viernes, 12 de agosto de 2011

Del otro lado.

I. 


             Laura Moros se abraza las rodillas sobre la silla junto a la ventana que da vista a la inmensidad de la ciudad, completamente sola en el pequeño departamento ubicado en el tercer piso de uno de los muchos bloques que formaban aquella población, donde vivía junto a su madre y su hermana menor. Observa fijamente, con curiosidad y melancolía la vacía maseta que descansa sobre el consumido mueble de cocina frente suyo, bueno, vacía es solo un decir, pues está llena de tierra, pero sin su mimado filodendro, un arbusto que había estado desde que lo adquirió a punto de morir, y por el cual, ella se había esforzado en todas las formas posibles para evitarlo, había sido un regalo de la Gladis, su vecina, quien estaba cansada precisamente de la renuencia de la planta por mantenerse saludable. Ahora el desteñido recipiente de greda sólo contenía tierra seca y endurecida sin ningún rastro de su preciado vegetal.

Es madrugada. Su recientemente adquirida costumbre de presenciar la salida del sol todas las mañanas, algo absolutamente impensado hasta hace muy poco, no es algo que se haya propuesto. Madrugar es tan poco agradable para ella como para cualquiera, salvo algunas excepciones, aunque ella no conoce a nadie en particular que le cause placer levantarse tan temprano. Desde hace un tiempo, simplemente despierta, completamente lúcida como si hubiera dormido diez horas, justo antes del alba y esto es solo una diminuta porción de lo que su vida se ha alterado en los últimos días y en la forma más tajante e incomprensiblemente radical.

Con veintisiete años, Laura es una chica educada en colegios públicos, que trabajaba como vendedora en una tienda de ropa. Sostenía el hogar junto a su madre, Gloria Verdugo, peluquera desde su juventud. Su padre murió en forma instantánea tras dormirse al volante y colisionar violentamente su auto contra un árbol, su hermana Lucía tenía seis años en ese momento, ella diez años más.

El primer día de esta crónica alucinación se despertó estando el cuarto aún a oscuras, el silencio que la acompaña desde entonces era desconcertante y abrumador, tan intenso que lo percibió al momento, no sentía deseos de seguir durmiendo en absoluto, pese a que la noche anterior tenía planes de salir junto a su poco más que amigo, “el Tavo” Gustavo Fuentes, con quien tenía una relación que estaba en perpetuo proceso de convertirse en compromiso, faltándole siempre entusiasmo a ella por las actividades de su proyecto de novio y motivación a él para construir una relación donde ella estuviera más integrada y cómoda. Se incorporó, no había bostezos, ni deseos de estirarse hasta oír crujir su columna o de restregarse los ojos salvajemente hasta dejarlos medio adoloridos, nada de eso. Tampoco sentía nada de frío, la principal motivación para volverse a enrollar en las tapas de su cama por cinco minutos más, que siempre terminaban siendo diez o quince y con la natural consecuencia de tener que volar para no llegar atrasada al trabajo. La lucidez que sentía y la comodidad ambiental la animaron a levantarse de la cama, automáticamente, pues no era necesario, cogió su chaleca gruesa de lana café con botones desproporcionadamente enormes y se la puso, cruzándola por el frente y sujetándola con los brazos igualmente cruzados, calzó sus graciosas pantuflas y empezó a arrastrarlas a cada paso por su cuarto, siempre caminaba levemente curvada hacia delante, como una anciana, una pésima costumbre que solía reconocer pero que detestaba cuando se la corregían. La omnipresente calma la llevó hacia la ventana de su cuarto, media abierta como era su costumbre en esas cálidas noches, la cortina caía estática, el aire no se movía. Tenía la absurda sospecha de que iba a hallar la ciudad destruida, con escombros por todos lados, columnas de espeso humo negro ascendiendo hacia cielos convulsionados, consecuencia de las películas que el Tavo la convencía de ver bajo el monótono argumento de que eran “muy buenas”, conclusión que sacaba según la cantidad de efectos especiales que tenía la producción en cuestión, pero nada de eso, la ciudad estaba en perfecto estado y absoluta calma, de hecho no había ni un rastro de vida, ni siquiera el lejano murmullo de algún vehículo que jamás faltaban, nunca, o algún despertador cercano que a esa hora siempre comenzaban a sonar con irritante insistencia, o el despreciable y obseso perro del vecino de enfrente que constantemente ladraba a cualquier cosa que se moviera, y a algunas que no. No estaba sorda, oía perfectamente sus reptantes pasos, incluso el sutil roce de su pijama.

