XIV.
Elena
despertó de su sueño restregándose los ojos con pereza y comentando lo bien que
había dormido, no recordaba nada de lo que hubiese soñado ni menos que hubiese dicho
algo en voz alta, pero el rostro de las personas que la rodeaban era inquietante
por sí solo, sobre todo, la cara de rechazo de su hermano, como si ella acabara
de hacer algo asqueroso, el padre, en cambio, mantenía los labios apretados y
la vista fija en el suelo, la chica buscó la mirada del doctor Werner, “¿Ha
salido algo mal?” El psiquiatra confirmaba su estado de salud, “Nada, muchacha,
todo ha salido muy bien” Respondió éste, revisándole las pulsaciones,
“Entonces, por qué todos tienen esa cara” preguntó Elena con una sonrisa
torcida y forzada, como su seguridad. “Elena, tenemos que hablar” Dijo el cura,
sin apenas dirigirle la mirada, y su voz sonó gélida, como el aliento de una
rendija en invierno.
El
doctor Werner tuvo que retirarse, pues debía conducir de vuelta a casa y no
deseaba hacerlo hasta tarde en la noche, sin embargo, antes de irse dejó
abierta la posibilidad para una nueva visita. Los restantes se movieron al
despacho del cura. Elena comenzaba a sentirse incómoda con la fría actitud de
todos, “¿He dicho algo sobre la escritura en el diario?” preguntó, tomando una
silla, a la vez que la iniciativa, su hermano apoyaba media nalga sobre el
escritorio del cura y se cruzaba de brazos, como el típico detective sabihondo,
“Vaya que si has dicho cosas, Elena” Su voz sonaba a reproche, a la chica eso
le disgustó, “Bueno, pues puedes empezar a contarme qué dije, porque yo no me
he enterado de nada” Su tono fue de principio de enfado. El cura intervino,
“Escucha Elena, es necesario que tomemos esto con toda calma…” A Elena le
pareció que se estaba haciendo una tormenta de un charco, “¡Pero por qué! Qué
fue lo tan terrible que dije como para que ahora, todos me miren como si oliera
a mierda” Elena no acostumbraba a usar ese tipo de vocabulario, ni menos frente
al cura, pero ya empezaba a mosquearse de que todos supieran algo sobre ella,
menos ella. El doctor Cifuentes se le acercó por la espalda, “Creo que es justo
que leas esto antes de seguir: esta eres tú y estas son las preguntas del
doctor Werner” Elena cogió el manuscrito, “He reproducido todo palabra por
palabra” Advirtió el doctor antes de volver a su sitio. Elena leyó molesta,
como estaba, con el ceño y la boca apretados, pero poco a poco lo fue relajando
y estirando hasta convertirlo en asco y horror, con el que despegó la vista del
papel para mirar incrédula a los demás, “¿Yo dije todo esto? Pero, no puede
ser… esto es un error” El cura le cogió una mano, paternal, “Eso es lo que
dijiste, Elena, ahora, a todo esto hay que darle una interpretación” La chica
se puso de pie, esto era peor de lo que esperaba, intentó buscar algo de todo
eso, tanto en su memoria reciente como en sus recuerdos más profundos, pero su
cabeza le negaba cualquier información al respecto, volvió a leer el texto,
“…yo seduje a mi padre… ¿Yo engendré un hijo suyo en mi vientre? ¿Pero cómo es
posible que yo haya hecho esto?” Elena estaba angustiada sus puños se apretaban
y sus ojos se humedecían. Su hermano la quiso consolar, “Vamos Elena, no te
aflijas, si hubieses hecho todas esas cosas, con seguridad las recordarías, ¡no
puedes simplemente olvidar ciertas cosas y recordar todas las demás! Además, no
debes fiarte demasiado de aquellas ciencias paganas caza-bobos como la
hipnosis. Sé de algunas chicas muy hábiles en esas artes y no han recibido más
educación que la de la calle” Ignacio quiso banalizar todo el asunto con sus bromas
pero Elena no tenía ganas de reírse, “Me estoy volviendo loca, como mi madre…” declaró,
dejándose caer sobre la silla, derrotada, “Elena, no debes decir eso…”
Intervino el cura, tratando de usar su autoridad sobre el criterio de la
muchacha, ésta lo miró, enseñándole la hoja de papel con profunda pena en la
mirada, “Aquí dice que enterré un recién nacido vivo, ¡Mi propio hijo! Un hijo
que yo misma engendré seduciendo a mi padre, ¡Y no recuerdo nada de eso! ¿Acaso
no es un acto digno de alguien que está completamente desquiciado?”; “No, no lo
es, Elena” Declaró Cifuentes con una seguridad inverosímil en ese momento,
Elena lo miró esperando encontrar algo de verdad en sus palabras. El doctor continuó,
“La locura es una enfermedad con parámetros bien definidos desde hace siglos,
cuyo principal síntoma es el reemplazo arbitrario de la realidad por una
caprichosa idea a la que el paciente se aferra. En este momento, como en los
demás, tu comportamiento o tu forma de pensar no muestran ninguna anormalidad.
