IX.
Cuando
abandonó el café donde se había reunido con Clodomiro, Elena se sentía
realmente enojada, pero no estaba segura de con quien, si con Clodomiro, con el
padre Benigno o con su padre, tal vez estaba enojada consigo misma y tampoco lo
sabía, tenía ganas de correr, o de gritar o de golpear algo, pero sabía que por
educación, y porque se encontraba en plena vía pública, debía contenerse y comportarse,
pero toda esa presión la hacía incluso perderse y la obligaba a corregir el
rumbo en un pueblo que apenas era más grande que un pañuelo. Tendría que leer
el diario de su padre para saber de qué hablaba Clodomiro, pero no lo haría
aún, no como se sentía o podía acabar estrellando una silla contra algo o
alguien. Caminó rápido y con la vista fija en el suelo de vuelta a su casa para
no hablar con nadie, pero no entró cuando llegó, sino que siguió de largo.
Clarita salió a recibirla pero Elena le hizo una seña de que la esperara y
siguió caminando cerro arriba, Gracia le mencionó algo y la niña simplemente
asintió, cinco segundos después, la niña se olvidó del asunto y siguió con sus
cosas. Elena continuó hasta las pozas de agua fría, se quitó el vestido con
rudeza y se sumergió en el agua helada de una vez y por completo, allí gritó,
pataleó y le dio de golpes al agua hasta quedarse sin aliento. Una hora después
bajó hasta su casa como si nada, respirando tranquila y sintiéndose renovada. Después
del almuerzo, Clarita estaba sentada en la hierba simplemente observando el
paisaje con el ceño y la boca apretados, con cara de preocupación, Elena se sentó a su lado para preguntarle qué
le pasaba, “Gracia está muy rara, habla de un chico en la iglesia que puede
verla…” A Elena le tomó sólo un par de segundos atar los cabos para darse
cuenta de que aquel chico sólo podía ser el nuevo sacristán, “Eso es estupendo,
¿no?” Dijo Elena entusiasmada, la niña la miró como si se hubiese vuelto tonta
de remate, “Pero si cualquiera puede verla como me ves a mí, no entiendo qué
tiene eso de estupendo”
El
antiguo Cristo tenía una mirada diferente al nuevo, mientras en este último el
artista se había enfocado en el intenso dolor físico que debía estar sufriendo
el Señor en ese momento, cosa que era natural dado el tormento por el que
estaba pasando, el roto mostraba una expresión de profunda compasión por
quienes le estaban causando tal sufrimiento, y por la humanidad en general, lo
que le daba un aire mucho más divino a aquel mientras que este último se
percibía como más humano, apenas una simple discrepancia con la interpretación
artística pero que se le hacía demasiado evidente al padre Benigno, aunque tal
vez sólo fuera nostalgia o un simple hábito visual que de pronto cambia y el
cerebro debe readaptarse, como sea, lo cierto era que el artista había hecho un
trabajo estupendo y debía conformarse, aunque todavía lo sintiera como un
extraño. El sacerdote se arrodilló frente al intruso aquella mañana y se
entrelazó los dedos para orar debido a su desagradable encuentro con Clodomiro
Almeida el día anterior, y los sentimientos que esto le había causado,
necesitaba perdón y claridad. Los pasos se sintieron al momento, le provocaron
una extraña remembranza que disipó en el acto mismo en el que ese recuerdo se
le hacía realidad frente a sus narices cuando levantó la vista: Ignacio
Ballesteros estaba parado frente a él en su iglesia. Al principio sintió que el
Señor le estaba jugando una broma o le había entendido todo al revés, porque de
todos los seres humanos del planeta, ese era el menos apropiado en ese momento,
pero algo en la mirada del joven lo hizo dudar, “¿Qué está haciendo usted
aquí?” su tono fue manso, el del joven también, “Tiene que ayudarnos, padre”
La
historia era así: hace algunos días, durante la noche en la ciudad, un desconocido
irrumpió en la casa de Clodomiro Almeida rompiendo una ventana, con la
intención de robar con toda seguridad, una casa que llevaba varios días
desocupada, al día siguiente alguien se dio cuenta y avisó a las autoridades,
como el propietario no estaba ubicable por ninguna parte, los agentes
decidieron entrar para verificar el daño ocurrido e iniciar alguna
investigación, pero se encontraron con una desagradable sorpresa que nada tenía
que ver con el robo, y que palideció el protagonismo de éste último “…había una
habitación, en la que no creí hasta no ver con mis propios ojos, adaptada como
una especie de templo de adoración, o algo así…” “¿Adoración de qué?”
interrumpió el cura ansioso, Ignacio francamente no sabía cómo explicarlo, “No
lo sé, tenía en medio una momia con un vestido puesto y rodeada de esqueletos
de bebés, la cosa más trastornada que había visto en mi vida, todo lleno de
flores y velas, con un brasero en medio donde se quemaron, vaya a saber usted
qué cosas, estrellas dibujadas en el piso y pocillos con polvos misteriosos
repartidos por todas partes ¡Auténtica magia negra, padre! todo dentro de su
propia casa, en un cuarto que, por el olor y el aire pesado, llevaba mucho
tiempo sin ser ventilado de ninguna manera. Sabía que ese hombre era un caso
especial, pero no me esperaba nada como esto” El padre sintió cierto aire de
orgullo hacia sí mismo por ver confirmadas sus desconfianzas hacia ese hombre,
pero de inmediato le siguió la preocupación, “Dios mío, Elena” Ignacio imitó su
cara de preocupación y asintió corroborándola, “Así es padre, por eso estoy
aquí. Los agentes encontraron docenas de papeles garabateados con frases
incoherentes, dibujos sin sentido, nombres de desconocidos y palabras
ininteligibles, algunos a medio quemar, otros simplemente desechados, en varios
de ellos un nombre se repetía: Elena. Podía ser cualquier Elena si no fuera
porque ese desgraciado tenía retratos de mi madre, junto a esa momia y sus flores,
que ni yo conocía y un viejo pañuelo manchado de sangre con su nombre, Diana Ascalante.
No sé de dónde los sacó ni por qué él los tenía, pero lo primero que pensé fue en
mi hermana…” El padre le puso sus enormes manos sobre los hombros, era fácil, dada
la marcada diferencia de tamaño, “Hiciste bien, hijo…” llamarlo hijo era algo que
no se le hubiese ocurrido hace apenas una hora, “…Ese hombre está tras tu hermana
con la más absurda de las ideas…” El cura hizo una pausa inseguro de cómo debía
decir lo que debía decir, mientras Ignacio se imaginaba de todo “…cree
que de alguna manera, Elena puede ser su hija”
León Faras.
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