miércoles, 29 de abril de 2020

Autopsia. Quinta parte.


V.

No se había equivocado, sin lugar a dudas el hijo de Úrsula y del doctor Cifuentes, era el hijo de Oriana que por fin había nacido, aquello saltaba a la vista, si sólo verlo era como percibir un milagro, pero ella no era su madre, sólo había sido el útero y desde luego, él no era su padre. Almeida se fue a visitar al padre Benigno por la mañana, luego de desayunar en un pequeño local del centro del pueblo, en el que tuvo la oportunidad de encontrarse con su antiguo conocido y colaborador, Gustavo Gumurria, siempre dispuesto a dar e intercambiar información. Según Clodomiro, la visita al cura sólo era de cortesía, para saludarle como la persona más importante y respetada del pueblo que era. Lo encontró junto con Guillermina dándole clases de lenguaje a Mateo, o mejor aún, recibiendo y tratando de descifrar las mímicas y señales que el muchacho estaba acostumbrado a hacer, algunas eran sencillas y universales, como comer o poner atención a algo, pero otras eran sumamente complicadas, como definir un sentimiento o a Dios, “Leí hace años en un periódico, un artículo donde se hablaba del intento de algunos ilustres hombres por inventar un lenguaje completamente emitido por señas, todo un reto, padre. Pensé en ese momento que era mucho más sencillo enseñarles a leer a los sordomudos, pero luego me di cuenta de que eso era aún más complicado…” comentaba Clodomiro divertido, con un café suspendido en el aire sin decidirse a subir hasta su boca. El cura no estaba dispuesto a claudicar tan pronto, pero tampoco era que sus aspiraciones llegaran a tanto como a un lenguaje completo, “¿Y si hacemos algunas tarjetas con dibujos, padre? digo, para que nos entendamos con el muchacho…” propuso Guillermina y Clodomiro la alabó de inmediato “¡Maravillosa idea!” Guillermina y el muchacho se retiraron y el padre se quedó con Almeida. Éste comenzó a hablar con tono distraído, como quien se está inventando un tema para conversar, “¿Y cómo ha estado esta joven, Elena, padre? Me he quedado muy preocupado con toda la situación que le tocó vivir la última vez, con la muerte de su padre y el desprecio de su hermano…” Al cura le sorprendió que incluso recordara el nombre de la chica, y más aún esa preocupación, pero no lo exteriorizó demasiado, “Pues gracias a Dios ha estado bastante bien, saliendo adelante por sí sola. Es una mujer muy fuerte…” “Sin duda, sin duda…” afirmó Almeida con toda la gravedad del mundo, y agregó, “…recuerdo que la muchacha acabó provocándose un aborto, ¿No, padre? ¡Dios mío! qué situación más dura y difícil… ¿Qué pasó con esa criatura al final, padre?” El cura nuevamente acabó sorprendido con la insana curiosidad del investigador, le parecía una pregunta de lo más rara, así que, sólo por cortesía la respondió pero de manera superficial, “Bueno, pues lo cierto es que todo aquello fue muy confuso y traumático, ella misma estuvo a punto de morir… no es algo que haya quedado muy claro” Clodomiro asentía con exagerada seriedad, “Por Dios, espero que esa criaturita no haya terminado siendo alimento de las alimañas…” y puso una fingida cara de horror, al cura también le pareció una imagen atroz. En ese momento llegó el doctor Cifuentes, quien de inmediato se disculpó por la interrupción, pero Clodomiro se levantó de un salto, riendo sin necesidad y asegurando que se le había pasado el tiempo volando y que debía irse, sin embargo, no perdió la oportunidad de preguntarle al doctor por su hijo a pesar de que lo había visto apenas el día anterior, luego de eso se despidió con su saludo de mano, flojo y desagradable como una caricia, de quien no necesitas una, y se fue, “Es un tipo de lo más extraño…” comentó el doctor, mirando fijamente la puerta por la que había salido Clodomiro, “Sin duda que no es un hombre corriente” respondió el cura. El doctor continuó, “¿Se creerá que me ofreció dinero por los fetos conservados en formol del doctor Ballesteros? ¿Para qué los querría?” Guillermina al abrir la puerta, se había quedado rezagada escuchando con la intención de acompañar al doctor adentro, “Yo he escuchado que se los ofrecen al Diablo para pedirle favores y cosas así…” comentó comprimida, como esperando la réplica del sacerdote que no tardó en llegar “¡Guillermina, por Dios!” inesperadamente, el doctor estaba de acuerdo con ella, diciendo que aquello no era tan descabellado en estos tiempos, para el cura aquello sonaba a demasiado, sin embargo… “Se ha mostrado muy interesado también en Elena y el hijo nonato que ella abortó” Dijo el cura, como sorprendiéndose a sí mismo, “Querrá ofrecerle dinero, igualmente…” Comentó el doctor, mitad en broma y mitad en serio, luego agregó cambiando de tema “…bueno, ¿Dónde está ese muchacho, Mateo? Vamos a ver cómo está su salud”

