viernes, 30 de septiembre de 2011

Lágrimas de Rimos. Primera parte.

 IV.


Cal Desci contaba con un privilegio bastante poco común en Rimos, su casa estaba a ras de piso, lo cual ayudaba mucho a su condición de lisiado, pero tal condición no había tenido nada que ver, mucho más determinante fue su cercanía a Dimas, quien retribuía la lealtad con la misma energía con la que castigaba la traición.

Ya era de noche, y esta se había dejado caer fría y húmeda, una llovizna fina y persistente como una densa cortina formada por sutilísimas partículas de agua que caían sin prisa, apenas visible a la escuálida luz que proporcionaba el farol que colgaba de la viga del alerón que sobresalía de la casa de Cal. Este preparaba sopa en un orondo caldero de greda que colgaba sobre el fuego de su agreste chimenea hecha de toscas piedras, al igual que las paredes de su casa. Mientras vertía los últimos condimentos al caldo que preparaba, conversaba alegremente con su invitado, que no era otro que Dan Rivel, quien no pudo negarse a la inesperada invitación del viejo a pasar la fría noche junto a un buen fuego, una atractiva sopa caliente y una agradable conversación, avivada con algunos vasos de licor. El principal tema de conversación hasta ese momento habían sido las vicisitudes del oficio que compartían, ambos eran cocheros. Dan, cómodamente sentado, fumaba una artesanal y rústica pipa que había fabricado él mismo, mientras narraba una anécdota, la cual condimentaba con pasajes falsos que se le ocurrían en el momento, solo para hacerla más graciosa. La casa de Cal Desci era pequeña, como todas las casas en Rimos, pero bastante acogedora, de gruesas paredes y ventanas de madera de dos alas, pocos muebles y una innumerable cantidad de artilugios colgados de las paredes y de las vigas: sogas de cuero, cantaros, herramientas, muchas de estas descompuestas, alforjas, un auténtico acumulador de basura de dudosa utilidad. Cogió de una repisa dos escudillas de greda, donde tenía varias apiladas, unas seriamente dañadas, las limpió con un trapo para sacarles el abundante polvo acumulado por todas partes y las llenó del suculento caldo, luego las depositó sobre la mesa donde Dan estaba apoyado y animó a su invitado a comer a la usanza antigua, cogiendo el cuenco con ambas manos y dándole pequeños sorbos. En eso estaba el joven cuando su viejo anfitrión comenzó su plática. “Hace pocos días divisé una caravana de comerciantes que venía del Oeste, más allá del desierto, quién sabe qué hay al otro lado de ese edén para reptiles, traían telas bellamente ornamentadas de colores que jamás imaginé en una prenda de vestir, otros comerciaban con líquidos aromáticos, según ellos extraídos de las plantas y sus flores, ¿puedes creerlo?, seguramente me estaban tomando el pelo, sacarle el aroma a una flor sería como quitarle las manchas a un cerdo sin desollarlo, el viejo soltó una carcajada, su comparación le había parecido tan certera como graciosa, luego continuó. Tú, -dijo señalando a Dan con su cuenco- quedarías muy bien en una de esas caravanas”, este, que ya había vaciado la mitad de su caldo, dejó sobre la mesa su escudilla, luego apoyó los codos mirando el techo con una mueca de nostalgia, “algún día amigo mío... algún día, créeme que todas mis esperanzas están depositadas en ello, pero sin una dote que me respalde, o algún comerciante antiguo que me apadrine, será difícil”. Cal Desci sonrió de forma imperceptible, “claro, la pobreza trunca los sueños de la gente como un agujero en el camino le rompe la pata a un buen caballo, nuestro oficio apenas alcanza para subsistir, lo sé. Talvez no te interese, pero por aquí a veces salen trabajos rápidos y muy bien recompensados, no te vendría mal alguna remuneración extra.” Dan estaba abiertamente interesado, quería por sobre todo mejorar su situación, estaba harto de que el único lujo que podía costearse fuera que una mujer medianamente atractiva le sirviera cerveza tibia en alguna taberna hedionda a orina, de que la mayoría de su alimento fueran restos que robaba de la carga que transportaba, de que algunos clientes caprichosamente no le pagaran lo acordado. Estaba harto de ser tan aplastantemente pobre. “Si tienes algún trabajo que darme, por favor, no dudes en decirme, respondió retomando su escudilla, te lo agradecería mucho”, “vaya”, la necesidad del muchacho volvió mucho más convincente sus argumentos, pensó Cal Desci, “de hecho tengo un trabajo en el que puedes ayudarme y que puede ser muy bien pagado, pero antes de decirte de qué se trata debo pedirte la mayor discreción, aceptes o no, nadie puede enterarse. Quiero dejarte claro que este es uno de esos trabajos donde la traición se puede pagar muy cara. ¿Entiendes lo que digo?” el rostro del viejo se había vuelto inusitadamente severo, “por supuesto” respondió Dan, con la mayor gravedad de la que disponía, que no era mucha. “Bien, -dijo el viejo lisiado, moviendo su cuenco hacia delante y apoyando los codos sobre la mesa- ¿Qué sabes sobre las Lágrimas Negras?”

