miércoles, 3 de agosto de 2011

La hija del relojero.

Mi tío murió hace un par de días, de hecho, vengo de su funeral, poca gente, casi nada de llanto. Es que el hombre nunca fue de muchos amigos, incluso era un poco misántropo, ya saben, de esas personas que rehuyen del trato humano. Nunca tuvo hijos, a pesar de los cuarenta y tantos años casado con mi tía, que en paz descanse, ¿por qué?, bueno es que ella, mi tía, siempre tuvo problemas para concebir, dos o tres abortos y un montón de dolor y frustración. Era una dulce mujer, cariñosa y preocupada, sobre todo con los niños, un enorme amor de madre pujaba en su interior, qué locura, como un atleta sin piernas, así era ella. Mi tío fue toda su vida relojero, con un pequeño taller ubicado en un barrio antiguo de la ciudad, un local que parecía muy pequeño, abarrotado de relojes de todo tipo, algunos irreconocibles, y con un constante y múltiple tic - tac capaz de enloquecer a cualquier visitante en poco tiempo, también una mesita con varios aparatitos destripados y una lámpara increíblemente poderosa que siempre mantenía iluminado su rincón de trabajo. Recuerdo de niño haber ido un par de veces a su taller, era extraordinariamente maravilloso verlo hurgueteando el interior de esas criaturitas mecánicas, aunque estaba extrictamente prohibido tocar nada, y aunque cuando se enfadaba te miraba con un enorme ojo a través de una gruesa lupa adherida a un rígido cintillo en su frente, como un cíclope enfurecido que daba miedo.

           Ahora me dirijo a su casa, donde pasó sus últimos años enclaustrado desde que cerró su taller, el tiempo  y la modernidad hicieron pasar de moda su apasionante y delicada ocupación, convirtiéndolo a él en un hombre más huraño de lo que ya era. Luego mi tía falleció dejándolo solo, y ahora, unos meses después, es él quién ha muerto.

