viernes, 8 de mayo de 2020

Autopsia. Quinta parte.


IX.

Cuando abandonó el café donde se había reunido con Clodomiro, Elena se sentía realmente enojada, pero no estaba segura de con quien, si con Clodomiro, con el padre Benigno o con su padre, tal vez estaba enojada consigo misma y tampoco lo sabía, tenía ganas de correr, o de gritar o de golpear algo, pero sabía que por educación, y porque se encontraba en plena vía pública, debía contenerse y comportarse, pero toda esa presión la hacía incluso perderse y la obligaba a corregir el rumbo en un pueblo que apenas era más grande que un pañuelo. Tendría que leer el diario de su padre para saber de qué hablaba Clodomiro, pero no lo haría aún, no como se sentía o podía acabar estrellando una silla contra algo o alguien. Caminó rápido y con la vista fija en el suelo de vuelta a su casa para no hablar con nadie, pero no entró cuando llegó, sino que siguió de largo. Clarita salió a recibirla pero Elena le hizo una seña de que la esperara y siguió caminando cerro arriba, Gracia le mencionó algo y la niña simplemente asintió, cinco segundos después, la niña se olvidó del asunto y siguió con sus cosas. Elena continuó hasta las pozas de agua fría, se quitó el vestido con rudeza y se sumergió en el agua helada de una vez y por completo, allí gritó, pataleó y le dio de golpes al agua hasta quedarse sin aliento. Una hora después bajó hasta su casa como si nada, respirando tranquila y sintiéndose renovada. Después del almuerzo, Clarita estaba sentada en la hierba simplemente observando el paisaje con el ceño y la boca apretados, con cara de preocupación, Elena se sentó a su lado para preguntarle qué le pasaba, “Gracia está muy rara, habla de un chico en la iglesia que puede verla…” A Elena le tomó sólo un par de segundos atar los cabos para darse cuenta de que aquel chico sólo podía ser el nuevo sacristán, “Eso es estupendo, ¿no?” Dijo Elena entusiasmada, la niña la miró como si se hubiese vuelto tonta de remate, “Pero si cualquiera puede verla como me ves a mí, no entiendo qué tiene eso de estupendo”

El antiguo Cristo tenía una mirada diferente al nuevo, mientras en este último el artista se había enfocado en el intenso dolor físico que debía estar sufriendo el Señor en ese momento, cosa que era natural dado el tormento por el que estaba pasando, el roto mostraba una expresión de profunda compasión por quienes le estaban causando tal sufrimiento, y por la humanidad en general, lo que le daba un aire mucho más divino a aquel mientras que este último se percibía como más humano, apenas una simple discrepancia con la interpretación artística pero que se le hacía demasiado evidente al padre Benigno, aunque tal vez sólo fuera nostalgia o un simple hábito visual que de pronto cambia y el cerebro debe readaptarse, como sea, lo cierto era que el artista había hecho un trabajo estupendo y debía conformarse, aunque todavía lo sintiera como un extraño. El sacerdote se arrodilló frente al intruso aquella mañana y se entrelazó los dedos para orar debido a su desagradable encuentro con Clodomiro Almeida el día anterior, y los sentimientos que esto le había causado, necesitaba perdón y claridad. Los pasos se sintieron al momento, le provocaron una extraña remembranza que disipó en el acto mismo en el que ese recuerdo se le hacía realidad frente a sus narices cuando levantó la vista: Ignacio Ballesteros estaba parado frente a él en su iglesia. Al principio sintió que el Señor le estaba jugando una broma o le había entendido todo al revés, porque de todos los seres humanos del planeta, ese era el menos apropiado en ese momento, pero algo en la mirada del joven lo hizo dudar, “¿Qué está haciendo usted aquí?” su tono fue manso, el del joven también, “Tiene que ayudarnos, padre”

La historia era así: hace algunos días, durante la noche en la ciudad, un desconocido irrumpió en la casa de Clodomiro Almeida rompiendo una ventana, con la intención de robar con toda seguridad, una casa que llevaba varios días desocupada, al día siguiente alguien se dio cuenta y avisó a las autoridades, como el propietario no estaba ubicable por ninguna parte, los agentes decidieron entrar para verificar el daño ocurrido e iniciar alguna investigación, pero se encontraron con una desagradable sorpresa que nada tenía que ver con el robo, y que palideció el protagonismo de éste último “…había una habitación, en la que no creí hasta no ver con mis propios ojos, adaptada como una especie de templo de adoración, o algo así…” “¿Adoración de qué?” interrumpió el cura ansioso, Ignacio francamente no sabía cómo explicarlo, “No lo sé, tenía en medio una momia con un vestido puesto y rodeada de esqueletos de bebés, la cosa más trastornada que había visto en mi vida, todo lleno de flores y velas, con un brasero en medio donde se quemaron, vaya a saber usted qué cosas, estrellas dibujadas en el piso y pocillos con polvos misteriosos repartidos por todas partes ¡Auténtica magia negra, padre! todo dentro de su propia casa, en un cuarto que, por el olor y el aire pesado, llevaba mucho tiempo sin ser ventilado de ninguna manera. Sabía que ese hombre era un caso especial, pero no me esperaba nada como esto” El padre sintió cierto aire de orgullo hacia sí mismo por ver confirmadas sus desconfianzas hacia ese hombre, pero de inmediato le siguió la preocupación, “Dios mío, Elena” Ignacio imitó su cara de preocupación y asintió corroborándola, “Así es padre, por eso estoy aquí. Los agentes encontraron docenas de papeles garabateados con frases incoherentes, dibujos sin sentido, nombres de desconocidos y palabras ininteligibles, algunos a medio quemar, otros simplemente desechados, en varios de ellos un nombre se repetía: Elena. Podía ser cualquier Elena si no fuera porque ese desgraciado tenía retratos de mi madre, junto a esa momia y sus flores, que ni yo conocía y un viejo pañuelo manchado de sangre con su nombre, Diana Ascalante. No sé de dónde los sacó ni por qué él los tenía, pero lo primero que pensé fue en mi hermana…” El padre le puso sus enormes manos sobre los hombros, era fácil, dada la marcada diferencia de tamaño, “Hiciste bien, hijo…” llamarlo hijo era algo que no se le hubiese ocurrido hace apenas una hora, “…Ese hombre está tras tu hermana con la más absurda de las ideas…” El cura hizo una pausa inseguro de cómo debía decir lo que debía decir, mientras Ignacio se imaginaba de todo “…cree que de alguna manera, Elena puede ser su hija”



León Faras.

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