Son episodios, Elena, y no son tan raros si pensamos en todo lo que has vivido,
en los pensamientos y emociones que has debido procesar y digerir. Todos
decimos, hacemos o pensamos locuras cuando nos vemos sometidos a situaciones
duras o difíciles, Elena. Lo más importante ahora, es que no debes tomar todo
eso que dijiste como hechos irrefutables, tal vez sólo son emociones reprimidas,
culpabilidades o miedos, sentimientos muy fuertes, capaces de manipular a una
persona. En primer lugar, creo que hay que buscar el origen para determinar qué
es cierto y qué no lo es. Lo mejor, sería centrarnos en el último episodio que
hayas vivido y que hayas olvidado, con ayuda del doctor Werner, claro, en el
más reciente para comenzar, de seguro que fue hace un buen tiempo, y
probablemente tenga pocas posibilidades de repetirse” Elena se había
tranquilizado, asentía, se podía decir que incluso tenía un brillo de esperanza
en la mirada, Ignacio por su parte estaba impresionado del discurso de su
colega.
Ya
era de noche, y su hermano la llevó hasta su casa en el coche de Rupano. Al
llegar allí, encontró a Clarita enrollada en las cobijas de su cama aún
despierta, la besó en la frente y se tiró en la suya para liberarse de sus
zapatos, Clarita se sentó de piernas cruzadas, como un indio “…no estás loca,
Elena” Le dijo inesperadamente, mientras Elena se quitaba la ropa para dormir,
ésta la miró como si se tratara de una aparición fantasmagórica. La niña
agregó, “Gracia te ha estado siguiendo últimamente, no te enfades con ella, lo
que pasa es que le agradas y se preocupa por ti…” Elena se había quedado
congelada con medio vestido puesto, suspiró y acabó de quitárselo, “No me
enfado, Clarita, se lo agradezco, en serio, pero no creo que pueda hacer nada
por mí ahora” Clarita sorbió los mocos sonoramente, luego afirmó, “Recuerda que
ella vio a la mujer quemada, la de los ojos de diferente color…” Elena se metía
el camisón para dormir, cuando éste cayó completamente, apareció el rostro de
la muchacha con la expresión de haber descubierto algo preocupante en su mente,
“Oriana…” dijo, y luego agregó, “Mi madre… ella dice que es mi madre, pero no
lo es. Por Dios” Clarita asintió, cubierta hasta las orejas por la cobija, “Por
eso es que ella te ha estado siguiendo…” susurró, e inmediatamente exclamó en
voz alta a su costado, “¡Esa es una tontería!” La niña fingía un enfado con su
hermana, luego añadió, “¡Por supuesto que ella puede verte y oírte, boba, todo
el mundo puede!…” y agregó dirigiéndose a Elena, “¿Verdad?” El silencio de
Elena era elocuente, aún así, ésta se atrevió a negar suavemente con la cabeza,
Clarita parecía estar viendo a su hermana por primera vez, apretó el ceño
enrabiada “¡Cómo que me lo has dicho muchas veces! Oye, tenemos que hablar sobre
esto” “Aunque me gustaría mucho verla alguna vez” agregó Elena amistosa, sin
sospechar que Gracia le tenía una sorpresa preparada… un puñado de encendidos
pétalos de Dedales de Oro, voló de la nada en la habitación para caer sobre sus
faldas, Clarita no parecía impresionada, pero Elena estaba maravillada. Luego
de la “Increíble demostración” la niña volvió a acostarse, esta vez para
dormir, “Duerme tranquila, Gracia dice que estará alerta… siempre lo está”
Aquella
noche, Elena se durmió tarde, tenía mucho que pensar, había confesado cosas
horribles durante la sesión de hipnosis, pero, eran cosas de las que no tenía
ningún recuerdo, se preguntaba si aquellas valdrían como pecado para Dios, ella
opinaba que no, que eso no sería justo.
León Faras.
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