VIII.
Cuando
parecía que había desaparecido y se había vuelto a la ciudad, Almeida
reapareció, leyendo un periódico y tomándose un café en la calle, en el centro
del pueblo, era media mañana, vio de reojo la enorme y oscura silueta del padre
Benigno acercándose, pero siguió concentrado en su lectura hasta que el cura se
plantó frente a él, “¡Padre Benigno! ¿Cómo está? ¿Se toma un café conmigo?” Y
ya llamaba al mesero con un gesto de la mano pero el sacerdote no estaba
interesado en un café, “Elena me contó lo que usted le dijo…” “¿Quiere hablar?
Siéntese…” Sugirió Clodomiro, y luego le pidió el café, sólo cuando éste llegó,
dobló su periódico y lo dejó a un lado para darle su atención al cura, “¿Qué es
lo que le preocupa, padre?” “Me preocupa la salud mental de una joven que ha
debido pasar momentos muy difíciles, como para ahora, además, tener que lidiar
con esas ideas suyas” Benigno lucía pétreo y lívido como el mármol, Almeida en
cambio era un sangre fría, incapaz de alterarse con nada, “No padre, lo que a
usted le preocupa es que yo esté mintiendo. No miento padre.” “¡Pero cómo puede
estar seguro de esa supuesta paternidad!” Benigno levantó la voz
innecesariamente, lo que provocó una incómoda pausa, luego de varios segundos
Clodomiro continuó, “Yo no le dije que lo estuviera, yo le hablé de una
posibilidad, no de una certeza. Creo que usted ha entendido mal, padre”
Clodomiro tomó un sorbo de su café abusando de su parsimonia, luego agregó,
“Además, si existe esa posibilidad, usted no tiene derecho simplemente a
rechazarla y aunque respeto profundamente su opinión, yo no tengo la obligación
de atenderla, recuerde que yo no comparto sus creencias religiosas” “Ya veo que
no…” respondió el cura poniéndose de pie, Clodomiro cogió su periódico otra
vez, “¿Se da cuenta, padre? Mi trabajo es revelar la verdad, el suyo es
ocultarla” “Sólo es su verdad…” escupió el cura a medida que se retiraba.
Almeida esbozó una sonrisa, había visto que Elena se acercaba y que se iba a
encontrar al cura en su camino, luego llamó al mesero para que le recalentara
el café que Benigno había dejado sin tocar.
La
llegada de Elena no era ninguna casualidad, pues Clodomiro le había pagado a
Gumurria para que llevara una nota a casa de Elena, para que ésta se reuniera
con él en el café si es que ella así lo deseaba, en eso había sido muy claro,
para simplemente hablar luego de un par de días en los que él estaría ocupado,
y Elena había accedido, lo que lo ponía lícitamente feliz. La chica
efectivamente se cruzó con el cura y ya se adivinaba lo que sucedía pues los
había alcanzado a ver hablando, “…No se preocupe padre, sólo quiero ver qué es
lo que quiere…” Lo tranquilizó la muchacha, pero al padre Benigno ya se le
había atravesado irremediablemente en la garganta ese hombre y no había nada
que pudiera hacer o decir que lo hiciera cambiar de idea, “Ese hombre no tiene
moral, ni valores cristianos, no debes creer en nada de lo que te diga”
advirtió el cura, recuperando por algunos segundos su talante severo, el cual
disipó de inmediato para despedirse, “Bueno hija, tengo cosas que hacer. Luego
hablamos”
Clodomiro
se puso de pie de un salto en cuanto vio a Elena llegar, “¡Elena! Qué gusto de
que hayas podido venir” Elena no presentó el mismo entusiasmo, “Sólo estoy aquí
para dejarle en claro que no estoy interesada en tener un padre diferente, y
que aunque lo estuviera, estoy bastante segura de que lo que usted dice es
imposible de probar” Almeida fingió sentirse ofendido, “Oh, pero muchacha, si
yo no pretendo probar nada ni exigirte nada, sólo estoy interesado en conocerte
un poco, si tú quieres, por supuesto, en hablar y en mantener esa posibilidad
viva en mi corazón… Soy un hombre que ya tiene sus años, y estas cosas importan
a mi edad…” “Pues a mí me parece muy extraño que ahora, después de tanto
tiempo, usted venga a decirme esto” respondió Elena, incapaz de conmoverse.
Clodomiro sonrió con los labios apretados, “No es tan extraño, Elena, verás. Cuando
Diana estaba embarazada de ti, yo inmediatamente quise saber si ese hijo que
esperaba era mío, pues era plenamente posible, pero ella me lo negó, por
supuesto, era una mujer casada, e incluso llegó a amenazarme, en una ocasión,
con decirle a su esposo que yo la estaba acosando, cuando en realidad, era ella
la que me buscaba como su único amigo. Debes entender que en ese tiempo, la
salud mental de tu madre comenzó a deteriorarse y nadie podía saber a ciencia
cierta si lo que decía era verdad o no, ni siquiera yo, que la conocía desde
que éramos unos críos, porque ella se comportaba de modos muy diferentes y
desconcertantes, cosa que fue empeorando con el tiempo, tú debes recordarlo…”
Elena asintió, Clodomiro tenía toda su atención, éste continuó, “…Bueno, pues
cuando ella murió, murió cualquier vínculo que pudiera haber entre tú y yo, por
lo que me alejé y me enfoqué en mi vida y en mi trabajo, hasta que tu hermano
me contactó y me contó lo que había sucedido contigo, obviamente accedí a
ayudarlo de inmediato, pero créeme, después de tantos años, tú ya habías
crecido y yo había desechado toda ilusión de tener una hija en un proceso que no
había sido nada fácil para mí. Luego vino lo de tu relación con Horacio y tu
posterior embarazo de él…” Elena detectó cierto tono sospechoso en sus últimas
palabras, “¿De qué clase de relación con mi padre habla?” Clodomiro se mostró
sorprendido, “De la que está descrita claramente en el diario de tu padre y de
tu puño y letra, además… Yo leí ese diario, Elena, sé de lo de tu relación con
Horacio” Elena lo miró dispuesta a decapitarlo con la mirada, “Yo no he escrito
nada en ese diario ni tampoco he tenido ninguna relación con mi padre”
Clodomiro mostró total inocencia, “Pues puedes pedirle ese diario al padre
Benigno y leerlo, yo no te mentiría con algo así” “Termine con su historia…”
Ordenó Elena sin miramientos, Almeida obedeció, desconcertado “Si ves ese diario
sabrás quién te miente y quién te dice la verdad. Bueno, pues luego de saber eso,
yo decidí que lo mejor era seguir negando esa posibilidad de que fueras mi hija,
hasta que sucedió algo con el poder suficiente de cambiarlo todo…” Clodomiro se
mostró exageradamente grave, “He estado a punto de morir, Elena, nada como ver la
muerte de cerca puede hacer que un hombre se replantee la vida, fue entonces cuando
tomé la decisión de decírtelo, comprendí que tú debías saberlo y yo debía asumir
fuera cual fuera tu respuesta, sólo así podría descansar en paz, llegado el momento”
León Faras.
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