jueves, 21 de julio de 2011

Simbiosis. La florista y el ángel.

II.

La niña se acerca casi hipnotizada y se encuclilla frente al ángel de madera, con profundo respeto mantiene sus manos en la espalda, admirada de la belleza de la escultura, el viejo alza apenas la vista hacia la muchacha y luego la baja hasta el suelo, a su lado en una servilleta de papel descansa un sándwich a medio comer, lo levanta y se lo lleva a la boca, como un chispazo Ulises nota como la niña sigue con la vista toda la trayectoria de su desayuno hasta la enorme mascada que le da, conocía esa mirada, la había visto muchas veces antes, incluso él mismo la había hecho en más de una oportunidad, “Tienes hambre…” afirmó el viejo sin ningún dejo de duda en su tono, Estela se puso de pie y retrocedió un par de pasos, con la cabeza gacha algo avergonzada, decidido, el abuelo se paró, y luego de meter lo más que pudo dentro de su bolso, tomó a la niña por el hombro y la encaminó hasta una pequeña y rústica cafetería que él frecuentaba. Se acercó al mesón donde del otro lado estaba un hombre bajo y rechoncho llamado Octavio y le pidió un sándwich de pollo y una taza de leche, “¿leche?”, preguntó dudoso de haber oído bien el gordo camarero, “Sí, confirmó Ulises, y agregó,…y tráeme un vaso de vino para mí”, Al cabo de algunos minutos la muchacha tenía frente de si un humeante y apetitoso emparedado rebosante de carne blanca, el local no gozaba de prestigio pero compensaba la falta de calidad con cantidad, Estela comenzó a comer mientras el viejo sentado a su lado retocaba una y otra vez su mimada florista, mientras el vaso de vino permanecía intacto, Ulises bebía con frecuencia aunque rara vez se le había visto borracho. En ese momento entró al negocio el cojo Emilio, quien venía descaradamente a desayunar a pesar que su familia pasaba hambre, desde el mesón se dio cuenta de la presencia de la muchacha, y le pareció una afrenta que la niña gastara el poco dinero que conseguía en un lujo como ese, al pararse junto a Estela esta se quedó fría, tal era el miedo que le tenía, y su padre siempre hacía lo posible por mantenerlo así, “¡¡¿Qué mierda crees que estás haciendo?....Te estoy haciendo un pregunta!!” la mano de Emilio se dejó caer, violenta, sobre el desayuno de la muchacha que se desperdigó por el suelo y se volvió a alzar, pero antes que cayera sobre su hija un fuerte empellón lo hizo trastabillar hasta estrellarse contra la pared más próxima y antes que se recuperara, la hoja de una filosa cuchilla se posó en su garganta con la gracia y suavidad de una mariposa de acero, “Si vuelves a hacer eso en frente de mí, haré que termines como comida para cerdos” le susurró Ulises mientras presionaba su talladora contra el cuello de Emilio, “Esta chiquilla es mi hija, y yo la educo como quiero” quiso excusarse el cojo, no sin algo de nerviosismo en sus palabras, “¿Acaso el emparedado que botaste, lo pagaste tú?”…”ya veo, respondió el padre de la niña, y luego dirigiéndose al camarero agregó, Octavio, anota el sándwich de pollo a mi cuenta”, “La leche también se enfrió” insistió el viejo, disfrutando profundamente de su juego, “…y también la taza de leche” replicó en voz alta un perturbado Emilio, “Octavio, gritó el abuelo al tiempo que soltaba al “cojo” y volvía a su asiento, repíteme la orden en esta mesa, ¿quieres?”, luego tomó su escultura y siguió su trabajo, mientras que Emilio se retiraba mordiéndose su rabia y sobándose el cuello, cerciorándose a cada instante de que estaba sano y salvo. Estela, aún un poco tensa pero con una inefable felicidad, le dirigió una mirada al ángel que parado sobre la mesa enfrente a ella parecía orar, estiró tímidamente una de sus manos hasta casi rozarle el rostro, y luego miró de reojo a Ulises a su lado, luego bajó su mirada hacia la mesa, con la esperanza de ocultar una incontenible sonrisa que se dibujaba en su rostro.

La niña caminaba por la calle con el ángel pegado a su regazo, aún mantenía una felicidad en su interior, no por lo que le había sucedido a su padre, si no porque nadie, nunca había interferido en su defensa antes, “tu ángel es hermoso”, comentó, el viejo que caminaba a su lado tuvo que salir de sus pensamientos para contestar, “Eh?, ah sí, ese ángel del diablo, no he podido deshacerme de él…”, Estela de pronto se iluminó, “Yo te ayudo” alcanzó a decir antes de salir corriendo sin motivo aparente dejando al viejo Ulises parado ahí, con las palabras en la boca y un signo de interrogación sobre la cabeza. La niña corrió sin parar con la escultura del viejo apretada contra su pecho, hasta la ancha avenida que cruzaba la ciudad donde se frenó en seco antes de cruzar, el tranvía subía lenta y pesadamente la pendiente y de los escasos automóviles que transitaban por ahí no había ni rastros, por lo que reanudó su carrera hasta las escaleras al otro lado, donde disminuyó la velocidad para bajarlas, y luego siguió corriendo cuesta abajo hasta perderse. Ulises aún confundido, se dirigió al lugar que siempre ocupaba, ahí estaba cuando un hombre se detuvo en frente de él, era conocido como el “negro” Caetano, “Que hay Ulises”, saludó, “Que hay…” respondió el abuelo, “supe que tuviste un encontrón con el Emilio en el negocio de Octavio” , “Sí…” respondió el viejo, “dicen, continuó Caetano, que fue por un dinero que te debía, ¿lograste que te pagara?”, el abuelo frunció el ceño, iba a negar cuando se le ocurrió una idea mejor, “Sí, respondió, ese tipo tiene un montón de dinero en su casa, pero hay que remecerlo un poco para que lo suelte” , Caetano murmuró algo y con un ademán se despidió, pero antes que se fuera Ulises agregó, “He oído que está juntando dinero para largarse de la ciudad”, luego simplemente bajo la cabeza y le devolvió su atención a su trabajo.


León Faras.

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