jueves, 14 de mayo de 2020

Autopsia. Quinta parte.


XI.

Guillermina no le dijo nada a Elena, porque en un principio no pensaba hacerlo y luego porque simplemente se le olvidó y la chica, después de leer el diario, tampoco hizo más preguntas, pero lo cierto era que el cura, Rupano y su recién llegado hermano Ignacio, habían partido hacia su casa en el mismo momento en el que ella llegaba al pueblo sin toparse en el camino porque ella tenía la costumbre de cortar por el olivar. Cuando Guillermina la acompañó hasta la puerta, estaba siendo esperada por Gumurria con su infaltable sonrisa de suficiencia y su astilla entre los dientes, negó con la cabeza sin dejar de sonreír, Clodomiro le había dicho el momento y el lugar en el que debía darle un mensaje a Elena, y el tipo había acertado, “…ese tipo es el diablo, señorita, yo que usted, no me fiaría demasiado, pero me dijo que estaría aquí, que le dijera que él estaba en la hostal y que seguramente usted estaría interesada en hablar con él” Gumurria era la clase de hombre que siempre intentaba sacar provecho de cualquier situación y que nunca se da por vencido sin al menos recuperar la inversión, un payaso astuto y burlesco, una buena persona que jamás buscaba el mal de nadie, pero que le dolía ayudar a alguien sin recibir nada a cambio. Elena sí quería hablar con Almeida después de ojear el diario y comprobar que era cierto lo que le había dicho, pero no pensaba hacerlo en ese momento, ella prefería hablar con el cura antes, pero si éste no estaba y Clodomiro sí, pues decidió ir a hablar con aquel ya que estaba allí. Gumurria no la acompañó, sólo se quitó la astilla de los dientes, escupió al suelo y se la volvió a poner, forzando un desinterés. 

Elena no accedió a acompañar a Clodomiro a su cuarto, cosa que éste desechó solícito, sugiriendo que hablaran en la sala común que Heraldo tenía preparada para sus huéspedes, su atenta mujer les llevó un café a cada uno, “Así que finalmente has leído el diario de tu padre… ¿Encontraste lo que buscabas?” preguntó Almeida besando su taza de café, “Supongo que sí, aunque sólo me dejó más confundida…” Elena mantenía prudente distancia y tal como la vez anterior, no se mostró interesada en probar el café, Clodomiro sonrió más por los ojos que por los labios, “Eso es algo que tiene solución. Tú y yo tenemos un amigo en común que te puede ayudar…” Y se quedó como esperando el interés de Elena que no pareció cuajar nunca, finalmente el hombre continuó, “…me refiero al doctor Werner, un hombre serio y profesional al que he visto ejecutar una técnica impresionante a la que llama Psicofisiología, una práctica muchísimo más antigua de lo que se piensa, a la que algunos se les ha dado llamar hoy en día Hipnosis, ¿Has oído hablar de ella?” a Elena no le sonaba de nada esa palabra, Clodomiro continuó, “Hay personas que han sido curadas de sus afecciones mentales gracias a esta técnica…” “¿Piensa usted que yo pueda estar loca?” Cortó Elena, más preocupada que ofendida, Almeida negó con las manos como si espantara una mosca, “¡Nada de eso, muchacha! La hipnosis es muy útil para encontrar los recuerdos perdidos en la mente de las personas, como cuando sueñas algo y luego no lo puedes recordar, así mismo, la mente no olvida, sólo es que los guarda en casilleros a los que no podemos acceder libremente, pero con la hipnosis sí puedes, puedes buscar en tu mente el momento en el que escribiste en ese diario y por qué lo hiciste o…” Y Almeida hizo una pausa como esperando el momento exacto para meter su segunda intención, “…puedes recordar qué fue lo que pasó con el niño que abortaste” Elena se puso de pie, muy seria, “No creo que eso sea algo que desee recordar” Clodomiro también se puso de pie y se le paró enfrente, para cortarle la salida, “Sólo es una sugerencia, muchacha, nada más, pero es una sugerencia que deberías considerar, piensa que sólo aclarando tu mente podrás sanar tu pasado y vivir en adelante libre de dudas y de pasajes oscuros en tu vida” “¡Deje en paz a mi hermana ahora mismo!” Clodomiro volteó la cabeza lentamente, como inseguro de que se dirigieran a él, mientras Elena se inclinaba hacia un lado con la boca abierta y el ceño apretado, como si hubiese oído algo inclasificable dentro de su mismo espacio y tiempo, pero no, era su hermano, Ignacio Ballesteros, escoltado por la enorme y oscura figura del padre Benigno en la puerta de la hostal, “¿Ignacio?” Clodomiro se volteó del todo, dejándole libre el paso a la muchacha, “¡Ignacio, qué sorpresa verlo! ¿Cómo está usted?” Saludó cordial y sonriente, el muchacho lo ignoró por completo dirigiéndose a su hermana, “Elena, acompáñanos por favor…” Elena no se movió, Clodomiro protestó la indiferencia y finalmente el padre Benigno intervino para decirle a la muchacha que necesitaban hablar con ella, “Pero qué está sucediendo” respondió ésta, incapaz de darle sentido a toda esa escena, “Este tipo es un maniaco con un circo de horrores montado en su propia casa” Ignacio estaba iracundo, parecía capaz de golpear a alguien en cualquier momento, Elena entendía cada vez menos y Clodomiro rió divertido, como celebrando la ocurrencia, “Si se refiere a la mujer momificada y a los esqueletos de inocentes que la rodean, pertenecieron al difunto Anselmo Burgos, están en mi poder porque me hice con su propiedad hace un tiempo cuando él murió y son parte de una investigación sobre su trabajo que estoy realizando, que es a lo que me dedico, precisamente. Tengo todos los documentos pertinentes, nada es ilegal, lo que dudo mucho que usted pueda decir lo mismo, para haber podido irrumpir en mi casa, señor” Ignacio estiraba la columna cuando tenía alguna disputa como en una acción inconsciente de su mente primitiva para verse más alto e intimidante de lo que realmente era, “Lo legal o ilegal está por verse, señor, lo que sí puedo decirle es que yo no he irrumpido en su casa, y ni falta me hace, fue un desconocido con la intención de robarle. Las autoridades debieron intervenir” Clodomiro borró su sonrisa petulante, “En ese caso, gracias por el aviso, señor, me haré cargo de eso inmediatamente” Luego se dirigió a Elena, “Considera lo que te he dicho. Hablaremos después” Y se retiró a su cuarto. Ignacio volvió lentamente su columna vertebral a su postura normal, sabía que su hermana tenía todo el derecho de repudiarlo, si quería, como él lo había hecho antes, “Perdóname por favor, no puedo creer que haya escuchado todas esas porquerías que este hombre dijo de ti” Se excusó arrepentido, Elena esbozó una sonrisilla, era raro y divertido ver a su hermano, al que siempre le sobraba seguridad y orgullo, en esa actitud sumisa, “Pues con todas las porquerías que yo he escuchado de ti, creo que estamos a mano…” Respondió la muchacha al tiempo que se colgaba del cuello de su hermano en un abrazo que a ella, no le faltaban las ganas de dar.



León Faras.

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