X.
Guillermina
se había esforzado y había presionado a varias de sus amigas para que donaran
algo de ropa adecuada para un muchacho flacucho de catorce años y le había
conseguido a Mateo un par de pantalones, varias camisas y hasta un par de
zapatos en buen estado para que tuviera algo de muda y no tuviera que andar
siempre igual, el chico se lo agradeció con una cara de sorpresa genuina que
pagaba cualquier esfuerzo, con seguridad aquel era el primer regalo que le
hacían en toda su vida. Guillermina buscó inmediatamente hilo y aguja para
ajustar perfectamente la ropa a la talla del chico cuando le golpearon la
puerta, Elena Ballesteros buscaba hablar con el cura, la vieja, que hasta ese
momento parecía caminar sobre algodón gracias a Mateo, en
cuanto vio a la muchacha, puso cara de estar muy atareada y de no tener tiempo
para visitas, le dijo escuetamente que el cura no estaba y ya estaba dispuesta
a despacharla y cerrarle la puerta en las narices, pero Elena, como todo el
resto de los habitantes del pueblo, conocía muy bien el punto débil de
Guillermina Salas, “Pero es que Guillermina, me he enterado de que la gente ha
estado hablando cosas horribles sobre mí…” La mujer detuvo la puerta interesada
pero simulando no estarlo, “¿Como qué clase de cosas?” La muchacha puso cara de
desvalida, “Como que yo tuve algo con mi padre, ¿Puede creerlo?” La vieja se
sintió en jaque, pero se mantuvo firme. Abrió un poco más la puerta, “La verdad
es que sí he oído algo así, pero ¿dices tú que no es cierto?” “¡Por supuesto
que no!” Negó tajante la muchacha con cara de ofendida, y agregó, “Y por lo que
ahora sé, la culpa es de lo que alguien escribió en el diario de mi padre…
Necesito ver qué dice ese diario” Guillermina soltó la puerta para agarrase las
manos, “Pero es que ese diario está en el escritorio del padre, muchacha… no sé
si…” Elena ya casi lo había conseguido, “Sólo lo está guardando, Guillermina” La
mujer echó un vistazo dentro mientras se dejaba convencer, y luego envió a
Mateo a la cocina con el universal gesto de poder comer lo que quisiera de
allí, para luego meter a Elena hasta el despacho del cura. En uno de los
cajones estaba el diario, Guillermina lo cogió decidida, pero luego dudó en
entregárselo a la muchacha, “Lo lees y lo devolvemos, ¿sí?…” Advirtió, y la
chica asintió obediente sentándose en el sofá y poniéndose el diario sobre las
piernas, tomó aire antes de abrirlo, aquello era como la caja de Pandora,
Guillermina se quedó parada a apenas un metro de distancia, expectante.
Partía
con la inconfundible caligrafía del doctor Ballesteros el día en que su mujer
había muerto, “…sus momentos de lucidez eran cada vez más cortos, finalmente se
cansó de luchar, o decidió darle su última batalla a los fantasmas en su
cabeza. Se suponía que estaba sedada pero algo falló. María la encontró muerta
en su cama, se cortó las muñecas con un trozo de vidrio de un retrato roto, un retrato
nuestro, no pudimos hacer nada. No sé cómo se lo voy a decir a Ignacio, Elena,
al menos ya lo sabe, y a su manera creo que ha comprendido lo que sucede…”
Elena recordaba ese día, ella acompañaba a su nana; su madre estaba sentada en
la cama, se veía mucho más blanca de lo normal y su colcha amarillo pálido
tenía enormes manchas rojas muy oscuras a ambos lados, que casi llegaban al
suelo. En ese momento, no sabía que pudiera haber tanta sangre dentro de una
sola persona ni tampoco que la muerte tuviera que ver con eso, lo cierto era
que a su tierna edad, había formado más lazos sentimentales con su nana que con
su madre y no había sentido ganas de llorar mientras María estuviera con ella.
“Enviaré a los niños con mi madre y hermanas. Necesito ordenar mi vida…” Elena
pasó algunas páginas lentamente que el doctor había garabateado con sucesos
irrelevantes de su vida profesional, sobre todo. Era un hombre pragmático que
esencialmente retrataba hechos y que cuyos sentimientos y emociones siempre
estaban en segundo plano. Iba a pasar a una nueva página, cuando algo llamó su
atención, un pequeño párrafo escrito con una letra que no era la de su padre y
ciertamente tampoco la suya, “…la sangre quemada brotará de la tierra para
gobernar y juzgar y el fuego ya no la dañará más…” leyó Elena en voz baja, pero
audible, “Parece como sacado de la biblia…” afirmó Guillermina, tirando del
cuello con sus cejas, Elena asintió pensativa, aunque no recordaba ningún
pasaje de la biblia como ese, se preguntó si acaso sería la escritura de su
madre, ella no la recordaba. Pasó algunas páginas más, “…la cruz marca el lugar
de la madre; las hijas de Lot están atentas y esperan la noche y la bebida...”
Otras de esas extrañas frases con diferente caligrafía, esta vez intercalada
entre la escritura angular y violenta de su padre, no tenía sentido.
Guillermina, por su rostro, tampoco parecía comprender gran cosa. Elena conocía
la historia de Lot, pero no recordaba nada en particular sobre sus hijas. Aquel
era uno de los pasajes incómodos de la biblia. El caso de Isabel Vásquez,
aquello sí lo recordaba bien, por ese tiempo, ella ya había regresado al pueblo
y ayudaba a su padre. Tal vez porque no pudo hacer mucho por su madre era que
sentía debilidad por los enfermos y encamados y le parecía un deber atenderlos,
cuidarlos. Su vocación era el alivio de los demás y todavía le quedaba algo de
esa vocación. El tormentoso caso de Isabel estaba retratado allí de modo
superficial, había escrito otros documentos al respecto el doctor, mucho más
rigurosos. Guillermina también lo recordaba y recordaba la frustración del
padre Benigno, cuyas oraciones eran tan estériles como los tratamientos que
proponía el médico. Elena pasó una página más y allí estaba, era su letra o una
muy parecida, porque ella nunca había escrito en ese diario, de eso estaba
segura, sin embargo esas palabras rebotaron en su memoria como si las hubiese
leído antes, pero aquello tampoco era posible, sin embargo se le hacían tan
familiares como un sermón del cura.
“…la
carne es pecado, y el pecado es vida, la vida que palpita dentro de mí y que
juega con mis entrañas que sólo desean ser consumidas. La humedad me baña y los
músculos se contraen y aflojan en una danza de carne y sudor. Una orgía entre
dos de apetito voraz, impúdica y violenta que arde como el fuego y rasga la
carne con placer desmedido. Una horda imparable abrasándome, me apretaba la
carne hasta doler, el olor del sudor y del alcohol me embriagaban, estaba
empapada de ellos, pero todo eso era delicioso, sólo deseaba devorar y ser
devorada…”
Elena
cerró el diario en ese momento, Guillermina se había llevado el puño a la boca,
espantada, “Si le lees eso al padre Benigno, niña, segurito que le da un
patatús” Sin embargo, lo que sentía la muchacha en ese momento era mucho más
profundo que la mera impresión de leer un texto tan crudamente lascivo, más bien,
lo que la había afectado era el hecho de sentir esas palabras como suyas, de reconocerlas,
de revivirlas en algún sitio remoto de su mente. Eso era mucho más perturbador que
el texto en sí.
León Faras.
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