lunes, 25 de julio de 2011

Simbiosis. La florista y el ángel.

III


Deben haber pasado algunas horas cuando un par de zapatos gastados se posaron en frente de él, uno pegado al otro, al levantar la vista vio a Estela de pie con las manos atrás y con una fina sonrisa de satisfacción en el rostro, el viejo la inspeccionó, “¿…y mi ángel?”, preguntó, la muchacha sin borrar su sonrisa se metió la mano al bolsillo de su abrigo y con ambas manos le estiró varios billetes perfectamente doblados y planchados, Ulises los tomó y les echó una ojeada, “¿lo vendiste…?”, Estela cambió su sonrisa por una mueca de preocupación, “sí,…¿no querías venderlo…?”, “sí, pero…” Ulises miraba el dinero en su mano e iba a continuar pero la niña lo interrumpió acongojada, “Ay no, es muy poco, es que olvidé preguntarte cuanto debía pedir por él y…” Estela se excusaba atropelladamente por lo que el viejo la tranquilizó con una sonrisa, “no, niña no, si aquí hay dinero más que suficiente pero, ¿cómo?...¿donde fuiste?”, “Al cementerio, ¿no es ahí donde deben estar los ángeles?, no me costó trabajo convencer a la señora Clara de lo bien que se vería tu ángel custodiando la tumba de su hijo, aclaró más aliviada la muchacha, y agregó, me demoré porque tuve que acompañarla hasta su casa para buscar el dinero”, Ulises rió, “¿en el cementerio?, muchacha, hoy comeremos algo especial, te lo has ganado, dime ¿qué te gustaría?”, la niña lo meditó un rato, no era una pregunta que le hicieran muy a menudo, luego dijo, “Me gustan los huevos fritos”, el viejo rió, “¿huevos?, no niña, dije algo especial, comeremos…Pizza!, ¿te gusta la pizza?”, Estela se quedó en blanco, “no lo sé, ¿tiene huevos?”, Ulises rió aún más, “¿Una pizza con huevos? No lo creo, pero le preguntaremos a Armandito cuando lleguemos ¿sí?”.

Luego, al llegar el anochecer, Estela, aunque no lo decía, no quería volver a su casa, y Ulises, no podía despedirla, por lo que se encaminó junto a ella hasta la habitación que él arrendaba, la hizo pasar, le mostró la cama y luego se retiró, salió a la calle donde prendió un cigarrillo, pero antes de acabarlo se dirigió a la cocina de la casona donde vivía, ahí se encontraba Alicia, una mujer de mediana edad dueña del lugar, Ulises tomó asiento, la mujer lo saludó afablemente, el viejo comenzó a hablar como para si mismo, como recién pensando en lo que diría, “Señora Alicia, usted es una mujer sola…que…necesita de alguien que la acompañe, que le ayude en los quehaceres…” la mujer le dirigió una mirada, entre confundida y asombrada, “Don Ulises, usted es un buen hombre, y yo le tengo gran afecto, pero…” , “no, no, no estoy hablando de mí” aclaró el abuelo con una sonrisa incómoda, “Ah, entonces…” Alicia abandonó lo que hacía para poner atención a las palabras del viejo, “Quiero decir, a usted le vendría bien alguien que se dedicara a ayudarla aquí, en el aseo, las compras…”, la mujer le respondió sin titubear “sin duda, siempre es bueno algo de ayuda, pero usted entenderá que no están los tiempos para contratar a nadie…” “sí, replicó el viejo, pero, seguramente tiene alguna cama desocupada, y un puesto más en su mesa”, Alicia ya intuía hacia donde iba la conversación, “¿Tiene a alguien en mente, don Ulises?”, “Acompáñeme” respondió el viejo a medida que se ponía de pie y guiaba a la mujer hasta su habitación, una vez allí, la animó a que echara un vistazo dentro, la mujer luego de mirar el interior de la habitación en penumbras volvió algo alarmada, “¿Pero que no es la hija de Emilio?”, el viejo asintió con la cabeza, “¿pero qué hace aquí?”, Ulises respondió con calma, “es una larga historia pero, créame, hay buenas razones para que esté aquí, quizá pueda ayudarla, es una buena muchacha, honrada y servicial” Alicia no podía ocultar su preocupación, “Sí, talvez tenga razón, pero su padre…ese hombre…no me gusta, me da miedo”, “no se preocupe por él, la quiso tranquilizar el abuelo, hace mucho que firmó su condena y ya es tiempo de que la cumpla, pero, por favor, piense en lo que le he dicho”, luego de eso el abuelo salió de la casona. Esa noche, Ulises se dedicó a visitar cada bar, cada cantina, cada antro pregonando sistemáticamente una sola cosa, que el cojo Emilio tenía un montón de dinero en su casa y que pensaba largarse de la ciudad sin pagarle un peso a nadie, además ya corría el rumor de que el “negro” Caetano le había logrado sacar buena parte del dinero que le debía. Al cabo de un par de días, el pobre de Emilio estaba parado, junto a su mujer, en la estación de trenes, acosado por la ruma de cobros y amenazas que se le vinieron encima “inexplicablemente”, a pesar de que como siempre, estaba corto de dinero.
En el momento en que el “cojo” Emilio y su mujer viajaban lejos de Bostejo, Ulises estaba tirado en su lugar de siempre, un nuevo trozo de madera tomaba lentamente forma entre sus manos, mientras la florista permanecía de pie a su lado, ofreciendo sus flores con una sonrisa, sin que lo notara, una gran cantidad de pintitas oscuras comenzaron a aparecer en el pavimento alrededor de él, hasta que una fría gota de agua cayó en su mano, la lluvia por fin llegaba, apresurado comenzó a recoger sus cosas cuando una silueta se detuvo enfrente, era Estela, traía un vestido distinto y su abrigo lucía limpio y perfectamente zurcido, en una bolsa de papel llevaba pan fresco y huevos, venía convenientemente provista de un paraguas. Ambos se fueron protegidos de la lluvia que comenzaba a tupir, hacia la casona donde, ahora, ambos vivían, “Si quieres, dijo la muchacha, mañana puedo ir donde las pergoleras a ofrecerles tu florista, estoy segura que les encantará”, Ulises sonreía satisfecho “Es una buena idea, solo déjame disfrutar de su compañía unos días más”, luego guardó silencio unos segundos y agregó “Apropósito, ¿cuál es tu nombre muchacha?”, “Estela…” respondió la niña, “Ah, yo soy Ulises”, la niña le sonrió, “Sí, lo sé”.

Fin.

León Faras.

Simbiosis: situación en la cual, dos individuos, por lo general de distinta especie, se asocian para vivir, obteniendo beneficio uno del otro. (Nota del Autor.)

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