jueves, 11 de julio de 2019

El Circo de Rarezas de Cornelio Morris.


XXV.

No siempre su nombre fue Cornelio Morris, en realidad, nació con el nombre de Julio Monte, pero “El Circo de Rarezas de Julio Monte” no sonaba nada espectacular, aunque él no sabía nada de eso cuando llegó al bar de la dulce Judy. Ella no era una mujer especialmente atractiva, pero no le decían “dulce” por nada, era la mujer más encantadora y cariñosa del mundo, y trataba a todos sus clientes con una sonrisa, tiernas caricias y palabras bonitas, sin importar quien fuera o si era la primera vez que lo veía. Cornelio, o Julio en ese momento, llegó allí a tomarse una cerveza, estaba quebrado y se le estaban agotando las ideas, había gastado sus ahorros en una mina que no arrojaba más que kilos y kilos de roca sin valor y su socio, un médico de nombre Narciso, quien lo había convencido de invertir en la mina, había abandonado el negocio hacía dos semanas, alegando que había sido una mala inversión, Cornelio sospechaba que había sido estafado, y encima, Beatriz, la mujer con la que estaba, le había salido con que estaba embarazada. Él quería fortuna, no un hijo. En una mesa apartada, un hombre rió a carcajadas, había vuelto a ganar, esa noche estaba imparable, jugaba al Cacho con dos hombres más, un juego llamado así, porque se jugaba con cinco dados dentro de un vaso hecho de un cacho de vaca, uno de esos hombres llamó la atención de Cornelio, era muy peculiar, pelo largo, rubio, ojos azules, a Cornelio se le antojó parecido al Jesucristo de las pinturas, sonreía a pesar de haber perdido su dinero, mientras la dulce Judy le llenaba el vaso. Cornelio volvió la vista a su cerveza. Estaba quebrado. Cuando miró a su lado, el hombre parecido a Jesucristo estaba parado ahí, mirándolo entre curioso y divertido, como si lo conociera, aunque para Cornelio si alguna vez hubiese visto a un hombre con ese aspecto, no se le hubiese olvidado, tampoco su nombre le pareció familiar cuando el hombre se presentó como David Franco, “Parece que ha perdido buen dinero…” comentó Cornelio, por decir algo, “Yo jamás pierdo, Julio…” a Cornelio le pareció un fanfarrón, pero además uno que sabía su nombre. David sonrió, “…no me mal interprete, considere ese dinero gastado como una inversión. Yo no le apuesto a los dados, le apuesto a las personas, y en quien vine a apostar hoy, es en usted” Cornelio lo miró como si lo estuviesen intentando convencer de comprar unicornios azules. Rió “¿Se quiere burlar de mí?” David Franco no se burlaba de nadie, “Ese hombre que está ahí…” señaló al hombre con buena racha en los dados, “…es Mario Gutiérrez, él es un adicto a las apuestas, y ahora que ha ganado buen dinero, gracias a mí, le aseguro que no piensa en retirarse. Él tiene dos camiones estacionados allá afuera, ahora, usted va ir a jugar contra él, y se los va a ganar” “Escuche amigo, estoy quebrado, ¿Quiere que haga el ridículo sentándome ahí con la miserable cantidad de dinero que tengo?” David Franco secó de un trago su vaso, “Lo sé, lo estafaron con esa mina, su amigo doctor lo sabía, después podrá encargarse de él. Pero déjeme decirle algo: sólo los perdedores necesitan dinero para apostar, no los que ganan” Cornelio lo miró con las cejas apretadas y la boca chueca, “¿Quién carajos dijo que era usted?” David sólo sonrió con una sonrisa perfecta.

Cornelio aceptó jugar finalmente, y Mario Gutiérrez, Don Guti, aceptó encantado al nuevo rival, tan contento estaba que le pidió a la dulce Judy, cerveza para los cuatro, David también se sentó junto a Cornelio, aunque no aceptó jugar, alegando que ya había tenido suficiente. Julio Monte no perdió un solo juego en toda la noche, no lo podía creer, aquello no podía ser sólo suerte, Don Guti también pensaba lo mismo, que no podía ser sólo suerte, aunque, David Franco se lo recordó, antes era él quien no perdía nunca. Cuando finalmente se quedó sin dinero, Don Guti apostó uno de sus camiones, Cornelio le dijo que los dos, contra todo el dinero que había perdido, y Don Guti aceptó, tenía una jugada preparada: ambos golpearon sus cachos sobre la mesa sin levantarlos, y Don Guti pidió “cambalache”. Cuando uno sospecha que le están haciendo trampa con los dados, se intercambian los cachos ya tirados boca abajo y que la suerte hable, Don Guti levantó un trío de ases y un par de cincos, un full, nada mal, Cornelio, asustado, miró a su amigo David Franco en busca de algo de confianza, luego a Don Guti que esperaba ansioso para ver su jugada: cuatro seis, un póker. Aquello era insultante, Julio Monte volvía a ganar. Don Guti se puso de pie con un revólver en la mano, “¡A mí no me vas a ver la cara, maldito hijo de p…!” Cornelio levantó las manos, pero David Franco se puso de pie, abriéndose la chaqueta, don Guti juró que le vio un arma en el cinturón y disparó contra él. El arma humeaba por el cañón, pero la bala había desaparecido, era imposible que hubiese fallado a esa distancia, pero David no tenía nada, sólo lo miraba como se le mira a quien acaba de hacer una estupidez que no es graciosa. A su lado, Cornelio se apretaba las orejas enterrado en su silla. “Las armas pueden ser traicioneras, amigo Gutiérrez, no debería usarlas así, a la ligera” dijo David Franco, abriéndose la chaqueta y mostrando que no llevaba ningún arma escondida. Tardó varios segundos Don Guti en sentir la humedad y el calor de su propia sangre, pero no se atrevió a mirarse, era inverosímil, pero su bala, su propia bala, había terminado alojada en su pecho, las fuerzas lo abandonaron y sin entender cómo, se desplomó sobre la mesa, sin vida. Tomaron el dinero, las llaves de los camiones y el arma, un hermoso revólver Colt 45, luego le dejaron una pequeña porción a la dulce Judy por las cervezas y las molestias, y se fueron. Antes de despedirse aquella noche, y de quedar para verse dentro de un tiempo, Cornelio preguntó por qué lo había elegido a él para hacerlo ganar ese dinero y esos camiones de los que ahora era dueño, David le respondió que ese era sólo el comienzo, “…Ya te lo dije, para los hombres, el dinero es lo más valioso, pero, para quien tiene todo el dinero que quiere, lo realmente valioso, son las personas. Yo apuesto a las personas, y te elegí a ti, porque tú tienes algo que pocos hombres tienen: el valor de hacer lo que sea necesario para conseguir lo que quieren. Lo que sea. No le puedo ofrecer el poder y el dinero a quien no está dispuesto a pagar el precio y la mayoría, no lo está, pero tú sí” Cualquier persona hubiese preguntado cuál era ese precio que debía pagar, de qué se trataba, pero no Julio Monte, el sí estaba dispuesto a hacer lo que fuera a cambio de poder y dinero.



León Faras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario