domingo, 11 de septiembre de 2011

Lágrimas de Rimos. Primera parte.

III.



Aregel Camo camina hacia la salida del polvoriento palacio luego de despedirse de su amigo y señor, quien constantemente necesita reposo, la noche se ha adelantado debido a la nubosidad reinante. Se dispone a cubrirse la cabeza cuando una voz lo llama por su nombre, dirige la mirada con precaución, Dimas está a unos metros apoyado en un pequeño muro que rodea la parte baja del palacio pegado a este. Está inexplicablemente solo. Fuma de una delgada pipa, las brasas al ser aspiradas iluminan tenuemente sus facciones ocultas bajo una gran capucha. Se acerca al viejo soldado y lo conduce amablemente a un apartado y pequeño salón para hablar. Aregel es invitado a entrar primero, lo hace con cautela, sus ojos recorren el sobrio cuarto disimulada e instintivamente, está aparentemente vacío, aunque la escasa luz que irradia del fuego que arde en la chimenea es incapaz de colonizar los apartados rincones, donde la oscuridad es dominante.

Se instalan en un sencillo mobiliario de madera sobre el cual hay una botella de licor y unos vasos que Dimas aparta para apoyar los brazos sobre la mesa y evitar preámbulos. “Tengo planes y necesito toda la ayuda que puedas darme -Argel, tan desconfiado como intrigado, intenta balbucear una frase que incite a su interlocutor a continuar, pero no es necesario, Dimas lo interrumpe-­ Creo que nadie mejor que tú puede entender y compartir mi propósito”, el viejo frunce el ceño con recelo y empequeñece los ojos como si le costara enfocar la visión. Dimas y él se rigen por códigos muy distintos, ¿Qué anhelo podría tener en común con tan oscuro personaje?, “Señor, -responde con el respeto al que un soldado como él está acostumbrado- ¿a qué propósito te refieres?” aunque la pregunta era predecible, la respuesta viene precedida de una corta pausa, “La liberación de Rimos”. El viejo soldado apenas puede solapar el inesperado entusiasmo que le produce la idea, aunque su naturaleza es prudente, “¿liberar Rimos? Para eso tendrías que rebelarte contra Cízarin, y es más, atacar y destruir Cízarin, ¿cómo piensas hacer eso?” Dimas mantiene la expresión de su rostro. Entrelaza los dedos sobre la mesa, “Solo tenemos una opción y una oportunidad, nuestro pueblo se mantiene débil, lo sé, como un animal herido cuya herida no para de sangrar. Se llevan nuestros recursos, nuestras riquezas, incluso nuestra gente. ¿Cuántos hombres y mujeres has visto morir? hombres y mujeres que ni siquiera eran soldados, presos del pánico, inútiles enviados al frente como contenciones humanas. Estos infames se han enriquecido y se han vuelto poderosos derramando la sangre de inocentes, y no solo de nuestra gente. Pero eso tiene un precio, han acumulado tantas riquezas como enemigos. Podemos detener esto, pero debe ser con un solo golpe, certero y devastador, cualquier hombre por grande y fuerte que sea ha de caer si es golpeado en su punto débil, así mismo sucede con los reinos, debemos golpear fuerte justo en medio de los ojos, una guerra demasiado larga nos desangraría”. Aregel se mantiene sereno, cuidándose de no exteriorizar lo que piensa, Dimas tiene razón, ha visto morir demasiada gente. Muchas veces solo fue el caos de una masa de personas sin ninguna instrucción intentando salvar su vida de cualquier manera, defenderse, la mayor parte de las veces sin éxito, incapaces de organizarse, de escuchar, de pensar, como una piara de cerdos consientes que llegaron al matadero. Deserciones masivas, que se convierten en cacerías. Incluso la guerra tiene la facultad de degenerar en cosas peores, una matanza.

 Una abyecta artimaña para mantener a Rimos en un permanente estado de incapacidad, para desincentivar cualquier tentativa de rebelión.