 Sus estilizadas y separadas cejas se acercaron una a la otra con exagerada energía y sus párpados inferiores se alzaron levemente en un gesto de curiosidad, sus labios se apretaron, se giró sobre si misma y su vista cayó al suelo de su cuarto con la necesidad mental de rumiar las posibles causas de tanta tranquilidad, ¿acaso era día feriado?, no, ni aún así, por último oiría el alboroto de pájaros que se reunía todas las mañanas en los árboles cercanos. Una visión inspirada en su cerebro cortó en seco sus reflexiones y relajó los músculos de su cara, como una inesperada epifanía que le hacía de pronto ver lo obvio, se volteó con rapidez hacia la ventana con los ojos desmesuradamente abiertos, su menuda mandíbula se dejo llevar por la gravedad separando sus finos labios levemente. El gigantesco, nudoso y vetusto plátano oriental que la había torturado por años, todas las primaveras cuando las ansias de reproducción del árbol le provocaban una detestable e insoportable alergia y que estaba en la acera de enfrente, no estaba allí; ¿acaso el municipio lo había retirado para que dejara de promover la producción indiscriminada de lágrimas y moco en los vecinos cada año? Que estupidez, era imposible retirar una estructura como esa, no sin un alboroto que hubiera perturbado a la mitad de América Latina. Laura siempre ha sido asidua a las hipérboles. En ese momento su interés se desvió un par de grados a la izquierda, un poderoso rayo del recientemente aparecido sol en un cielo completamente despejado se estrelló contra su rostro, ella solo notó el aumento de luminosidad y volteó hacia él la vista, intrigada, mirando fijamente la flemática y progresiva ascensión del astro sin que la intensa luz de este pudiera siquiera molestar sus ojos. El cuarto, pobremente iluminado por el trozo de luna, reinante hasta ese momento, se inundó paulatinamente de diáfana claridad.

            La situación se ponía cada vez más absurda, más rara. Con la luz del nuevo día, estudió todo lo que alcanzaba a ver del barrio desde su ventana, sin lograr divisar ni una sola señal de vida. Asumiendo que sus ojos no obtenían resultados, Laura centró toda su atención en lo que podían captar sus oídos, pero el silencio era desesperante, ¿cómo era posible que no se oyera ni siquiera un mísero pájaro?, el maldito tráfico que otras veces la volvía histérica, ahora era increíblemente ausente, en ese momento deseaba por lo menos oír el escándalo que armaban algunos de sus vecinos cuando discutían entre si, pero nada, ni siquiera el llanto de ese niño del piso superior que cuando quería, espantaba al mismísimo diablo. Laura se volvió pensativa, buscando en alguna parte de su memoria la razón de por qué el árbol no estaba, no podía olvidar algo así, usaba sus uñas muy cortas por lo que solo le quedaba morderse nerviosamente el cuero de sus dedos que lograba agarrar con la punta de sus dientes, se dirigió a la puerta de su habitación, tomó la manilla pero se detuvo, esperaba oír a su madre, ella era la primera en levantarse y siempre la oía haciendo esfuerzos por sacar a su hermana de la cama, pero fue inútil, la total ausencia de sonido seguía imperturbable.

