V.
No
se había equivocado, sin lugar a dudas el hijo de Úrsula y del doctor
Cifuentes, era el hijo de Oriana que por fin había nacido, aquello saltaba a la
vista, si sólo verlo era como percibir un milagro, pero ella no era su madre,
sólo había sido el útero y desde luego, él no era su padre. Almeida se fue a
visitar al padre Benigno por la mañana, luego de desayunar en un pequeño local
del centro del pueblo, en el que tuvo la oportunidad de encontrarse con su
antiguo conocido y colaborador, Gustavo Gumurria, siempre dispuesto a dar e
intercambiar información. Según Clodomiro, la visita al cura sólo era de
cortesía, para saludarle como la persona más importante y respetada del pueblo
que era. Lo encontró junto con Guillermina dándole clases de lenguaje a Mateo,
o mejor aún, recibiendo y tratando de descifrar las mímicas y señales que el
muchacho estaba acostumbrado a hacer, algunas eran sencillas y universales,
como comer o poner atención a algo, pero otras eran sumamente complicadas, como
definir un sentimiento o a Dios, “Leí hace años en un periódico, un artículo
donde se hablaba del intento de algunos ilustres hombres por inventar un
lenguaje completamente emitido por señas, todo un reto, padre. Pensé en ese
momento que era mucho más sencillo enseñarles a leer a los sordomudos, pero
luego me di cuenta de que eso era aún más complicado…” comentaba Clodomiro
divertido, con un café suspendido en el aire sin decidirse a subir hasta su
boca. El cura no estaba dispuesto a claudicar tan pronto, pero tampoco era que
sus aspiraciones llegaran a tanto como a un lenguaje completo, “¿Y si hacemos
algunas tarjetas con dibujos, padre? digo, para que nos entendamos con el
muchacho…” propuso Guillermina y Clodomiro la alabó de inmediato “¡Maravillosa
idea!” Guillermina y el muchacho se retiraron y el padre se quedó con Almeida.
Éste comenzó a hablar con tono distraído, como quien se está inventando un tema
para conversar, “¿Y cómo ha estado esta joven, Elena, padre? Me he quedado muy
preocupado con toda la situación que le tocó vivir la última vez, con la muerte
de su padre y el desprecio de su hermano…” Al cura le sorprendió que incluso
recordara el nombre de la chica, y más aún esa preocupación, pero no lo
exteriorizó demasiado, “Pues gracias a Dios ha estado bastante bien, saliendo
adelante por sí sola. Es una mujer muy fuerte…” “Sin duda, sin duda…” afirmó
Almeida con toda la gravedad del mundo, y agregó, “…recuerdo que la muchacha
acabó provocándose un aborto, ¿No, padre? ¡Dios mío! qué situación más dura y
difícil… ¿Qué pasó con esa criatura al final, padre?” El cura nuevamente acabó
sorprendido con la insana curiosidad del investigador, le parecía una pregunta
de lo más rara, así que, sólo por cortesía la respondió pero de manera
superficial, “Bueno, pues lo cierto es que todo aquello fue muy confuso y
traumático, ella misma estuvo a punto de morir… no es algo que haya quedado muy
claro” Clodomiro asentía con exagerada seriedad, “Por Dios, espero que esa
criaturita no haya terminado siendo alimento de las alimañas…” y puso una
fingida cara de horror, al cura también le pareció una imagen atroz. En ese
momento llegó el doctor Cifuentes, quien de inmediato se disculpó por la
interrupción, pero Clodomiro se levantó de un salto, riendo sin necesidad y
asegurando que se le había pasado el tiempo volando y que debía irse, sin
embargo, no perdió la oportunidad de preguntarle al doctor por su hijo a pesar
de que lo había visto apenas el día anterior, luego de eso se despidió con su
saludo de mano, flojo y desagradable como una caricia, de quien no necesitas una,
y se fue, “Es un tipo de lo más extraño…” comentó el doctor, mirando fijamente
la puerta por la que había salido Clodomiro, “Sin duda que no es un hombre
corriente” respondió el cura. El doctor continuó, “¿Se creerá que me ofreció
dinero por los fetos conservados en formol del doctor Ballesteros? ¿Para qué
los querría?” Guillermina al abrir la puerta, se había quedado rezagada
escuchando con la intención de acompañar al doctor adentro, “Yo he escuchado
que se los ofrecen al Diablo para pedirle favores y cosas así…” comentó
comprimida, como esperando la réplica del sacerdote que no tardó en llegar
“¡Guillermina, por Dios!” inesperadamente, el doctor estaba de acuerdo con
ella, diciendo que aquello no era tan descabellado en estos tiempos, para el
cura aquello sonaba a demasiado, sin embargo… “Se ha mostrado muy interesado
también en Elena y el hijo nonato que ella abortó” Dijo el cura, como
sorprendiéndose a sí mismo, “Querrá ofrecerle dinero, igualmente…” Comentó el
doctor, mitad en broma y mitad en serio, luego agregó cambiando de tema
“…bueno, ¿Dónde está ese muchacho, Mateo? Vamos a ver cómo está su salud”
“¿Seguro
que prefiere un asno en lugar de un caballo?” repitió Gumurria espantado, como
si aquello fuese una idea inconcebible, Clodomiro asintió sonriente mientras se
montaba en el que le habían preparado, para él, un asno era mucho más
confiable, sobre todo para alguien poco entrenado en el arte de cabalgar.
