jueves, 29 de octubre de 2020

El Circo de Rarezas de Cornelio Morris.

 

XL.

 

Poco a poco los camiones fueron deteniéndose en un sitio erial muy próximo a un pueblo, que como cualquier otro similar, ya dormía profundamente a esas primeras horas de la noche. Antes de deshacer su magia, Eusebio se acercó a Sofía para hacerle una pequeña advertencia, “Sobre lo que hablamos antes…” alcanzó a decir, la muchacha ya lo había hablado con Eugenio y lo comprendía. No era una buena idea inquirir o increpar a nadie por el momento, por todas aquellas cosas que nadie le había dicho antes y de las que ahora se enteraba, era mejor tomárselo con calma, y meditarlo bien. Además, si se ponía a hacer preguntas ahora, no sería difícil saber quién le había estado contando cosas y los mellizos tendrían problema, y no solo eso, los viajes a los mandos del camión, seguramente se acabarían. Luego los hombres devolvieron al mundo su natural movimiento y el cuerpo de la muchacha, y su ropa, volvían a ser el de una niña pequeña. La gente poco a poco empezó a salir, a encender fuegos y a parar el campamento para por fin descansar. Por la mañana temprano montarían el resto para recibir a su siempre entusiasta público.

 

Varias de las fogatas aún estaban encendidas, y eran muy pocos los que dormían. La mayoría de los hombres mataban el tiempo jugando cartas y apostando cualquier cosa, casi siempre tabaco. Muy comúnmente, el pequeño Román Ibáñez estaba metido en medio de los trabajadores en esos juegos, tenía la fama de tramposo, aunque nadie lo había descubierto nunca haciendo trampa in fraganti. Otra que siempre andaba cerca era Eloísa, aunque solo iba a mirar y a reír con las bromas que los hombres se hacían mutuamente. Observaba el juego con gran interés, cualquiera podría decir que tenía la intención de aprender a jugar, pero no hacía preguntas, solo se dedicaba a mirar y oír, y para una mente ágil, eso puede ser más que suficiente.

 

Unas notas musicales sueltas, que pretendían improvisar una melodía, que a veces parecía que funcionaba y luego ya no, se oía al alejarse lo suficiente del alboroto que armaban los hombres al reunirse, para Sofía fue una sorpresa encontrar a Horacio fuera de su tienda con una guitarra entre sus peludos brazos, “¿Es tuya? ¡No sabía que eras músico!” Horacio se apresuró a dejar el instrumento a un lado, “¡Nada de eso! es de Pardo, él era el músico, pero dice que ya no puede tocar por culpa de sus enormes manos… está empeñado en que yo aprenda a tocar” “¿Y qué tocabas?” Preguntó la niña sentándose a su lado, Horacio se cruzó de brazos, como si de pronto le hubiese dado frío, “Nada, Pardo dice que lo primero es coordinar los dedos con el oído, no sé bien a qué se refiere, pero al menos me entretiene”  La niña registró dentro de su pequeño bolso, “Toma. Beatriz la vio, pero no le dije de dónde la saqué y ella no dirá nada a nadie” “¿Estás segura?” dijo el hombre, recibiendo la foto de Lidia con el cuidado de quien coge algo sumamente peligroso, “Sí…” aseguró la niña, “…de haber querido hacerlo, lo hubiese hecho” Luego se quedó unos segundos en silencio para agregar de pronto, “¿sabías que Lidia y ella son hermanas…?” Horacio lo sabía, y cuando la pequeña le reprochó por qué no le había dicho nada antes, su respuesta cayó con naturalidad, como una fruta madura, “pensé que ya lo sabías” La niña negó en silencio, sin encontrar una razón de por qué ocultárselo. “¡Ah!” dijo de pronto, dejando sus meditaciones para después. “Mira, ¿qué te parece?” Horacio cogió la imagen en la que Sofía se veía como una joven y guapa adolescente, no necesitaba preguntar de dónde la había sacado, pero era increíble lo que la cámara fotográfica había hecho con ella. La contempló por varios segundos hasta que, sin dejar de mirarla, comentó, “Dios mío, eres igual al recuerdo que tengo de la primera vez que vi a Lidia” Eso llenó de orgullo a la niña sin estar muy segura de por qué, “Creo que ella es mi madre…” comentó, con la vista fija en el fuego que ya se consumía frente a la tienda de Horacio, este, la miró con toda la ternura de la que era capaz, “Creo que eso es muy posible…” dijo. Sofía lo miró iluminada, necesitaba a ese alguien que creyera en lo que ella creía, “¿De verdad?, ¿pero cómo estar seguros?” Horacio tenía la idea más simple que se le podía ocurrir a alguien, “¿Por qué no se lo preguntas?” A la niña eso no le pareció lo más simple, “¿Cómo?” dijo, si Lidia no podía hablar ni oír. Horacio no entendía mucho de esas antiguas artes de la escritura, pero sabía que Lidia sí, y la niña también, “Prueba con una nota de papel” Sugirió. No era una mala idea, incluso, podía funcionar. Cuando la niña ya estaba lista para irse a dormir, Horacio tuvo una inspiración, “¿Quieres conservarla tú?” Le dijo, estirándole la foto de Lidia de vuelta, la niña asintió con una de esas sonrisas que nacen de dentro y son irrefrenables y la guardó en su bolso. Para él no había ninguna duda, esa niña tenía que ser hija de Lidia, no tenía ninguna prueba, simplemente estaba seguro de eso.

