lunes, 29 de agosto de 2011

La maldición de Lázaro. (3/3)



El aire entró en sus pulmones en una enorme bocanada, como si viniera saliendo desde el fondo del mar, un mar muy profundo. Los ojos desmesuradamente abiertos sólo veían manchas ilegibles que le hacían imposible definir donde estaba y a sus oídos solo llegaban voces lejanas, entrecortadas, que solo lo confundían más. De pronto su estomago se contrajo y elevó su escaso contenido hasta la garganta, obligando a Lucio a girarse sobre si mismo y buscar el piso para sólo soltar un líquido por la boca, viscoso y oscuro seguido de un ataque de tos que por poco lo bota de la camilla donde estaba de no ser por unos brazos que lo sujetaron y lo devolvieron a la posición horizontal donde no sin esfuerzo finalmente recuperó la serenidad en sus entrañas.

Los ojos muy húmedos, paulatinamente lograban enfocar la distancia de los objetos para distinguirlos de entre un abstracto cuadro de luces y sombras, entre los cuales un ser de enormes ojos que parecía sonreírle y que al mismo tiempo le impedía moverse. No le fue sencillo darse cuenta de que aquel individuo era Baltazar Sagredo, que tras unos anteojos gruesos como lupas, emocionado, chequeaba sus signos vitales. Baltazar era médico, pero ya hace rato le habían quitado su título debido a conductas irregulares y además había estado algunos meses en prisión al ser sorprendido ejerciendo su profesión sin los permisos correspondientes, desde entonces se dedicaba a realizar los turbios trabajos que el normal de los profesionales, más éticos que él, no realizaban, era lo mejor que Rossana había logrado conseguir dado lo especial de la situación. Baltazar conocía a Lázaro, pero nunca había siquiera visto su antídoto, así que se mostró inusitadamente entusiasmado cuando se le propuso revivir un par de cuerpos, según dijo, por “curiosidad profesional”.

El resucitado, más repuesto ya, volteó la vista y vio otra camilla a su lado, en ella yacía Pedro, aún inconciente, Rossana sostenía la mano de este al tiempo que lo miraba con una suave pero forzada sonrisa, Lucio, aún débil, logró articular algunas palabras, “creo que ahora es su turno…”, la mujer no respondió, pero sus ojos lo hicieron por ella humedeciéndose, buscó respuesta en el médico pero este con un gesto de indiferencia le dio la espalda, entonces volvió a mirar a la mujer quien se le acercó y le tomó las manos, “¿Cómo estás, como te sientes?”, “yo estoy bien…un poco mareado, pero y él…y Pedro, ¿lo van a revivir…?”, Rossana contenía estoicamente el llanto ante sus sospechas, “Ya le inyectamos el suero, antes que a ti, pero…no sé, quizá en él tarde más en funcionar…”. Lucio quiso enderezarse para acercarse a su hermano, pero al más mínimo intento toda la habitación junto con lo que en ella había comenzaron a girar vertiginosamente obligándolo a caer pesadamente sobre sus espaldas, Baltazar le inyectó un calmante y Lucio volvió a dormirse.

Sin saber cuanto tiempo durmió, Lucio despertó sobresaltado, sudando y con la respiración agitada, tardó unos segundos en salir de su sueño y entrar a la realidad, cuando lo hizo, notó que la habitación estaba a oscuras, solo la iluminaba la tenue luz que se filtraba através de la ventana que daba a la calle, era de noche. Logró sentarse en la camilla y algo aturdido contempló el cuerpo de su hermano que lucía tapado completo por una sábana blanca, rápidamente comprendió lo obvio y llevándose una mano a la frente dejó salir la pena que lo embargó, en ese momento comenzó a sentir un llanto en la habitación, como si estuviera desde hace rato pero no había reparado en él, era un llanto de mujer muy amargo, producto de una angustia inconsolable, que venía de detrás de la camilla donde yacía su hermano, Lucio se acercó, “¿Rossana?...” el llanto continuaba, más nítido y luctuoso. Al mirar, vio a una chica encuclillada en el suelo como acurrucándose contra la pared que lloraba con el rostro pegado a sus rodillas, esta levanto la mirada y Lucio tomando un sorbo de aire por la boca inconscientemente retrocedió un par de pasos, era Sara, su cara estaba blanca como papel y contrastaba firmemente con sus ojos casi completamente negros y brillantes de los cuales nacían marcadas líneas oscuras que se deformaban llegando a su boca manchándole el mentón, el cuello y las rodillas, la angustia que reflejaba era insondable, “esos gritos…tanto dolor…se hundían unos a otros para salvarse…tanto sufrimiento…” la muchacha hablaba con la voz ahogada a un estupefacto Lucio que temblaba ante la voz de su propio inconciente “él estaba ahí…él estaba ahí…”

Al día siguiente Lucio estaba terminando de vestirse, había dormido realmente poco pero, se sentía mejor físicamente, aunque estaba destruido por la muerte de su hermano y la visión de Sara, cuyas palabras se le repetían en la mente. La puerta del cuarto se abrió y Rossana se asomó cordial “Ya está todo listo, apenas termines, nos vamos” Lucio le hizo un gesto mientras terminaba de abotonarse la camisa y la mujer se retiró, luego se dirigió al baño, prendió la luz pero el cuarto no se iluminó, al mirar la ampolleta esta se encendía débilmente, apenas tomaba un tono amarillo el filamento, como si el voltaje fuera muy bajo, bueno, ya se iba, que le importaba a él, si con la luz del dormitorio era suficiente, se paró frente al espejo y comenzó a lavarse, hacía frío, pero no en el ambiente, si no solamente en el baño, en aquel diminuto cuarto, el frío le erizó el bello de los brazos, era muy raro, ¿de donde venía ese frío?. En una porción del cielo del cuarto de baño la oscuridad estaba anormalmente agrumada, lentamente esa oscuridad comenzó a despegarse y a alargarse poniéndose encima de Lucio, aquello era más que simplemente ausencia de luz, era una cosa, de pronto, Lucio notó en su reflejo cuando su respiración salió en forma de vapor, realmente se sentía como dentro de un frigorífico, decidió salir, pero no lo logró. Aquella oscuridad le calló encima extinguiéndole la vida súbitamente, antes de caer al suelo Lucio ya había expirado y el cuarto estaba perfectamente iluminado.

Posteriormente se supo por acuciosas investigaciones que las personas que habían recobrado la vida después de una sobredosis de Lázaro, habían muerto al cabo de algunos días sin que se determinaran las causas exactas del nuevo deceso. El caso más documentado se hallaba en un libro escrito por un médico llamado Baltazar Sagredo.


Fin.

2 comentarios:

  1. 3/3... "Fin". Dicen que leer es como emprender un viaje:inicias con emoción y terminas con nostalgia. Me ha gustado! =)
    ¿Todo bien León? espero que así sea.

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  2. Hola Belce, todo bien, gracias por preguntar, bueno he estado un poco nostálgico y no me agrada, pero es parte de las cosas tontas con las que hay que lidiar en esta vida, no?.

    Me alegra que te haya gustado y me da mucho gusto encontrarte por aquí. Muchos saludos y que estés muuuy bien!!!.

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