10.
Un
hombre llegó al departamento de Nora, sacó una pequeña libreta del bolsillo
interior de su chaqueta y luego de comprobar la dirección, le dio tres golpes
fuertes a la puerta, pero lentamente, como si estuviera cansado de hacerlo,
esperó, luego volvió a golpear. Era un hombre joven pero con una prominente
calvicie que lucía con carácter, usaba unos bigotes negros que caían a ambos
lados de la boca, como motociclista. Lo acompañaba una mujer de baja estatura,
menuda, con un maletín en la mano, ella lucía un peinado rojo, perfectamente
redondo como una cereza, tenía las caderas anchas y siempre llevaba puestas
gafas de sol. Siempre. El hombre, luego de esperar un rato, sacó del bolsillo
de su pantalón dos pequeñas piezas de metal que introdujo en la cerradura hasta
abrirla. Al entrar, él se quedó estudiando minuciosamente el panel eléctrico,
no se veía dañado pero la pared mostraba restos de quemaduras, su compañera
miraba el dispensador de agua, estaba roto en una de sus caras, aunque aún
funcionaba. El hombre observó el pequeño jardín de rocas, las pequeñas parecían
haberse arrastrado levemente hacia la más grande dejando una huella en la
arena, el hombre se agachó, devolvió una a su lugar, y se puso de pie. La mujer
observaba una foto, donde aparecían dos muchachas, una parecía ser
completamente ciega, la cogió y se la enseñó a su compañero sin decir palabra,
éste la miró, asintió, y se dirigió al dormitorio, la mujer se quedó observando
un mueble con un pequeño montón de toallas apiladas junto a la puerta del baño,
luego se dirigió al sillón, estaba aplastado y magullado, como si algo de gran
peso hubiese estado sentado allí durante mucho tiempo. Encendió la televisión.
Un feo gato de tela se arrastraba pesadamente por el piso, no le prestó mayor
atención, en la televisión transmitían en vivo y en directo y de forma
ininterrumpida El Juego de Orión, llevaba más de diez horas según el reloj que mostraban
en pantalla, pero su presentador, Remo Taro, se veía igual de fresco y animado
que al principio. El hombre llegó a su lado y se quedó viendo la televisión
también. Babu Ragas bostezaba aparatosamente, poniendo fichas sobre el tablero
con tedio, sin interés ni estrategia, frente a él, una muchacha con un
Audio-visor jugaba concentrada. La mujer se acomodó en un brazo del sillón, el
hombre en cambio acercó una silla, “¿No es la chica de la foto…?” La mujer
estaba intrigada, “¿Cómo hace para jugar, cómo sabe el color de cada ficha?”,
“Tal vez suenan diferente…” sugirió el hombre, “Sí, creo que es la chica de la
foto, ¿Supones que ella es la persona que buscamos?” dijo la mujer, sin
despegar los ojos de la televisión, el hombre negó con la cabeza, “No, los
ciegos son personas muy ordenadas. Su habitación es un desastre” “¿Esperamos?”
Preguntó la mujer, “Sí, esperamos, la verdadera dueña de casa puede volver en
cualquier momento. Buscaré algo de comer, ¿Quieres algo?” El hombre se puso de
pie y se metió en la cocina de Nora, la mujer aceptó el ofrecimiento, luego
ella agregó para sí, “No… aquí tiene que haber un truco, es imposible que un
ciego pueda identificar los colores”
Después
de doce horas continuas de juego, Babu Ragas intentaba animar al público para
que lo apoyaran, algunos incondicionales lo hacían. Dixi se veía agotada, pero
su empeño por ganar y su coraje para no claudicar seguían intactos. Nora se le
acercó para preguntarle si estaba bien, “Dime que voy ganando…” le dijo su
hermana sin quitar la vista del juego, Nora le dio dos palmaditas en la espalda
y le respondió que llevaba una considerable ventaja, “Entonces sí estoy bien.