“¿Seguro que prefiere un asno en lugar de un caballo?” repitió Gumurria espantado, como si aquello fuese una idea inconcebible, Clodomiro asintió sonriente mientras se montaba en el que le habían preparado, para él, un asno era mucho más confiable, sobre todo para alguien poco entrenado en el arte de cabalgar. Gustavo se encogió de hombros, en el fondo le daba lo mismo, “Siga este sendero hasta que los árboles desaparezcan, luego tome el camino que va cuesta arriba. No puede perderse, sólo siga el olor a mierda de cabra…” Gumurria sonrió con la astilla entre los dientes, “…es una casa solitaria, se ve a la legua” concluyó, y le dio un sonoro palmazo en las ancas al burro y éste se puso en marcha. Elena retiraba el pan recién hecho del horno que Tata y Lina tenían en el patio, cuando vio a un señor acercándose dando ridículos saltitos a lomos de un asno, Clarita, tal vez porque lo recordaba o porque Gracia estaba cerca para decírselo, se dio cuenta de inmediato que se trataba del investigador contratado por el hermano de Elena para buscarla antes de la muerte de su padre. Elena envió el pan dentro con la niña y salió a enfrentar a Clodomiro con los puños en la cintura y el ceño apretado, dejándole desde suficiente distancia muy en claro que no era bienvenido. Clodomiro se lo esperaba, respiró hondo el aire impregnado del olor a estiércol y sonrió satisfecho de la belleza del lugar, quiso ser amable y cordial pero la chica no estaba para cursilerías,  “¿Qué es lo que quiere?” preguntó la muchacha tan hosca como se podía ser con alguien a quien apenas se le conoce, suponiendo que volvía a ser enviado por alguien de su familia, pero Almeida, bajándose del burro con la entrepierna visiblemente magullada, admitió que sólo estaba allí para hablar con ella algo que catalogaba como “muy personal y delicado” sin embargo, la muchacha no se conmovió lo suficiente ni siquiera para ofrecerle un vaso de agua y le exigió que hablara rápido, “Necesitas saber algo, yo conocí a tu madre hace muchos años, mucho antes incluso de que se casara con tu padre…” eso era cierto, Elena no lo sabía, pero tampoco le interesaba en absoluto saberlo, Clodomiro le confesó que él, siendo muy joven, había estado interesado sentimentalmente en Diana, pero que ella lo había rechazado y había preferido a Horacio, lo cual él había aceptado, pues, para ser honestos, en ese tiempo él no tenía ninguna oportunidad, sin embargo, Diana no había sido una mujer feliz en su matrimonio, según ella misma le había dicho, Horacio era un hombre difícil, asiduo a su trabajo, con intereses y preocupaciones muy alejados de los de ella. Elena no entendía bien por qué ese hombre le estaba contando todo eso, pero se sentía como si la estuviera preparando para algo. Un par de metros a su lado ve una pequeña pila de piedritas. Diana no culpaba a su marido de nada, él era lo que tenía que ser y ella debía acostumbrarse a eso, pues aquel era su esposo, sin embargo, según Clodomiro, ella recurría a él, como un buen amigo, para desahogarse sobre aquellas cosas que esperaba de la vida y de su matrimonio y que nunca llegarían, “…pues una de esas veces, pasó algo entre nosotros…” Soltó Clodomiro con delicadeza, como si temiera romper algo, inmediatamente el cúmulo de piedritas rodó en el suelo, el sonido llamó la atención de ambos, pero Elena volvió al tema central rápidamente, “¿Qué está diciendo?” Clodomiro continuó, con la misma delicadeza, conteniendo una bocanada de aire en los pulmones, “Meses después, naciste tú…”



León Faras.

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