Afuera en el resto del poblado la noche ya se instaló y la jornada terminó para la mayoría de los habitantes de Rimos, salvo para algunos hombres que vigilan la inmensidad de la noche desde sus puestos de guardia y que perciben la oscuridad como una fría e indiferente aliada. La llovizna continúa persistente y obliga a guardar respetuoso silencio a todas las criaturas, un silencio que se extiende mucho más allá de las fronteras de la ciudad. Un silencio, como cuando los dioses planean su próxima jugada.

Nubes rezagadas se desplazan por las tierras más altas, como gigantescas bestias níveas que pastan apaciblemente dirigiéndose al Este, hacia los límites de la vista humana, donde el resto de las nubes que cubrieron los cielos durante la noche se han agrupado para librar su inevitable batalla contra el astro sol que lucha por imponerse y cumplir su impostergable tarea, ascendiendo lentamente, como si le costara trabajo atravesar este denso y grisáceo pantano, arrancando jirones de vapor a su paso. Las nubes, incapaces de contener los luminosos rayos de luz de su inmortal enemigo son derrotadas por esta vez. Con desesperante lentitud se disipan, huyen, desertan, mientras el sol sube hacia un inmaculado cielo desde donde ha de gobernar un nuevo día.

Un pájaro se posa con la rapidez y confianza que la práctica le ha otorgado, en una delgada y nudosa rama, esta, sorprendida, deja caer las cristalinas gotas de agua que había acumulado durante la noche. El ave, luego de un par de rápidos vistazos a su alrededor se retira, tiene prisa, debe regresar. Sobrevuela los campos parcelados, inmensos cuadrados de tierra elevados por lo menos un metro, contenidos por muros de piedra, hasta posarse en otra húmeda rama de un árbol con apariencia anciana y atormentada, desde allí observa protegido por las pequeñas y gruesas hojillas, a dos hombres que descienden por los angostos caminos con sus herramientas al hombro. El pajarillo, luego de emitir un silbido de advertencia sobre la presencia humana, se retira presuroso en dirección a una de las orillas más pedregosas del río Jazza, donde rápida y nerviosamente sacia su sed, un sorbo y un vistazo a su alrededor, otro sorbo y vuela hacia el único cerro del lugar, eligiendo siempre la cara más cubierta de vegetación para ascender, hasta posarse en un muro, un muro que rodea la parte alta del otero como una corona rodea la cabeza de un rey, un punto del muro donde siempre escasea la presencia del hombre, desde allí brinca hasta un pequeño arbusto que parece a punto de caer, con sus raíces al aire, en un último intento por no desprenderse, un arbusto que ha crecido víctima de la gravedad y de la falta de tierra, debido a la intervención del hombre, sin embargo resiste más de lo que parece, ni se inmuta ante el brusco aterrizaje del ave y se muestra tozudo ante la suave brisa. Bajo él, una mujer transita despreocupada con un canasto con fruta fresca, bajando por una escalera y aprontándose para subir otra, a su lado, un niño pequeño con un puño aferrado a su falda le sigue el paso, mientras roe una fruta que lleva en la otra mano. Un brinco más y el pájaro llega hasta un pequeño tejado que sobresale de uno mayor y luego a la parte más alta de este último. Desde aquí ya aprecia el hermoso castillo construido sobre una plataforma de piedras, sobresaliendo por encima de la violenta y vigorosa vegetación de Cízarin. Vuela hasta la más próxima de las doce rectangulares y elevadas torres de vigilancia que rodean al castillo y se posa en una pequeña cornisa por debajo de la atalaya donde vigila un guardia armado con una lanza, una espada Pétalo de Laira al cinto y un cuerno para dar aviso colgado a la espalda, todo esto, irrelevante para el ave, para quien todos los humanos son iguales y representan la misma amenaza. Desde ahí se desplaza en caída hasta la base del castillo por uno de sus costados, y sin detenerse mucho tiempo, vuela hasta la parte posterior de este. Luego solo le queda ascender. De un salto en línea recta de por lo menos quince metros hasta llegar a su objetivo, una de las dos ventanillas angostas y alargadas ubicadas en la parte más alta de la muralla, a centímetros del tejado. Ingresa a la habitación y de un saltito llega al vértice más próximo, donde, entre la empalizada está su nido, con su siempre hambrienta descendencia, a la cual le regurgita un alimento que ha traído desde varios kilómetros de distancia hasta ese lugar, una habitación del castillo, polvorienta y oscura, en la cual solamente vegetan objetos en desuso, estatuas mutiladas, armas y muebles descompuestos, armaduras incompletas, y en una repisa pegada a la pared, una caja de madera decorada con finos pero sobrios diseños de enredaderas nudosas y con espinas, en cuyo interior descansan tres piedras negras, hábilmente labradas en forma de lágrima.

A varios kilómetros de allí, en los campos más alejados que inauguran Cízarin, una arboleda da la bienvenida a los visitantes que vienen del Oeste, un camino que en estos momentos está siendo atravesado por un solitario viajero, pero no un forastero, sino por Dan Rivel, quien salió muy temprano de Rimos.


León Faras.

2 comentarios:

  1. León!,hola.Ando echando un vistazo por acá =).Te dejo saludos y espero que te encuentres bien,ey! los arreglos al blog le han quedado muy bien.

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  2. Hola Belce!!, Bienvenida como siempre, yo estoy muy bien, espero que también tú. Qué bueno que te gustaran las remodelaciones, así se va variando un poco el paisaje, no crees?...Me alegra saber de ti, cuídate mucho.

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