martes, 16 de agosto de 2011

La maldición de Lázaro. (1/3)

El tren eléctrico monorriel, absolutamente automatizado, contaba con una tecnología inversamente proporcional a su diseño, pues este recordaba nostálgicamente a las locomotoras del siglo XIX, aunque sin caldera ni chimenea, y sin ruedas por cierto, pero con todas las comodidades que la modernidad ofrece.

Aún no amanece y sus pasajeros casi en su totalidad duermen o asemejan hacerlo, uno de ellos en particular, una mujer joven de moderada belleza, a pesar de llevar los ojos cerrados y el cuerpo recostado en una cómoda butaca, hace rato que despertó, el cansancio que siente es impotente ante el repentino e irritante insomnio, la música en sus auriculares terminó por fastidiarla y para colmo, su presionada mente a falta de descanso trabaja sin cesar y en forma más automática que el mismísimo tren.

Un extenso silbido proveniente de la parte superior de su asiento, y que ella misma programó, la hace despertar con sobresalto cuando comenzaba a dormirse, este le anuncia que la estación en la que debe bajar está próxima, pronto se encenderán las luces y a continuación se abrirá la puerta y por fin habrá llegado a su destino, la Prisión Dédalo una de las cinco más modernas y seguras del país, cuyos residentes purgan condenas que rozan la perennidad. A dos de ellos ella viene a visitar, antiguos colegas a quien les debe el hecho de que ella no comparta su mismo destino.

El tren se detiene en un pequeño oasis de modernidad construido sobre un risco que se adentra apenas un poco más de medio kilómetro en un enorme y bello lago, esta península en miniatura, cubierta por completo de moderna urbanidad, alberga un único e imponente edificio, un cubo de concreto sin más ornamentos que una multitud de desproporcionadamente pequeñas y monótonas ventanas alineadas como un batallón de cúbicos soldados, por sus cuatro caras verticales. La mujer, llamada Rossana, se queda de pie, inmóvil, apenas baja de su trasporte, este, después de unos segundos, sella la solitaria puerta que estaba programada para abrirse en ese lugar e inicia su vertiginosa marcha, acelerando gradualmente. Para cuando el último vagón pasa por detrás de la mujer, el tren ya ha alcanzado su máxima velocidad.

Pero esta historia comienza varios años antes, cuando ella junto a los mellizos Pedro y Lucio Ballesteros deciden delinquir para terminar con la situación de apremiante miseria en la que el estado del país dejó a una importante porción de los habitantes. En un ambiente donde conseguir un arma era más fácil que conseguir comida, el plan de robar una oficina financiera se volvió inesperadamente viable, pero todo se complicó, debido a la enfermedad de Lucio, este, tenía un claro concepto de lo real, comprendía con claridad las cosas, incluso era bastante inteligente, pero padecía de la desequilibrante presencia de una alucinación llamada Sara. Sara era una chica que vivía en su barrio cuando eran adolescentes, era distinta en sus intereses, en sus gustos y en su forma de vestir por lo que era blanco de bromas y burlas, hasta que un día Sara se marchó, se mudó e hizo una nueva vida en otra parte donde seguramente se volvió profesional o se casó, pero la Sara adolescente, era la imagen que el cerebro de Lucio escogió para representar su propia versión de la realidad ante los ojos del esquizofrénico hombre y se le aparecía como una irascible y violenta muchacha que de tanto en tanto parecía desquitarse en nombre de la Sara real por los malos ratos que la hicieron pasar. Esta condición no era constante, pero solía ser realmente inoportuna, frecuentemente llamada por el deseo de que no apareciera.

El día del asalto, los dos hombres ingresaron armados y encapuchados a la oficina, reduciendo rápidamente al único guardia y obligando a las cajeras a hacer transferencias de dinero que Rossana recibía y se encargaba hábilmente de introducir en un laberinto electrónico de pistas falsas que hacían terriblemente engorroso el rastreo del dinero para quien desconocía los movimientos hechos. Sin embargo una alarma silenciosa hizo aparecer una multitud de policías en la calle frente al banco y a los mellizos no les quedó más remedio que encerrarse y tomar rehenes con la esperanza de negociar su salida del lugar, fue entonces cuando el miedo y la confusión hicieron aparecer a Sara en el lugar, gritando, insultando y remarcando la ineptitud de los novatos asaltantes, pero al ver que Lucio obstinadamente se esforzaba en ignorarla, la inexistente muchacha se acercó a los rehenes y parada junto a una joven mujer que inocentemente estaba distraída, sacó un tubo de hierro de quien sabe donde y con un furioso grito lo descargó en la cabeza de la rehén, destrozándosela y luego arremetiendo contra los demás de la misma forma, pero solo dentro de la mente enferma del esquizofrénico asaltante, el cual sudando, asustado y confundido abrió fuego contra su imaginaria acompañante, hiriendo a las personas que pretendía proteger de su iracunda alucinación. Luego de oír los disparos, la policía arremetió con violencia, obligando a Pedro a abrir fuego contra ellos para salvar con vida, algo que solo de milagro consiguieron aunque no completamente ilesos.

Después de meses en el hospital, los hombres fueron juzgados, negando en todo momento la ayuda de una tercera persona, a pesar de que era obvia para la policía, y condenados a cuarenta años de prisión en Dédalo, una cárcel moderna, de la cual nadie había huido jamás…hasta ahora.

El dinero nunca fue encontrado…


León Faras.

2 comentarios:

  1. ;) empezamos bien!...me gusta leerte.

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  2. Gracias Belce, solo espero que no te confundas con tanto trozo de historia distinta (je,je), es por eso el nombre del blog...

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