         La pequeña casita de madera por fuera acusa un abandono anterior a la muerte de su último morador, incluyendo el antaño envidiable jardín delantero, que ahora luce colonizado por una cantidad grosera de maleza. El lugar estructuralmente está bien, aunque una mano de pintura la haría ver aún mejor. La familia decidió venderla, pues de lo contrario alguien debía ocuparla y por razones de trabajo a nadie le resultaba cómodo mudarse. El interior estaba pobremente iluminado con un aire pesado que olía a algo químico, como bencina o algún líquido para metales, así que lo primero fue abrir cortinas y ventanas para ventilar e iluminar el lugar. Todo estaba en un orden casi exagerado y salvo por una fina película de polvo, bastante limpio. El lugar era un oasis de tiempo, no había ni un solo objeto que perteneciera a las últimas tres o cuatro décadas y eso incluido el mobiliario. Luego de unos minutos en que solo exploré la planta baja, me dirigí al segundo piso, donde el olor a químico era más intenso, así como la oscuridad. Quise encender una luz pero no funcionó la electricidad, entonces se me ocurrió que debía estar cortada, por lo que me dirigí al medidor y lo activé, luego volví a subir las escaleras. En el pasillo habían cuatro puertas, la primera correspondía a un baño, en frente de este había un dormitorio pequeño, decorado visiblemente como para un niño o mejor dicho, una niña, una camita con colcha rosada y sábanas blancas, muñecas de trapo y losa en las repisas y cortinas con mariposas bordadas, me quedé perplejo, qué niña podría vivir aquí, sin que nadie de la familia lo supiera, mientras rumiaba en mi mente aquella idea pasé a la siguiente habitación donde se encontraba el dormitorio principal y en frente una puerta cerrada, la única puerta cerrada dentro de la casa. De inmediato comencé a probar las otras llaves que venían en el llavero que traía, hasta dar con la indicada y abrí la puerta. A oscuras busqué el interruptor de la luz, cuando lo activé, una lámpara sobre un escritorio pegado a la pared se encendió iluminando prácticamente solo la superficie de este, y dejando el resto en penumbras, sin lugar a dudas aquella habitación era el lugar de trabajo del viejo donde tenía todas las cosas de su antiguo taller de relojero, y de donde emanaba ese olor que ya empezaba a marearme. En la pared del fondo pude ver una ventana con las cortinas cerradas, con paso seguro me dirigí hacia ella pero una extraña voz me detuvo, "¿Papá, eres tú?", una obscena expresión se me escapó de los labios al tiempo que de un salto me giré hacia quién había hablado, la adrenalina hicieron que mi voz sonara trémula, "¿Quién, quién está ahí?", era muy difícil disimular el susto que me había llevado, "Tú no eres papá, ¿quién eres?", por alguna tonta razón no abrí de inmediato las cortinas para iluminar el lugar, si no que comencé a acercarme lentamente a la voz, tratando de agudizar la vista, una figura lucía mimetizada en las sombras de lo que parecía una silla de esas que se usan en las peluquerías, "Yo soy Sergio", que estupidez, pensé, como  si dando el nombre determinara quién era, pero aquella voz me pagó de igual forma, "Hola, yo soy Lisa", mis ojos comenzaron a aclimatarse y mi visión mejoraba, alguien, una niña, estaba sentada inmóvil en aquella silla de peluquero ubicada en el rincón detrás de la puerta, "No tengas miedo Lisa...dije, aunque era yo quien estaba asustado...no voy a hacerte daño", "¿miedo?. Mamá se fue, ¿sabes donde está mamá?", "no, no sé quien es tu mamá, escucha, voy a abrir la ventana para que podamos ver, ¿sí?", "yo no puedo ver, pero papá sí, ¿sabes donde está papá?". Me parecía sumamente ridículo salir corriendo de ahí en ese momento dadas las circunstancias, pero no voy a negar que sentía muchas ganas de hacerlo. Al dirigirme hacia la ventana me detuve intrigado frente al escritorio, sobre este, habían varios papeles con extraños dibujos que al analizarlos me quedé pasmado, eran partes humanas, un brazo, un tórax...una cabeza, pero no de carne y hueso, si no mecánicas, complejos diseños de prótesis o algo así. Sí, esa misma idea, aunque absurda, se me pasó por la mente en ese momento. Abrí las cortinas y la luz del día inundaron la habitación, al voltearme, sencillamente me quedé sin habla, una muñeca, perfecta y bella, parecida a las usadas por los ventrílocuos, estaba sentada sobre la silla moviendo su cabeza expectante, y pestañeando sin ver. Me acerqué incrédulo, no podía ser que hace un rato hablaba con un...¿robot?. Como si estudiara un rarísimo insecto, veía los engranajes moverse en el interior de su cuello al compás de sus movimientos de cabeza, engranajes y resortes que proporcionaban animación bajo un suave murmullo de pequeños motores, un cable salía de su espalda y se conectaba a un enchufe, yo mismo la había despertado al activar la energía. "¿Lisa?", sentía que me iba a desmayar si me respondía, "¿Sí?", lo hizo, con una mezcla de susto y curiosidad continué, "¿Quienes son tu papá y tu mamá?", "Mamá Ana y papá Carlos, ellos cuidan de mí, y yo soy su hija, su sueño, su ilusión ¿sabes donde están?", por Dios, pensé, el tío le había fabricado una hija a la tía, una niña mecánica capaz de hablar y en quién desembocar el cariño que el destino les había privado. Con demasiado asombro para seguir ahí, musité un sí a su pregunta y me fui, salí a la calle, cerré la puerta y volví a cortar la luz desde el medidor, luego me subí al auto y me quedé largo rato dando vueltas al asunto. Definitivamente, nadie me iba a creer esto cuando se los contara.


León Faras.

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