 

Al amanecer, todo el mundo hacía su trabajo con la eficiencia que da la rutina. Cornelio movía los hilos repartiendo órdenes con su megáfono, pero se veía bastante tranquilo, conforme de ver como todo funcionaba como el mecanismo de un reloj. Para cuando acabaron, ya era media mañana y ni un solo curioso se había acercado a echarles un vistazo a los recién llegados. “¿Qué sucede?, ¿es que no hay gente o qué?” Preguntó Cornelio, a uno de los hermanos Monje que tenía al lado acomodando el telón tras el cual aparecía Eloísa, “Es un pueblo, tienen hasta una iglesia. Por supuesto que hay gente” “Tal vez llegamos en un mal día…” Apuntó Pardo, Cornelio lo miró hacia las alturas “¿Un mal día?” El gigante, que desde su altura oteaba las casas, se encogió de hombros, “Tal vez tienen alguna fiesta religiosa y están todos reunidos en la iglesia” Cornelio lo aceptó medianamente, esperando ver u oír a alguien, porque aparte de los pájaros, en ese pueblo reinaba un silencio sepulcral. Horacio, que esperaba a su público encerrado en su jaula, salía de ella mirando a todo el mundo sin entender qué sucedía, desde un rincón, el enano se encogió de hombros y negó con la cabeza elocuentemente, Von Hagen le devolvió exactamente el mismo gesto, mientras Cornelio caminaba hacia el pueblo seguido de Beatriz, que aunque no había intervenido, tenía tanta curiosidad como todos, “Tú y tú, síganme…” señaló a Horacio y a Pardo su jefe, para que lo acompañaran, por ser los más llamativos visualmente. Eloísa y Sofía cuchicheaban al fondo sin entender, porque para esta última, aquel pueblo al que habían llegado, le había parecido tan bueno como cualquier otro, aunque a diferencia de cualquier otro, en este no había visto ni una señal o cartel que le diera nombre. “¡Damas y Caballeros, el increíble circo de Cornelio Morris, se presenta por primera vez en este hermoso pueblo, para brindarles a todos una…!” Cornelio se detuvo, nadie se había asomado de ninguna puerta, ni movido una sola cortina “Este sitio me resulta familiar” comentó Beatriz, restregándose los brazos como si sintiera frío, “¿Has estado aquí?” le preguntó Horacio, que era el que estaba más cerca de ella, la mujer se tomó unos segundos para responder, “No lo sé, no lo recuerdo, pero hay algo aquí que me resulta muy familiar” Pardo, que se había alejado unos metros ya regresaba, “La iglesia está completamente cerrada y vacía” Informó a los demás. “Este sitio me está dando escalofríos” dijo Beatriz, a su lado, Cornelio probaba su último recurso, “¿¡Hay alguien aquí!?” Gritar con su megáfono en cualquier dirección, pero al cabo de un par de intentos, finalmente se dio por vencido, “En este puto pueblo no hay un alma” gruñó, mientras apretaba el paso de vuelta a su circo, “¡A empacar todo de nuevo, muchachos! ¡Nos vamos!” Señaló.


León Faras.

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