jueves, 18 de agosto de 2011

La maldición de Lázaro. (2/3)

Rossana se abriga el cuello con la solapa de su abrigo antes de empezar a caminar, el aire está saturado de frías chispitas de agua errantes en la turbulenta atmósfera que le bombardean sin piedad sus pequeños trozos de piel desnuda, no lleva equipaje de ningún tipo, todo lo que lleva lo lleva encima. Camina hasta encontrarse frente a una puerta que se abre automáticamente ante su presencia, invitándola a pasar a un gran salón iluminado solo por luz artificial, tras un sobrio mesón, que perfectamente podría ser la barra de algún bar, unos guardias la invitan a vaciar sus bolsillos, y luego, a una pequeña cabina donde una mujer de uniforme cumple con la ingrata obligación de registrarla minuciosamente. Cumplido el trámite, la conducen a un cuarto provisto de una mesa y algunas sillas destinado a darle espacio a los reclusos para recibir a sus visitas. El primero en llegar es Pedro, nadie lo trae, la puerta de la celda se abre y una voz le indica que tiene visita, de ahí es su decisión si sigue el único camino que el sistema automatizado del edificio le deja disponible. Se saludan, se sientan, unos minutos después aparece Lucio, este viene esposado, siempre lo está. Luego de las triviales conversaciones iniciales Rossana comienza a hablar sobre su plan. La prisión tiene tanta confianza en su nivel de seguridad que solo son vigilados con una cámara pero nadie oye su conversación.

Hace algunos años un laboratorio desarrolló una droga efectiva y oral que calmaba casi cualquier dolor físico sin provocar adicción en los pacientes, a diferencia de las ya existentes, las investigaciones arrojaron que pequeñas dosis levemente modificadas, la convertían en un atractivo narcótico que producía inefables sensaciones de placer, la fórmula se filtró y se convirtió en una nueva droga ilegal de la cual la policía debía ocuparse, no pasó mucho tiempo antes de que alguien muriera por sobredosis, revelando que no se necesitaba mucho para que el narcótico fuese letal. Al cabo de un tiempo, un equipo de forenses hicieron un increíble descubrimiento, los cuerpos podían ser revividos si se les suministraba un antídoto antes de cuarenta y ocho horas, descubrimiento que fue tozudamente escondido debido a lo macabro que resultaba, pero no totalmente. Desde ese momento, el narcótico fue conocido como “la droga de la muerte reversible” o simplemente “Lázaro”, la cual a estas alturas, ya era sumamente popular en la clandestinidad. Rossana les rebeló que traía Lázaro oculto en los cubos huecos de las suelas de sus sencillas zapatillas, les explicó que conseguirlo había sido fácil, lo difícil y costoso había sido conseguir el antídoto y que el plan era sacarlos de ahí como cadáveres, ahora, para entregarles la droga, la mujer le recordó a Lucio el procedimiento que empleaban cuando este estuvo recluido en el hospital psiquiátrico, y ella le llevaba “medicamentos prohibidos” de la misma forma que ahora, el cual era simple, aprovechándose de que ambos calzaban el mismo número, intercambiaban de calzado por debajo de la mesa mientras simulaban una divertida conversación. Lucio aceptó de inmediato llevar a cabo el plan, pero para Pedro, el suicidio no estaba dentro de sus planes, y no le convencía el carácter reversible de la droga, finalmente persuadido por el hecho de que la libertad era una utopía remota y de que si no aceptaba, su vida se consumiría entre esas paredes, accedió. Entonces Lucio tomó la iniciativa para entregarle la dosis a su hermano, susurrándole que cuando llegara el momento tomara una de las zapatillas que Rossana traía y la escondiera entre sus ropas, Pedro no alcanzó a preguntar el cómo, cuando vio a su hermano que en un aparentemente ataque de locura saltaba por encima de la mesa abalanzándose encima de Rossana cayendo ambos al suelo en un forcejeo bastante real, Pedro cogió la zapatilla a su lado, la oculto entre sus ropas y luego se fue encima de su hermano para quitárselo de encima a la mujer, quien simulaba estar siendo brutalmente estrangulada, en ese momento varios guardias irrumpieron con bastones eléctricos dándole descargas a ambos hermanos hasta dejar a Lucio semiinconsciente y a Pedro bastante magullado, quien fue conducido de vuelta a su celda, mientras Rossana era llevada a la enfermería donde luego de un chequeo, pudo retirarse.

Esa noche Lucio, quien aún estaba algo aturdido, tirado en el suelo de su celda contemplaba con una sonrisa las seis cápsulas en su mano, quizá por la ansiedad o el nerviosismo, Sara también estaba allí, encuclillada en un rincón, en silencio y extrañamente serena. El plan era que debía parecer suicidio, por lo que el hombre se quitó los pantalones y ató un extremo al pequeño perchero atornillado a la pared, luego torció la prenda tanto como pudo y se la ató al cuello, se trago las píldoras de Lázaro, y dejó que el adormecimiento y la gravedad hicieran el resto. Por su parte Pedro, con mucho menos decisión que su hermano, prefirió rasgar una sábana y atarla a un pequeño barrote de la diminuta ventanilla de la puerta de su celda, luego, resistió tanto como pudo el desvanecimiento, pero inevitablemente también cayó hasta que su improvisada cuerda finalmente se tensó.


León Faras.

2 comentarios:

  1. Hola León,que bueno que ya has subido la segunda parte =) venía dispuesta a gritar,a pedirte qe me sacaras de aquí,ayer y hoy han sido días extraños. Simplemente GRACIAS!Que tengas un fin de semana a tu gusto jeje...

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  2. Hola Belce, gracias a ti por acordarte de este humilde blog. Espero que, aunque extraño, no sea nada grave. Te deseo un gran fin de semana también.

    Cualquier cosa me encuentras aquí...

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