sábado, 20 de agosto de 2011

Épica Medieval.

perdón por la hoja de cuaderno...




Épica Medieval.



Mi caballo se muestra impaciente por servirte, su cansancio aminora ante su noble misión de enfrentarse a la inclemencia del aire y lo hosco del terreno. Su carrera disminuye al entrar a los tétricos bosques desnudos que custodian tu encierro, donde las ánimas alborotan a las luciérnagas para confundir a los viajeros, mientras las aves nocturnas guardan insano silencio a la espera de que la luna se desnude y les otorgue la redención, a aquellos que no verán un nuevo día. El vapor que emana del cuerpo de mi cabalgadura parece alimentar la neblina reptante que borra nuestras huellas, pero no el rastro de azufre que corroe nuestros pechos agitados.

Propicia y brusca detención por poco me defenestra, un abismo de fondo incognoscible corta nuestra ruta mas no nuestra voluntad, nos abrimos paso entre la multitud de agudas garras secas, yo con mi espada, él con su pecho hasta un claro donde la neblina se esparrama lentamente a las profundidades, como una cascada fantasmal...como el rasgado velo de una novia. Cruzo a pie el puente de piedra, que muestra vetustas cicatrices, cual víctima de batallas ajenas, advirtiéndome de los ingentes golpes que esperan a los que osan compartir su destino. La entrada luce expedita, desafiante, exigiendo sólo valor de parte de los visitantes. Un cadáver cuyo escudo y armadura fueron doblegados me da la bienvenida, como este hay más, son sus impotentes almas las que purgan en este lugar mientras su cometido permanezca inconcluso.

Roedores carroñeros buscan refugio, anticipando la batalla que vendrá, tal vez augurando una pronta comida, son los únicos que prosperan en este castillo desgarrado, conviviendo con la bestia, como los parásitos de un dios. Trato de minimizar mi respiración, sé que ya sabe de mi presencia, su sueño es liviano como los pensamientos de los hombres. Me aferro a mi escudo, mientras reacomodo la empuñadura de mi espada en mi mano, escudriñando mi alrededor. La altura de la bóveda me da una idea del tamaño de mi oponente.

Encomendándome a mis antepasados de armas y entregándote mi destino, hincho mis pulmones y provoco a la bestia con un grito, para que abandone su escondite desde donde se burla de mi atrevimiento. El rugido no se hace esperar, apenas logro girar para anteponer mi escudo a un chorro de fuego que encandila como un rayo y cuyo calor me obliga a rodar tras el refugio de una columna de roca destrozada, sus pasos estremecen un piso de roca sólida. Con desesperación me busca, ahora soy yo quien aguarda escondido, esperando el descuido, la ventaja que otorga la sorpresa. Llegado el momento subo a la piedra que me protege y de ella salto con mi espada recogida, clavándola en el costado del dragón con todo el peso de mi cuerpo, el baladro, más de frustración que de dolor, me ensordece, mientras un brusco movimiento me obliga a soltar mi espada, que queda adherida a su carne. Caigo al suelo, consiente de que cualquier contragolpe será letal, pero antes de incorporarme, un golpe de su cola me eleva por los aires, estrellándome contra una pared y poniendo a prueba mi armadura. Aturdido, sin aliento por el golpe y con el ardor del sudor en mis ojos, veo a la criatura prepararse para una nueva bocanada. Con las fuerzas que sólo la devoción otorga, hago rodar mi cuerpo una vez más, esquivando el ataque y poniéndome de pie, corro en busca de refugio nuevamente, con el consuelo de que la bestia pierde su objetivo cada vez que escupe fuego. Tirado en el piso tras unos escombros chamuscados lleno mis pulmones con desesperación una y otra vez, mi saliva se vuelve espesa y cuesta tragarla. Me doy cuenta de mi situación, ya no tengo arma, mientras el rugido del dragón retumba tanto dentro del castillo, como de mi cabeza. Tratando de aclarar mi mente, busco el cadáver más cercano, y me arrastro hasta él. La cantidad de destrucción me favorece, ocultándome. El cuerpo de un caballero desconocido ofrece su lanza de acero, aceptarla incluye abandonar mi escudo, pues necesitaré ambas manos para maniobrarla, sin tiempo para pensar, me deshago de mi adarga y abrazo mi nueva arma. Nuevamente pienso en ti al saber que apuesto al todo o nada, la lanza es letal, pero si fallo, no podré protegerme de un nuevo ataque.

Mi suerte esta echada, mi último ataque será frontal, con mi respiración ya serena espero el momento, el dragón me localiza con su olfato girándose hacia mi. Gritando tu nombre me lanzo hacia él con el agudo filo de mi arma delante. Al acercarme bajo su cuerpo inutilizo su arma de fuego, y en un intento de esquivarme se eleva en dos patas mientras le clavo mi lanza en el pecho al tiempo que cae sobre mi. Por muy poco me salvo de morir aplastado. Exhausto arranco mi espada de su costado y trastabillando se la entierro en el cuello, mientras caigo de rodillas, oyendo exhalar el último aliento al dragón.

Para cuando desperté nuevamente, viajaba cruzado como un bulto sobre mi caballo, el que tú conducías, llevándonos de regreso a casa.

León Faras.

2 comentarios:

  1. =B hola!...dejando atrás los días extraños,no,nada grave,sólo dramático.El fin de semana me ha ayudado también.Buen inicio de semana León.Sé que aquí estás y no dudo en tocar la puerta para entrar =D

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  2. Bueno, todos tenemos días malos, pero el sol tiene que salir en algún momento. Me alegra que no sea nada grave y que estes bien...es lo que al final importa.

    Un tremendo saludo Belce.

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