            Apretó con su mano la manilla de la puerta de su habitación y comenzó a girarla, podía oír perfectamente como el mecanismo del cerrojo trabajaba al ser accionado por ella, comprendió que los únicos sonidos que oía eran los que ella misma producía, no sentía miedo, talvez ansiedad o expectación. El pasador liberó la puerta y esta pudo abrirse, pero Laura se había quedado inmóvil sosteniéndola, con la vista fija en la nada, pero con toda su atención en una idea recientemente anidada en su mente, “…y si todo esto era un sueño…” nunca antes había tenido consciencia de estar soñando, ¿cómo saberlo?, talvez si hubiera algo que desobedeciera a la lógica, algo aparte del aplastante silencio, pero todo le parecía normal, real, incluso cotidiano, talvez así eran las partes de los sueños que uno no puede recordar, talvez todas las noches pasaba por esto y luego, al despertar olvidaba este tránsito obligado de su mente antes de la vigilia, esta idea la tranquilizó momentáneamente, o mejor dicho moderadamente, lo suficiente para decidirse por fin a abrir la puerta de su cuarto y explorar el resto de su propia casa. La multifuncional habitación de su departamento que era a la vez, living, comedor y cocina, estaba tal y como debía, nada faltaba o sobraba en la escena, solamente que aún estaba en penumbras, no solo porque las cortinas estaban cerradas, sino también porque el sol salía por la parte trasera del lugar, la de los dormitorios. Aunque la escasa luminosidad era suficiente como para caminar sin tropezarse, Laura estiró su mano hasta el interruptor. Luego de encender y apagar varias veces, se resignó a que no funcionaba la luz eléctrica de su casa, bueno, pensó, no era tan terrible, dirigió sus pasos a la ventana situada al lado de la puerta de entrada y se asomó por ella corriendo levemente la cortina, lo que vio le resultó verdaderamente agradable, tanto como para esbozar una apenas perceptible sonrisa, por lo menos dos o tres departamentos del bloque de enfrente, tenían encendidas las luces, una muestra de normalidad en medio del día más raro de su vida, para encender una luz se necesita de un dedo que presione el interruptor y los dedos no andan solos por ahí, concluyó, era una prueba inequívoca de que no estaba tan sola como su imaginación le pretendía hacer creer. Con un ánimo renovado y más optimista se dirigió a la puerta de la habitación contigua a la suya, a la de su hermana, un cuarto creado quitando un trozo de espacio al dormitorio principal y otro al secundario, pues el departamento sólo contaba con dos dormitorios, y Lucía exigió privacidad desde muy pequeña, resultando tres cuartos de idénticas proporciones. La puerta estaba levemente abierta, por lo que solo necesitó una leve presión de sus dedos para abrirla, lo normal era que si su hermana estaba en el interior la puerta estaría cerrada de lo contrario probablemente estaría vacía. Se asomó con timidez, como si pretendiera no molestar, la luz de la mañana se filtraba a través de las cortinas aún cerradas, Laura suspiró, en la habitación no había nadie, pero no todo estaba perdido, la cama estaba deshecha, se acercó a esta y se acuclillo a su lado, las sábanas arrugadas, la almohada torcida, frazadas recogidas, no había duda de que había sido usada, pero al pasar sus manos por encima, no percibió calor, la natural huella que el cuerpo deja pegada a la ropa. Laura estudió un poco la situación, el pijama tampoco estaba, su hermana se había levantado hace algún rato, aún usando la ropa con que durmió. Se puso de pie y miró a su alrededor, hurgueteó los cajones, sólo superficialmente ya que su hermana al igual que ella detestaba que le registraran sus cosas, todo parecía estar ahí, ropa, algunas revistas, peluches, útiles del colegio, la habitación parecía normal, todo se veía tal como debía, el siguiente paso, pensó, era el cuarto de su madre que se encontraba a continuación del de su hermana, allí se dirigió. La puerta estaba cerrada, giró la manilla procurando hacer el menor ruido posible, la pieza estaba en penumbras, la luz del sol luchaba por atravesar las densas y oscuras cortinas pero con poco éxito, se quedó inmóvil contemplando la cama desde el umbral, esta estaba intacta aunque el cubrecama estaba algo arrugado, como si alguien se hubiera tendido encima. La normalidad de todo y la absoluta tranquilidad ya se tornaban desesperantes, Laura suspiró, elevó las cejas mientras estudiaba su entorno solo con los ojos, luego se restregó la cara bruscamente con ambas manos en un gesto de nerviosismo y se volvió a su cuarto, ¿dónde podrían haber ido sin que ella se enterara?, no era común que alguna de las miembros de esa familia hiciera algo, sin que el asunto no se hubiera conversado antes, la comunicación entre ellas era tan estrecha que el hecho de no saber donde estaban le preocupaba demasiado, tanto que ya sentía ansiedad, y mientras más estaba en ese lugar más se angustiaba, por lo que decidió salir a la calle, pero más con la intención de tranquilizar su mente que la de encontrar a su familia, aunque sí mantenía una vaga esperanza de que así fuera. Una vez en su pieza se quitó el pijama y se puso su falda cuadrillé, una polera manga larga y encima la chaleca café que se había puesto al levantarse, luego se dirigió a la puerta de su departamento mientras se arreglaba su pelo liso sin la ayuda de un espejo, asegurándose que estuviera medianamente presentable, a Laura no le agradaba tomarse el cabello. Retiró el seguro y la abrió decidida pero cuando salía se detuvo, con el ceño fruncido retrocedió un par de pasos y dirigió su mirada hacia la parte de la habitación donde funcionaba la cocina, más específicamente, al masetero sobre el gastado mueble que alguna vez fue blanco, recién en ese momento cayó en la cuenta que su filodendro no estaba. Dejó la puerta abierta, y se dirigió caminando lentamente hacia donde debía estar su planta, con la vista fija en la maseta y pestañando con incredulidad, solo encontró un recipiente lleno de tierra estéril, sin ningún rastro de que alguna vez haya existido una planta allí, por un minuto dudó de que la maseta fuera la correcta, pero no, era la vasija de su planta sin su planta. Luego su vista vagó por la habitación sin posarse en ningún lugar específico, sólo dándole tiempo suficiente al cerebro para que encontrara la cada vez más escurridiza lógica a las situaciones que se le presentaban a cada momento, pero su órgano razonador parecía encogerse de hombros y negar con la cabeza dentro de su óseo aposento, finalmente sacudió la cabeza pretendiendo despejarla de tantas cavilaciones, dio media vuelta y se dirigió rápidamente a la salida con la vista en el suelo, contentándose con la única idea que su confundida mente le ofrecía en ese momento, que todo aquello tenía que ser un sueño o una alucinación, o ambas, pero las circunstancias se negaban a darle un respiro, a dos pasos de la puerta levantó la mirada, decidida a salir del departamento, pero debió detenerse, la puerta estaba cerrada, con seguro y todo, hacia dos minutos que la había abierto, estaba segura de eso, pero ahí estaba el pestillo, imperturbable, incapaz de explicarle lo que sucedía… y cerrado. A Laura se le pasó por la mente la idea de que alguien lo había hecho, claro, aunque no había ni una brisa, lo podía comprobar por las cortinas, la puerta podía cerrarse con el viento, pero de ahí a trancarse con el seguro nuevamente, eso no lo hacía el viento, además, el pestillo sólo se ponía por dentro, a menos que tuvieras una llave, ¡las llaves!, recordó de pronto llevándose una mano a su frente, si pensaba salir era mejor que llevara llaves, siempre las olvidaba por lo que debía recurrir al timbre, pero ahora, no confiaba en que le abrirían la puerta si usaba el timbre, así que volvió a su cuarto estudiando su alrededor a cada paso, con la cada vez más persistente idea de que no estaba sola, si todo esto era una broma alguien la iba a pagar muy cara, aunque después debería felicitarlo porque era evidente que se había esmerado. Laura cogió sus llaves del velador y se las guardó en el bolsillo de su chaleca, volvió a la salida y sacó el pestillo, este destrabó la puerta como debía, la manilla giró y la puerta se abrió tal y como lo hizo la primera vez, luego esperó, talvez volvía a cerrarse delante de sus ojos, pero nada, curiosa, volvió a cerrarla y a abrirla nuevamente…nada, salió al balcón de su departamento y se volteó para cerrar, todo funcionaba como debía, desde ahí observó el área de esparcimiento ubicada al centro de aquella conglomeración de bloques habitacionales, nuevamente la boca se la abrió involuntariamente y los ojos se le empequeñecieron, esto definitivamente no podía ser una broma, estaba claro que el lugar no era un área verde propiamente tal, pero los pocos arbolitos que, con trabajo y esmero y la ayuda de los pocos vecinos interesados en protegerlos de los constantes maltratos, sobrevivían allí, tampoco estaban, ni uno solo, el único vestigio de ellos eran las innumerables hojas secas esparcidas por todas partes, estáticas como el aire de esa mañana. Laura pasó de la confusión a la frustración y de ahí al enojo, algo muy raro estaba pasando y sospechaba que muy pronto iba a averiguar qué, por lo que siguió su plan y se dirigió a las escaleras decidida a bajar, y eso hizo, sin echarle ni un vistazo a la aglomeración de plantas que las mujeres de esa casa conservaban en el balcón justo al lado de la puerta, y que ahora no eran más que un montón de masetas llenas de nada más que tierra seca.