“Tienes razón, no lo pongo en duda, pero si Cízarin fuese un hombre, sería uno muy grande y muy fuerte, y además muy bien armado, pretender vencerlo en una sola batalla es a lo menos… utópico ¿has calculado lo que sucedería si fallamos?, sería el fin de Rimos”, Dimas bajó la vista a la mesa e inmediatamente la levantó para clavar sus prominentes ojos en los del viejo soldado, “¿Y tú has calculado lo que sucederá si no hacemos nada?...como pueblo, no tenemos otra opción, ¿Qué sucederá cuando nos quedemos sin nada que les interese?”, continuó Dimas aumentando levemente el tono de su voz, “Querrán acabar de una sola vez con la potencial amenaza que representa un pueblo sometido. Traerán aquí sus caballos, su poderoso ejército armado con antorchas y espadas, ¡nuestras espadas, fabricadas por nuestra gente!, y no se detendrán hasta que no hayan arrasado con todo. La misericordia no cabalgará junto a ellos ese día. Y luego, cuando estén satisfechos, se detendrán a contemplar su macabra obra ardiendo en llamas, brindando embriagados de satisfacción al calor de las incontenibles hogueras e impregnados del hedor de los restos de un pueblo calcinado, como borrachos que festejan en torno a una fogata…y yo te aseguro, Aregel Camo, hijo de Sinaro Camo, que si ese día nos sorprende en nuestro estado actual, no habrá absolutamente nada que podamos hacer para contenerlos, nada, como niños indefensos enfrentados a una manada de perros salvajes y hambrientos. Y temo que ese día no sea tan remoto como pretendemos”. El contundente pero manipulador argumento no le dejaba opciones al veterano guerrero, apoyó su espalda en su asiento y cruzó los brazos, aspiró profundamente por la nariz y luego lo resopló con fuerza, su cerebro le exigía aire puro para disipar sus propios nubarrones, estaba francamente sorprendido, sobre todo de compartir tan fielmente la visión de Dimas, de que las palabras de este, reflejaran con tanta exactitud sus propios sentimientos, pero no acababa de convencerse, ¿y si estaba siendo hábilmente manipulado…y si, por alguna desconocida razón, solo le decía lo que siempre había querido oír? Algo era completamente claro para el viejo, las motivaciones para llevar acabo un propósito, como era devolverle la autonomía a Rimos, no eran las mismas para los dos. No podían ser las mismas. No podía esperar de Dimas motivos sociales o patrióticos, no si realmente creía conocerlo. Solo le quedaba dar el siguiente paso, pero con cautela, seguía creyendo en las intenciones por sobre las personas, “Bien, ambos sabemos que nuestro pueblo pende de un delgado hilo sostenido por caprichosas manos, pero talvez deberías haber hablado con tu padre, en vez de conmigo” Dimas esbozo una sonrisa torcida, como percibiendo lo capcioso del comentario. “Mi padre está viejo y enfermo. Parece incapaz de ver la inminente tormenta de fuego que caerá sobre nosotros, y no me refiero a su ceguera, sería inservible proponerle una rebelión, menos una guerra, de haberlo considerado lo habría hecho hace mucho, aunque lo sabrá a su debido tiempo. Créeme, sé que esta es una decisión apresurada, pero la única opción que tenemos para conseguir nuestro objetivo es la iniciativa. La única ventaja con la que podemos contar es la sorpresa, de cualquier otra manera seremos, casi con certeza aniquilados y como bien has señalado, solo podemos aspirar a la victoria, la derrota no es opción, la derrota significa desaparecer”. El viejo soldado se masajeó su gruesa y gris barba, se sentía acorralado entre argumentos demasiado evidentes. Ayudar a Dimas se le presentaba más como un riesgo que como una opción, le conocía desde siempre y le hacia desconfiar su turbia personalidad, por otro lado, sabía que un propósito como este, no podía venir de nadie más, si se lo hubiera propuesto el dimitido rey de Rimos habría aceptado de inmediato, pero con su hijo, tenía serias dudas, dudas que estaba preocupado de no exteriorizar demasiado. Finalmente se rindió, pero se guardo el derecho a servir a la causa y no a su gestor. “La grandeza y urgencia del objetivo no me deja más opción que ponerme a su disposición, ¿Qué es lo que planeas hacer?” En el rostro de Dimas se dibujó una sonrisa, esta vez de satisfacción, como cuando las cosas salen exactamente como se han planeado, una sonrisa que incomodó a Aregel. “Planeo buscar aliados entre los muchos pueblos que Cízarin a empobrecido o subyugado”, el viejo junto sus pobladas cejas, “¿planeas aliarte con los pueblos que hemos atacado nosotros mismos?”, “¡Rimos no ha atacado a nadie!, -respondió Dimas algo alterado- sólo cumplimos con un inmundo pacto del cual no podemos zafarnos, y que no nos reporta ningún beneficio”, “pues tendrás que explicárselo muy bien a esa gente -Argel respondió manteniendo la calma, no estaba en sus planes tener una discusión con Dimas- porque te recuerdo que Rimos siempre a sido obligado a luchar bajo su propia bandera, es probable que no quieran escucharnos”, “entonces, nuestros emisarios deberán ser muy claros y convincentes, debemos hacerles entender que un solo perro no puede contra un león, pero una jauría sí, por lo menos puede hacerle frente. Estoy