jueves, 1 de septiembre de 2011

Simbiosis. La hija de Ulises.

La hija de Ulises.

I.

El aroma a sopa recién hecha se esparcía por todos los rincones de la casona, seduciendo a sus moradores, tanto por lo apetitoso que resultaba, como por lo tentador que suena un caldo caliente en un atardecer frío. Estela estaba parada frente a la cocina revolviendo sin parar una olla en frente suyo, mientras tarareaba distraídamente. Es indiscutible, que la buena disposición al hacer las cosas siempre garantiza buenos resultados. Había pasado poco más de un año desde que vivía allí y desde entonces, la vida que llevaba antes solo era un recuerdo, su relación con la señora Alicia se había vuelto fraternal, así como la que mantenía con el viejo Ulises, esto debido al carácter conciliable de la muchacha y sus permanentes ganas de ser útil.

Una vez listo el consomé, que ella misma había financiado con los pequeños trabajos que realizaba en el mercado y otros lugares, sirvió dos platos, uno lo puso sobre la mesa, cuidadosamente preparada para cuatro personas y el otro se lo llevó. Al pasar por el corredor le avisó a Alicia, quien tejía en un sillón del living mientras oía la radio, que su cena estaba lista y siguió hasta las escaleras subiendo al segundo piso, donde se detuvo frente a una puerta que golpeó con suavidad. En aquella habitación vivía Crispín, un violinista callejero de avanzada edad que arrendaba allí hace algunos meses, Estela le dio la sopa con una grata sonrisa y se retiró, algo sonrojada por los amables y sumamente formales elogios del viejo músico, el que en ocasiones no podía costear sus propias necesidades. Bajando las escaleras, la niña golpeó una nueva puerta de la planta baja, tras ella apareció una mujer llamada Edelmira, de un poco más de treinta años, lucía muy arreglada con un vestido suelto hasta las rodillas y abundante maquillaje, aunque hábilmente aplicado, esta la saludó con una amplia sonrisa y luego de un efusivo monologo de galimatías, la mujer hablaba muchísimo y con mucho aspaviento, dejó a su hijo al cuidado de Estela, un pequeño de unos cuatro años de edad, de una pasividad casi patológica, todo lo contrario de su madre. Estela se había ofrecido para cuidar del muchachito en el lapso que pasaba desde que Edelmira salía a trabajar hasta que Alonso, el niño, se dormía. Al llegar a la cocina, Alicia los esperaba sentada frente a su plato, “¡Alonsito!”, saludó al niño con mucha alegría, pero el pequeño aparte de asustarse un poco, producto de que venía algo desprevenido, ni se inmutó, “este chiquillo parece un muñeco” remató Alicia con algo de frustración, luego continuó dirigiéndose a Estela, “No tiene ni un pelo de su madre, bueno que con el trabajo de ella… ¿tú sabes en qué trabaja Edelmira, no?”, la muchacha mientras ponía un plato de caldo frente al niño asintió con la cabeza sin hacer comentarios al respecto, el oficio de Edelmira era obvio incluso para Estela, prostituta, pero tanto ella como Alicia no se fijaban en prejuicios, una por el bien del negocio y la otra porque jamás aprendió a tenerlos, aunque sí los conoció.

El pequeño Alonso comía cada cucharada de sopa analizando concienzudamente el contenido de la misma, como si buscara vida dentro de ese vasto mundo que constituía su plato. En ese momento Alicia iba a hacer un nuevo comentario sobre los extraños modos del muchacho, cuando alguien comenzó a golpear con urgencia los cristales de la puerta que daba a la calle, Estela se paró apresurada y se dirigió al living, luego de echar un vistazo por la ventanilla, se volteó para decirle a una preocupada señora Alicia, que quién estaba fuera era Ulises, pero al abrir, una masa de hombres que apenas cabía por la puerta hizo retroceder a la muchacha mientras hacían todo tipo de maniobras y malabares para entrar, entre estos hombres estaba Octavio, dueño del negocio de sándwich, que junto a Diógenes uno de sus clientes más antiguos, traían a Ulises sujeto por los hombros quien venía con evidentes muestras de dolor en el rostro y profiriendo maldiciones a medio contener, apoyándose en un pie y manteniendo el otro levitando, lo más inmóvil posible, más atrás entró Alamiro, dueño de una mueblería, con el bolso del viejo colgado, quien parecía ser el encargado de coordinar todos los movimientos del grupo, “no, no, despacio…ahora tú, cuidado…ya casi..”, la señora Alicia tapándose con ambas manos la boca invocaba a todos los santos mientras preguntaba qué había pasado, Alamiro con su eterna chaqueta de cuero, sus infaltables lentes de sol y su pulcro peinado de siempre explicaba cómo el viejo Ulises había tropezado a la salida del local de Octavio doblándose violentamente el pie y que lo habían llevado donde su suegro (el de Alamiro) quién tenía manos santas cuando de componer huesos se trataba, sin embargo la hinchazón no había bajado del todo y ahora debía guardar reposo por un par de días. La tropa de hombres llevó al lesionado a su cuarto mientras las mujeres hacían lo posible por despejar el camino retirando plantas y abriendo puertas. Una vez terminado el trámite los hombres comenzaron a retirarse acompañados por Estela, y Alicia, acordándose de pronto del pequeño Alonso, partió hacia la cocina para asegurarse que el estático niño estuviera donde lo habían dejado. De ahí, la muchacha se dirigió a la habitación de Ulises, con la intención de saber si necesitaba alguna cosa, al entrar notó en el suelo un sobre con varias huellas de pisadas encima, lanzado por Alicia aquella mañana por debajo de la puerta al recibir la correspondencia, Estela lo recogió y mientras le preguntaba al viejo si necesitaba algo se lo entregó. Ulises lo examinó sin abrirlo, sólo después de algunos segundos se dio cuenta que lo sostenía al revés, “¿no lo vas a abrir?” preguntó la niña, “claro, claro” respondió Ulises rasgándolo por un extremo, sacando la carta y ojeándola con exagerada concentración, casi de inmediato volvió a doblarla y la guardó en el sobre, “es de mi hija…ella, está bien…”, luego sin más, se la devolvió a Estela pidiéndole que la dejara encima de una repisa a su lado, en aquel lugar habían por lo menos cinco cartas más atadas con un cordel, todas sin abrir. Luego de encender la chimenea, la niña se fue en busca de un plato de sopa caliente para el viejo, pero a su regreso este, producto del cansancio y de que el tobillo no le dolía mientras estuviera quieto, ya se había dormido.

Nunca Ulises había comentado a nadie que no sabía leer, ni pedía ayuda al respecto, pero en muchas ocasiones era evidente y Estela, que había aprendido aprovechando al máximo las pocas horas de escuela que sus padres le habían dado, lo hacia aceptablemente bien, por lo que, motivada más por su cariño y deseo de devolver la ayuda que por mera curiosidad, tomó la única carta abierta y sentándose junto a la chimenea comenzó a leerla.

León Faras.

2 comentarios:

  1. Pregunta. "no te ofendas,pero apesta"...qué tanto te ofendería??? Lo sentirías en la cabeza,en el estómago...por dónde se pasearía la idea de que no ha gustado?
    No es mi caso eh!

    ResponderEliminar
  2. Noooo, solo es saber la opinion. Como tú dijiste es parte del show, siéntete completamante libre de decir "sabes qué, eso es fome, no me gustó."
    Y entonces podemos comentar lo fome que es.

    Quizá lo sienta un poco en el pancreas, pero solo un poco.

    Saludos estimada Belce.

    ResponderEliminar