Gustavo se encogió de hombros, en el fondo le daba lo mismo, “Siga este sendero
hasta que los árboles desaparezcan, luego tome el camino que va cuesta arriba.
No puede perderse, sólo siga el olor a mierda de cabra…” Gumurria sonrió con la
astilla entre los dientes, “…es una casa solitaria, se ve a la legua” concluyó,
y le dio un sonoro palmazo en las ancas al burro y éste se puso en marcha. Elena
retiraba el pan recién hecho del horno que Tata y Lina tenían en el patio,
cuando vio a un señor acercándose dando ridículos saltitos a lomos de un asno,
Clarita, tal vez porque lo recordaba o porque Gracia estaba cerca para
decírselo, se dio cuenta de inmediato que se trataba del investigador
contratado por el hermano de Elena para buscarla antes de la muerte de su
padre. Elena envió el pan dentro con la niña y salió a enfrentar a Clodomiro
con los puños en la cintura y el ceño apretado, dejándole desde suficiente
distancia muy en claro que no era bienvenido. Clodomiro se lo esperaba, respiró
hondo el aire impregnado del olor a estiércol y sonrió satisfecho de la belleza
del lugar, quiso ser amable y cordial pero la chica no estaba para cursilerías,
“¿Qué es lo que quiere?” preguntó la
muchacha tan hosca como se podía ser con alguien a quien apenas se le conoce,
suponiendo que volvía a ser enviado por alguien de su familia, pero Almeida,
bajándose del burro con la entrepierna visiblemente magullada, admitió que sólo
estaba allí para hablar con ella algo que catalogaba como “muy personal y
delicado” sin embargo, la muchacha no se conmovió lo suficiente ni siquiera
para ofrecerle un vaso de agua y le exigió que hablara rápido, “Necesitas saber
algo, yo conocí a tu madre hace muchos años, mucho antes incluso de que se
casara con tu padre…” eso era cierto, Elena no lo sabía, pero tampoco le
interesaba en absoluto saberlo, Clodomiro le confesó que él, siendo muy joven,
había estado interesado sentimentalmente en Diana, pero que ella lo había
rechazado y había preferido a Horacio, lo cual él había aceptado, pues, para
ser honestos, en ese tiempo él no tenía ninguna oportunidad, sin embargo, Diana
no había sido una mujer feliz en su matrimonio, según ella misma le había
dicho, Horacio era un hombre difícil, asiduo a su trabajo, con intereses y
preocupaciones muy alejados de los de ella. Elena no entendía bien por qué ese
hombre le estaba contando todo eso, pero se sentía como si la estuviera
preparando para algo. Un par de metros a su lado ve una pequeña pila de
piedritas. Diana no culpaba a su marido de nada, él era lo que tenía que ser y
ella debía acostumbrarse a eso, pues aquel era su esposo, sin embargo, según
Clodomiro, ella recurría a él, como un buen amigo, para desahogarse sobre
aquellas cosas que esperaba de la vida y de su matrimonio y que nunca
llegarían, “…pues una de esas veces, pasó algo entre nosotros…” Soltó Clodomiro
con delicadeza, como si temiera romper algo, inmediatamente el cúmulo de
piedritas rodó en el suelo, el sonido llamó la atención de ambos, pero Elena
volvió al tema central rápidamente, “¿Qué está diciendo?” Clodomiro continuó,
con la misma delicadeza, conteniendo una bocanada de aire en los pulmones,
“Meses después, naciste tú…”
León Faras.
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