lunes, 11 de mayo de 2020

Autopsia. Quinta parte.


X.

Guillermina se había esforzado y había presionado a varias de sus amigas para que donaran algo de ropa adecuada para un muchacho flacucho de catorce años y le había conseguido a Mateo un par de pantalones, varias camisas y hasta un par de zapatos en buen estado para que tuviera algo de muda y no tuviera que andar siempre igual, el chico se lo agradeció con una cara de sorpresa genuina que pagaba cualquier esfuerzo, con seguridad aquel era el primer regalo que le hacían en toda su vida. Guillermina buscó inmediatamente hilo y aguja para ajustar perfectamente la ropa a la talla del chico cuando le golpearon la puerta, Elena Ballesteros buscaba hablar con el cura, la vieja, que hasta ese momento parecía caminar sobre algodón gracias a Mateo, en cuanto vio a la muchacha, puso cara de estar muy atareada y de no tener tiempo para visitas, le dijo escuetamente que el cura no estaba y ya estaba dispuesta a despacharla y cerrarle la puerta en las narices, pero Elena, como todo el resto de los habitantes del pueblo, conocía muy bien el punto débil de Guillermina Salas, “Pero es que Guillermina, me he enterado de que la gente ha estado hablando cosas horribles sobre mí…” La mujer detuvo la puerta interesada pero simulando no estarlo, “¿Como qué clase de cosas?” La muchacha puso cara de desvalida, “Como que yo tuve algo con mi padre, ¿Puede creerlo?” La vieja se sintió en jaque, pero se mantuvo firme. Abrió un poco más la puerta, “La verdad es que sí he oído algo así, pero ¿dices tú que no es cierto?” “¡Por supuesto que no!” Negó tajante la muchacha con cara de ofendida, y agregó, “Y por lo que ahora sé, la culpa es de lo que alguien escribió en el diario de mi padre… Necesito ver qué dice ese diario” Guillermina soltó la puerta para agarrase las manos, “Pero es que ese diario está en el escritorio del padre, muchacha… no sé si…” Elena ya casi lo había conseguido, “Sólo lo está guardando, Guillermina” La mujer echó un vistazo dentro mientras se dejaba convencer, y luego envió a Mateo a la cocina con el universal gesto de poder comer lo que quisiera de allí, para luego meter a Elena hasta el despacho del cura. En uno de los cajones estaba el diario, Guillermina lo cogió decidida, pero luego dudó en entregárselo a la muchacha, “Lo lees y lo devolvemos, ¿sí?…” Advirtió, y la chica asintió obediente sentándose en el sofá y poniéndose el diario sobre las piernas, tomó aire antes de abrirlo, aquello era como la caja de Pandora, Guillermina se quedó parada a apenas un metro de distancia, expectante.

Partía con la inconfundible caligrafía del doctor Ballesteros el día en que su mujer había muerto, “…sus momentos de lucidez eran cada vez más cortos, finalmente se cansó de luchar, o decidió darle su última batalla a los fantasmas en su cabeza. Se suponía que estaba sedada pero algo falló. María la encontró muerta en su cama, se cortó las muñecas con un trozo de vidrio de un retrato roto, un retrato nuestro, no pudimos hacer nada. No sé cómo se lo voy a decir a Ignacio, Elena, al menos ya lo sabe, y a su manera creo que ha comprendido lo que sucede…” Elena recordaba ese día, ella acompañaba a su nana; su madre estaba sentada en la cama, se veía mucho más blanca de lo normal y su colcha amarillo pálido tenía enormes manchas rojas muy oscuras a ambos lados, que casi llegaban al suelo. En ese momento, no sabía que pudiera haber tanta sangre dentro de una sola persona ni tampoco que la muerte tuviera que ver con eso, lo cierto era que a su tierna edad, había formado más lazos sentimentales con su nana que con su madre y no había sentido ganas de llorar mientras María estuviera con ella. “Enviaré a los niños con mi madre y hermanas. Necesito ordenar mi vida…” Elena pasó algunas páginas lentamente que el doctor había garabateado con sucesos irrelevantes de su vida profesional, sobre todo. Era un hombre pragmático que esencialmente retrataba hechos y que cuyos sentimientos y emociones siempre estaban en segundo plano. Iba a pasar a una nueva página, cuando algo llamó su atención, un pequeño párrafo escrito con una letra que no era la de su padre y ciertamente tampoco la suya, “…la sangre quemada brotará de la tierra para gobernar y juzgar y el fuego ya no la dañará más…” leyó Elena en voz baja, pero audible, “Parece como sacado de la biblia…” afirmó Guillermina, tirando del cuello con sus cejas, Elena asintió pensativa, aunque no recordaba ningún pasaje de la biblia como ese, se preguntó si acaso sería la escritura de su madre, ella no la recordaba. Pasó algunas páginas más, “…la cruz marca el lugar de la madre; las hijas de Lot están atentas y esperan la noche y la bebida...” Otras de esas extrañas frases con diferente caligrafía, esta vez intercalada entre la escritura angular y violenta de su padre, no tenía sentido. Guillermina, por su rostro, tampoco parecía comprender gran cosa. Elena conocía la historia de Lot, pero no recordaba nada en particular sobre sus hijas. Aquel era uno de los pasajes incómodos de la biblia. El caso de Isabel Vásquez, aquello sí lo recordaba bien, por ese tiempo, ella ya había regresado al pueblo y ayudaba a su padre. Tal vez porque no pudo hacer mucho por su madre era que sentía debilidad por los enfermos y encamados y le parecía un deber atenderlos, cuidarlos. Su vocación era el alivio de los demás y todavía le quedaba algo de esa vocación. El tormentoso caso de Isabel estaba retratado allí de modo superficial, había escrito otros documentos al respecto el doctor, mucho más rigurosos. Guillermina también lo recordaba y recordaba la frustración del padre Benigno, cuyas oraciones eran tan estériles como los tratamientos que proponía el médico. Elena pasó una página más y allí estaba, era su letra o una muy parecida, porque ella nunca había escrito en ese diario, de eso estaba segura, sin embargo esas palabras rebotaron en su memoria como si las hubiese leído antes, pero aquello tampoco era posible, sin embargo se le hacían tan familiares como un sermón del cura.

“…la carne es pecado, y el pecado es vida, la vida que palpita dentro de mí y que juega con mis entrañas que sólo desean ser consumidas. La humedad me baña y los músculos se contraen y aflojan en una danza de carne y sudor. Una orgía entre dos de apetito voraz, impúdica y violenta que arde como el fuego y rasga la carne con placer desmedido. Una horda imparable abrasándome, me apretaba la carne hasta doler, el olor del sudor y del alcohol me embriagaban, estaba empapada de ellos, pero todo eso era delicioso, sólo deseaba devorar y ser devorada…”

Elena cerró el diario en ese momento, Guillermina se había llevado el puño a la boca, espantada, “Si le lees eso al padre Benigno, niña, segurito que le da un patatús” Sin embargo, lo que sentía la muchacha en ese momento era mucho más profundo que la mera impresión de leer un texto tan crudamente lascivo, más bien, lo que la había afectado era el hecho de sentir esas palabras como suyas, de reconocerlas, de revivirlas en algún sitio remoto de su mente. Eso era mucho más perturbador que el texto en sí.



León Faras.

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