seguro de que todo pueblo ansía su libertad, y ofrecérsela será nuestra mejor oferta. Además, los pesados impuestos que Cízarin impone, pueden ser una gran ventaja”. Aregel se dio unos segundos para pensar, intentar crear una alianza era algo que sin duda era demasiado temerario, y de resultar, tomaría mucho tiempo, había que visitar personalmente los otros pueblos, llegar a acuerdos, convocar líderes, quizá solucionar conflictos internos entre clanes, familias o entre los mismos pueblos. Por otro lado, en su opinión, las probabilidades de que Rimos ganara por si solo un conflicto como este eran realmente remotas. “Estoy de acuerdo –dijo- sé que atacar Cízarin sin el apoyo de otros pueblos sería demente, pero buscar alianzas también puede ser inmensamente arriesgado, piensa que la confianza que debemos depositar es tan grande como la tentación de traicionar al más débil y obtener el favor del más poderoso a cambio de una rebaja de impuestos, tierras, pactos económicos o que se yo, un simple comentario destruiría nuestra única ventaja. Además, ¿qué ofrecemos nosotros?, conducir a la gente a una guerra con ribetes suicidas cuyo resultado es completamente incierto.” Dimas se apoyo en el respaldo de su asiento, expulsando todo el aire de sus pulmones con frustración, “Pues debemos intentar algo, tiene que haber alguna manera de evitar la desaparición de Rimos. Me gustaría saber cómo mi abuelo, estando en condiciones mucho más favorables que nosotros, decidió atacar con solo quinientos hombres, es una estupidez digna de un novato, pero sin embargo estuvo a punto de obtener la victoria...” “usando hombres privados de morir”, pensó Aregel, pero su oportuna respuesta se quedó en el interior de su mente, lejos de los oídos de su interlocutor. “…Su estrategia –continuó Dimas- sería de gran ayuda para planear mejor la nuestra, seguramente disponía de valiosa información que nosotros no tenemos, pero nadie sobrevivió a esa desastrosa campaña, ni siquiera mi padre alcanzó a luchar debido a su repentina ceguera.” El viejo relajó los músculos de su rostro y desvió la vista, añejos recuerdos solicitaban su atención, un hombre había sobrevivido, o mejor dicho, un hombre se había salvado de la destrucción total de su cuerpo, un soldado de Rimos que, al ver la locura que se llevaba a cabo en esa guerra, había desertado, la noticia fue muy comentada en su momento, pues la deserción en Rimos como en todas partes, es una falta gravísima, severamente castigada además con la más indigna de las muertes, la muerte a palos. Ese hombre se llamaba Emmer Ilama y sufrió su cruel castigo por parte de los soldados que se quedaron en Rimos, pero al haber bebido de la fuente de Mermes, su condena a muerte se convirtió en una tarea tan dramática como inútil. Finalmente su cuerpo, terriblemente maltrecho, fue tirado sobre una carreta, aún con vida y llevado con destino desconocido. Talvez fue abandonado en las áridas y yermas tierras al Oeste de Rimos, un desierto hecho de rocas y tierra endurecida donde debes ser un reptil amante del sol y de los insectos para sobrevivir, o peor aún, pudo ser llevado a La Garganta de Sera, un laberinto de húmedas cuevas convertidas en una espantosa prisión, donde terminan su vida los, con toda seguridad, hombres más desafortunados del mundo. Buscar a ese hombre e interrogarlo podría aclarar muchas dudas, claro, si su cuerpo estaba aún en condiciones de comunicarse de alguna manera, pero debía evitar que este hombre hablara con Dimas, pues era imprudente que este supiera sobre los dudosos beneficios que producía beber de la fuente de Mermes. Finalmente el viejo soldado salió de sus meditaciones, que por la expresión en el rostro de Dimas le pareció que habían sido un poco largas, “talvez nos precipitamos, permíteme tomar unos hombres para investigar el estado de las relaciones entre los otros pueblos y Cízarin, así podremos decidir si una alianza es posible o no. Es decir, si encuentro odio hacia Cízarin talvez podamos obtener lealtad hacia nuestra causa.” Dimas asintió con la cabeza, se sentía frustrado al ver como sus intenciones se empantanaban, “hazlo, creo que es lo mejor por ahora, sin duda Cízarin a sembrado odio durante este tiempo… pero también temor”, luego se puso de pie y caminó hasta la salida, pero antes de retirarse añadió sin darse la vuelta para mirar, “usa hombres de tu confianza, como dijiste, la tentación de traicionar al más débil puede ser muy poderosa”. El viejo se quedó mirando las brasas que ardían sin llamas en la chimenea, estaba preocupado, sentía que todo estaba en sus manos, debía cuidarse muy bien de las intenciones de Dimas, y también del futuro de Rimos, pues este estaba apunto de dar el zarpazo que lo liberaría o que lo terminaría de hundir, con todas sus criaturas dentro. Pero pronto dejó sus preocupaciones para después, debía planear lo que haría, un recorrido por el vecindario, para sopesar si la revolución podía tener eco en alguna parte. Pero antes, le haría una pequeña visita a la Garganta de Sera, talvez podría tener suerte y encontrar a Emmer Ilama allí.


León Faras.


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