León Faras.


5 comentarios:

  1. Hola León =S...la vez pasada por algo pase de este escrito..ahora veo porqué ja!...terminaré de leerlo "Su padre murió en forma instantánea tras dormirse al volante y colisionar violentamente su auto contra un árbol" una coincidencia conmigo...Saludos!

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  2. =)...bien..ahmm..me gusta y espero que no te moleste lo que diré pero al leerlo de pronto me acordé de lo Kafkiano...que no parezca insulto no no,me encanta K. Dime...

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  3. Hola Belce, 1ro, lo siento por tu padre, (yo también perdí al mio).
    2do, con verguenza confieso que no he leido suficiente de Franz Kafka desde el cole, y no, no me molesta para nada tu comentario, pero por lo que entiendo, puede haber una similitud en la soledad que envuelve al personaje (aunque no está sola), pero no espero crear una atmosfera tan angustiante como las de K. si no un relato de realidad mágica (o alternativa) donde la personalidad de los protagonistas hace de la historia algo más ameno. Ahora, estamos deacuerdo en que Kafka es sin duda un tremendo escritor.
    Te agradezco que pases por aquí y nos estamos leyendo...

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  4. Te voy a chocar de tanto que vengo...ahm,si,si, K es uno de mis favoritos,bien que me aclaras que onda con el escrito,esperaré a ver cómo sigue la historia...
    Jajaja ya vi cómo le pusiste ahora a las "calificaciones" algo así había pensando para el mío,me has ganado =)

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  5. Nada de eso Belce, me encanta encontrarte por aquí ya que cuando visito tu blog, ni te enteras...por lo menos, mientras no tengas para comentarrrr...

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