de ese
embarazo, pero entonces sobrevino la desafortunada muerte de dos vacas que
aparecieron hinchadas como balones luego de comer algo que no debían y todo el
mundo lo tomó como una advertencia bíblica de lo que se avecinaba si no
actuaban con fe y determinación. Y así lo hicieron. El pueblo se reunió en
secreto para decidir cuándo y dónde iban a quemar a Oriana, y Niceto no tuvo
más remedio que aceptar una decisión que ya estaba tomada de antemano. Ella sólo
oyó el llanto amargo y descontrolado de su padre cuando la cogieron para
llevarla frente al pueblo, cruelmente, no le dijeron nada hasta que le quitaron
la venda, ella se negó a abrir los ojos, temerosa de que aquello fuese una
prueba, pero entonces escuchó la voz de Niceto diciéndole que confiara, que
todo estaba bien, y al abrirlos pudo ver por sí misma la pira preparada para
ella. La chica gritó que esperaba un hijo del patriarca, pero aquella era la
más burda y esperada de las excusas a las que podía recurrir el Maligno para no
ser eliminado, por lo que simplemente nadie le hizo caso, la chica gritó por su
inocencia, que había hecho todo lo que le habían dicho, que no podían quemarla,
que no debían quemarla, pero fue ignorada hasta que comenzó a gritar lo que
todos esperaban oír. Parte de lo que sucedió a continuación, Clodomiro lo
encontró narrado en una carta que escribió una mujer destinada a su hermana,
pero que al parecer nunca envió. La carta decía estar siendo escrita en
tinieblas, a pesar de ser poco más de mediodía. Oriana gritó desde el poste al
que estaba atada, que maldecía a ese pueblo y su gente, que todos se secarían
allí estériles como sus tierras, que su patriarca los arrastraría a todos al
infierno por lo que estaban haciendo y que lo verían llorar y cagarse encima antes
de que la pira se apagara por completo, pues según decía la carta, Oriana había
confesado ante las llamas que ella veía y hablaba con los muchos muertos
inocentes que aún vagaban por el pueblo y que ellos le habían hablado sobre el
destino de Niceto Aspe y de sus seguidores después de su muerte. La narración
en la misiva terminaba hablando sobre un eclipse que ya se prolongaba por más
de un día entero.
Cuando
Clodomiro se encontró con el cadáver de un neonato en la tumba de Diana, durante
las reparaciones del mausoleo, se dio cuenta de que algo muy extraño estaba
sucediendo y de que aquello debía tener algo que ver con él y con su pacto con
la Dama, comprendió que el hijo de Oriana había intentado en primer lugar nacer
a través del cuerpo de Diana, pero no lo había logrado, pues ésta no había sido
sepultada en tierra, sino en piedra y concreto, en ese momento, de súbito,
recordó el diario del doctor Ballesteros donde mencionaba los angustiosos
momentos pasados junto a Isabel Vásquez y luego a Domingo Montenegro, y los
fetos extraídos de ellos, también hijos de Oriana que no lo habían logrado por
diferentes motivos. Entonces Clodomiro tuvo una idea tan clara como una
revelación, Elena había sido la siguiente, ella estaba embarazada de su padre al
momento de ser trasladada al convento.
Llevó
el cuerpo de Oriana hasta su casa para reunirlo con el de su hijo como en una
macabra familia, la familia que él nunca había tenido y allí en una noche de velas,
dibujos en el suelo, mantras en lenguas muertas y hierbas alucinógenas, Clodomiro
supo qué debía hacer.
León Faras.
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