viernes, 29 de mayo de 2020

Autopsia. Quinta parte.


XV.

Tan solo un par de días se tardó en suceder lo inevitable, Clodomiro volvió a ocupar su habitación en la hostal de la Coronación, donde también estaba alojado Ignacio, éste le mostró su desprecio con su rostro al encontrárselo en la entrada, pero el investigador rió para sus adentros sabiendo que aquel, de seguro no esperaba verlo de vuelta tan pronto, “Vamos hombre, que esa actitud no es digna de un señor respetable como usted…” dijo Almeida, atajando al otro que ya salía por la puerta, “…solucionemos esto como caballeros” Ignacio se devolvió en el acto, le proponían actuar como caballero y él era un caballero, “No pensé que usted fuera un hombre asiduo a los duelos, pero si eso es lo que desea…” Clodomiro rió explosivamente, como si de pronto alguien le hubiese hecho cosquillas, “No sea tonto Ignacio, tampoco es para tanto. Yo hablo de conversar, de decirnos las cosas a la cara, ¡No de apuntarnos con un arma! Nos conocemos desde hace años, Ignacio. Le aseguro que no es más que un mal entendido” Se acomodaron en la sala de la hostal, Almeida se puso su pipa apagada entre los dientes. El asunto del cuerpo momificado de Oriana y las numerosas calaveras de recién nacidos, (las que por cierto, Anselmo Burgos las atribuía a un grupo de inocentes asesinados por la locura del mismísimo Herodes el Grande, lo que era del todo improbable) lo había solucionado rápidamente, y tal como lo había dicho, presentando unos documentos que lo acreditaban como dueño de aquellos “restos humanos arqueológicos” debido a su antigüedad, origen desconocido e inexistencia de quien les reclamase, con la intención de investigar cómo y para qué estaban en poder de Anselmo Burgos. “Lo que las autoridades hallaron en mi casa, no es más que la representación del escenario original en el que se encontraban. Incluso conservo algunos daguerrotipos de la casa de Burgos que lo acreditan” Ignacio se dejó convencer, después de todo, si estaba allí, algo de razón debía tener, pero lo que a él le interesaba era otra cosa, “¿Qué es toda esa tontería de que usted es el padre de Elena? ¿Acaso se ha vuelto loco?” Clodomiro lo miró como si le estuviera buscando algo en su interior, “¿Por qué todo el mundo cree que es una locura? Diana era una mujer muy sola, ¿recuerda usted haber conocido a algún amigo o familiar de ella? Sus padres eran inmigrantes, cualquier familiar estaba a cientos de kilómetros de distancia, además era una mujer hermosa, y peor aún, ella lo sabía. La belleza hace solas a las personas, como cualquier cosa que les haga sentirse diferente” Ignacio simuló un bostezo, era una técnica que utilizaba cuando no se le ocurría nada ingenioso que responder, Clodomiro continuó, “Yo tuve la suerte de conocerla siendo muy jóvenes, mucho antes que tu padre…” “Usted no es el padre de mi hermana, ¿me escuchó? No importa todos los muertos que apile en su casa o todas las tonterías que mencione, usted nunca será el padre de Elena” Dijo el muchacho altanero, Almeida cogió unos fósforos del bolsillo y se tomó su tiempo para encender su pipa, “Te pareces al padre Benigno mucho más de lo que te gustaría, ¿no? Ambos creen que las cosas desaparecen sólo por negarlas, pero sus creencias son incuestionables. No, muchacho, yo ya he jugado mucho este juego y sé cuando uno tiene una buena mano o sólo alardea y tú sólo alardeas” Ignacio se puso de pie y cogió el revólver que siempre cargaba al cinto como símbolo de su estatus y le apuntó a Clodomiro con él a la cara, “Si lo vuelvo a ver cerca de mi hermana, lo mato ¿Me oyó?” Heraldo intervino rogándole que no matara a nadie en su hostal, pero Almeida lo tranquilizó con un gesto de su mano, luego de cumplida su amenaza, Ignacio guardó su arma y se fue, “Como ya dije, sólo alardea” Concluyó Clodomiro llevándose la pipa a la boca.

En el cementerio, Elena acompañó a Clarita hasta una tumba alejada de la mano de Dios, con la maleza disecada encima y un triste tarro con un par de flores consumidas por el sol y la soledad, era la tumba del único pariente que había conocido, la cruz decía Óscar Verdugo y una fecha: la de su muerte. La niña le puso con ceremonia dos flores nuevas y un poco de agua fresca, “Tata dice que antes le ponían apellidos a la gente por su aspecto o su trabajo, dice que los verdugos se dedicaban a matar gente, a condenados” Comentó la niña, como ilustrando a su acompañante, Elena asintió, “¿Es tu apellido, Verdugo?” Clarita negó con la cabeza, quitando algunos yerbajos secos que estorbaban sus flores, “Yo no tengo apellido, Gracia tampoco…” aclaró. Rió suavemente. La niña tenía el precioso don de ciertas personas de contagiar la risa, de llenarlo todo de luz con una sonrisa, “…los apellidos son para las familias. Tata dice que cuando tenga una familia tendré un apellido. Espero que sea uno bonito…” Elena tenía una idea, “Pues podemos elegir uno bonito ahora, uno que te identifique, y luego le pedimos al padre Benigno que te bautice con él y ese será tu apellido para siempre. Yo tengo una idea, siempre recuerdo algo, cuando te conocí, cargabas con una vasija de agua, agua del arroyo, ¿Te acuerdas?” Clarita la miró muy seria, como si estuviera meditando algo muy complicado, “Sí. Ya entiendo, pero Clarita Vasija no me gusta mucho…” dijo estirando los labios como trompa, Elena rió, “¡No, Yo digo, Clarita del Arroyo!” Eso sí sonaba mucho mejor, además, mucha gente tenía apellidos que señalaban sus lugares de procedencia, explicó la muchacha, a la niña le encantó y Gracia estaba de acuerdo. Poco después llegó Ignacio, habían quedado en reunirse en la tumba de su padre, Elena quería que los restos de su padre fueran trasladados al mausoleo familiar, junto a los de su madre, que él no merecía tal desaire y olvido, Ignacio no estaba tan seguro de eso, pero sí estaba dispuesto a complacer a su hermana, sin embargo, no sería fácil, él mismo se había encargado de embarrar el nombre de su padre hasta el repudio y ahora debería corregir todo aquello convenciendo a sus tías de que Horacio era un alma enferma y no el ser repugnante que él les había retratado, “Necesitaré que me ayudes con eso, pues todo el mundo espera noticias tuyas y quiere verte, así es que prepárate para acompañarme uno de estos días” Luego Ignacio anunció que se volvía a la ciudad, que comenzaría a atender esos asuntos y retomaría otros que había dejado pendientes y que volvería dentro de unos días. También para evitar vivir un día más bajo el mismo techo que Clodomiro Almeida o acabaría metiéndole una bala en la cara, si es que aquel no le envenenaba el café antes, “Por favor, mantente alejada de ese hombre y sus ideas tanto como te sea posible, no te quepa duda que si sigue aquí, es únicamente por ti. Volveré lo antes posible y con noticias” Elena podía estar tranquila, había algo muy raro con Clodomiro pero no le temía en absoluto.



León Faras.

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