Dame un poco de agua, siento la boca como un trapo” La chica cogió la pequeña
botella, se echó un trago a la boca, lo revolvió dentro y luego lo escupió
hacia un lado, salpicándole los impecables zapatos a Remo Taro, quien en ese
momento se acercaba para cotillear, pero tuvo que retirarse dando saltitos y
bromeando con el público. Después de beber un sorbo, Dixi le devolvió la
botella a su hermana. Nora definitivamente comenzaba a creer que ella no era la
persona que creía conocer. Luego se fue donde Boris, Reni roncaba abrazado a sí
mismo, arrellanado en su asiento y con los pies en el asiento de delante. Yen
Zardo comía “¿Crees que podamos ganar pronto? Dixi no se ve nada bien” preguntó
Nora, rascándose el interior de una oreja, con disimulo “Sí, sólo un par de
horas más. El algoritmo de la máquina ya lo descifré hace rato, el problema es
Babu Ragas: su juego no obedece a ninguna lógica o estrategia… es como estar
jugando contra un chimpancé” Nora lo miró como si la hubiese insultado, “¡¿Un
qué?!” El robot volvió la vista al
juego, “Nada, sólo es algo que vi en televisión. Quiero decir que su juego es
totalmente aleatorio y absurdo, como un niño pequeño que no sabe lo que hace,
pero tranquila, le he puesto varias trampas, en cuanto pise una, todo caerá
ante sus ojos como un enorme castillo de naipes” Nora sólo lo miró con el ceño
apretado y la boca abierta, no sabía si alegrarse porque en poco tiempo Dixi
iba a despedazar a su oponente y ganar el juego o asustarse un poco por el
repentino tono de genio malvado que había adoptado su amigo metálico, pero él
tenía razón, en menos de una hora, Ragas finalmente cayó en la trampa, puso la
ficha que Boris necesitaba en el lugar donde Boris quería y todo se iluminó
mágicamente, y metafóricamente, ante los ojos de Dixi cuando de pronto vio cómo
el aparente caos de fichas sobre el tablero, era en realidad una constelación
pacientemente armada y estratégicamente distribuida, que sonaba como una
sinfonía en sus oídos. En ese momento era su turno, y jugó. “Llegó el momento”
susurró Boris, y el establecimiento completo, la multitud efervescente y
bullente, Babu Ragas, incluso el extrovertido y ventilado Remo Taro,
enmudecieron, cuando Dixi comenzó a barrer con el tablero, sacando tres fichas
y luego tres más y luego tres más, ante su desconcertado oponente que no podía
hacer nada porque nunca llegaba su turno, como si el dispensador se hubiese
puesto de acuerdo con ella para otorgarle exactamente las fichas que
necesitaba, como si lo estuviera manejando de alguna misteriosa manera, hasta
dejar solamente la ficha negra, solitaria en su pequeño cuadro central. Dixi se
detuvo expectante, en cinco minutos de pronto, todo había acabado, el mundo se
había quedado en silencio, incluso su Audio-visor estaba mudo. Nunca, en todos
los años que llevaba el juego, alguien lo había ganado de esa manera, con
estrategia. Nunca. Largos segundos después, Remo Taro levantó los brazos y
gritó al público su mítica frase, “¡Orión tiene un ganador!” y la gente
estalló. Dixi también levantó los brazos y soltó un grito, eufórica, mientras
Babu Ragas trataba de que alguien le escuchara, que aquello era imposible, que
habían hecho un truco, que había sido timado y que nadie le podía ganar a él,
hasta que Remo Taro le dio cinco segundos de su tiempo para decirle con una
mano en su hombro, “Lo siento, hijo, perder también es parte del juego, esta
vez te han destrozado” y luego se fue a celebrar con la ganadora dando saltitos
y grititos afeminados, a animar al público que no paraba de gritar y a decirle
a las cámaras que nadie se moviera de sus asientos, porque en breves minutos
comenzaría la retransmisión completa de todo este apasionante juego, para aquellos
que se lo habían perdido.
León Faras.
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