jueves, 11 de julio de 2019

Lágrimas de Rimos. Segunda parte.


XXXVII.

Se decía que su madre, había sido una mujer normal, aunque robusta, pero de talla normal, sin embargo, su padre había sido un auténtico gigante de las cuevas de Tribalia que medía tres metros, y sólo con ver al gran Tigar, podías creerte buena parte de esa historia. Era un hombre de no menos de dos metros y medio de altura, con una espalda poderosa y dos brazos que parecían capaces de partir a un hombre a la mitad, una multitud de cicatrices cubrían su piel visible. Tenía la cabeza protegida con un casco de hierro de buena confección, lleno de afiladas e irregulares púas, que le cubría desde el cuello por detrás, hasta sus imperceptibles cejas por delante, llevaba una enorme faja de cuero grueso que le protegía el estómago y sus brazos y pantorrillas estaban igualmente fajados con cuero, pero éste era más delgado y estaba protegido por barras de metal remachadas. Un cuchillo enorme colgaba de su cadera izquierda y en las manos cargaba una maza de hierro cubierta de algunas respetables púas, sujeta a una larga cadena. Cherman lo aguardaba al otro lado de la Rueda, sereno, con su espada apuntando al suelo, como si temiera dañar a alguien con ella si la levantaba. “Tenías razón, esa cosa no pudo haber salido de una mujer” murmuró Cransi, aferrado a los barrotes, mientras la gente gritaba eufórica, en honor al campeón de Jazzabar. Damir a su lado rió nervioso. El gigante tenía entre los dientes un trozo de rama de un árbol, como si fuera un cigarro, se lo quitó de la boca para decir unas palabras en un idioma propio que sonaba duro y tosco como masticar rocas, observó a Cherman con la cabeza inclinada, con curiosidad, como si le llamara la atención su pierna artificial, dijo dos palabras más y se volvió a meter la rama a la boca, luego, lentamente comenzó a enrollarse parte de la cadena en la mano y parte del antebrazo. Cherman comenzó a caminar de lado, manteniendo el agujero central de la Rueda de por medio, con el filo de su espada siempre mirando al suelo. Un ebrio del público gritó, “¡Pelea ya, pedazo de mierda!” y le lanzó su vaso de greda, Cherman lo hizo trizas con su espada en el aire y en menos de un segundo, el filo de su espada volvió al suelo y sus ojos a su oponente. Eso impresionó a la mayoría, pero no al gran Tigar que en ese momento caminaba lentamente hacia él y cambiaba la rama que masticaba de un grupo de molares al otro. Hizo girar tres veces su bola de hierro sobre su cabeza antes de lanzársela, desenrollando la cadena de su brazo, Cherman retrocedió apenas un paso con el filo de su espada protegiéndole el rostro y la bola se estrelló contra la pared, con su pierna falsa, sólo podía ser ágil en movimientos cortos, una desventaja, pero como toda desventaja, podía convertirse en una ventaja en determinadas ocasiones y también al revés, nada que Cherman no supiera ya. La bola volvió a su dueño con la misma violencia con la que había sido lanzada, y con increíble agilidad, para un hombre de su talla, dio una zancada, la hizo girar nuevamente junto con todo su cuerpo, como un atleta que lanza un martillo, para soltarla con una expresión en el rostro de loca felicidad, contra su pequeño rival, quien giró por el suelo una vez y luego otra, para luego, ponerse de pie nuevamente. El gran Tigar asintió con la cabeza, como aprobando a su oponente, se quitó el palo de la boca, escupió al suelo y luego de decir dos o tres palabras más en su incomprensible idioma, se lo volvió a meter entre los dientes, entonces, con calma y sin prestarle la menor atención al público que lo aclamaba, comenzó a recoger su cadena como un vaquero enrollaría su cuerda, hasta quedarse sólo con un trozo corto para pelear a corta distancia y con la otra mano cogió su cuchillo. Cherman se movía con cuidado, las incontables grietas del piso podían hacerlo dar un mal paso con su pierna de hierro, y esa sería una forma muy tonta de acabar, el gran Tigar buscaba reducir los espacios, el Rimoriano, en cambio, sólo quería más oxígeno entre él y el gigante, mientras encontraba la forma de hacerle daño. El cuchillo del Tigar pasó horizontal, hacia afuera, por encima de la cabeza de Cherman, e inmediatamente, la bola de hierro comenzó su viaje circular para caerle encima, el Rimoriano salió por debajo del cuchillo con su espada en alto, golpeando el brazo y, en el momento que la bola golpeaba el lugar donde antes él estaba, hizo un giro para abrir una profunda herida en la espalda del gigante, luego retrocedió ganando metros con algo de desesperación, hasta que alguien le gritó “¡Cuidado!” Cherman se detuvo, miró atrás, estaba a un paso de caer por el agujero central de la rueda. El gigante se enderezó, tenía un buen corte en la espalda, pero no sangraba, como si estuviera cubierto de una piel dura y gruesa, su brazo no tenía nada, las barras de hierro habían evitado cualquier corte. Prato rió animado, incluso aplaudió un poco, Garma le pidió que le dejara entrar para ayudar a su amigo, pero el viejo se puso serio enseguida, “No, no, no… el siguiente en entrar, será el pequeño peludo, así lo dijo Cegarra, y lo hará cuando él diga, no cuando tú quieras, brabucón…” Cherman seguía moviéndose y el Tigar buscando quitarle los espacios, aquello era inevitable, la lentitud del primero y la enorme masa del segundo se lo ponían fácil a éste último, pero el Rimoriano ya tenía un punto donde atacar, entonces, el gigante arrinconó a su presa, ésta hizo el amague de querer escapar, pero una enorme pierna y una bola de hierro amenazante se interpusieron, al otro lado, el cuchillo estaba preparado para cortarle a la mitad. Cherman obtuvo su oportunidad, y el Tigar era demasiado grande para advertirlo. El Rimoriano levantó su espada, la invirtió, y la dejó caer como un rayo, ensartada en el pie del gigante, esta vez el Tigar sí gritó de dolor, el trozo de rama que masticaba cayó al suelo, pero Cherman no pudo retirar su espada a tiempo, una rodilla, grande como un ariete, lo estrelló contra la pared que a duras penas resistió, y luego, esa misma pierna, lo mandó a volar varios metros de una patada colosal. Prato volvió a reír entusiasmado, “¡Tu amigo es bueno!” le dijo a Garma, con unas palmaditas amistosas en el hombro, amistosas pero poco consoladoras. El gran Tigar, era una criatura sin grandes apuros en la vida. Se guardó el cuchillo, recogió su trozo de rama del suelo para volver a metérsela en la boca y luego sacó la espada de su pie. Ahora ambos cojeaban, aunque uno más que el otro. Cherman se ponía de pie adolorido, su inmortalidad no cubría golpes de esa magnitud. El gigante le lanzó su espada al suelo y aguardó a que la recogiera, se quitó la rama de la boca para escupir y decir un par de palabras más que nadie comprendió y se la volvió a poner, luego sacó su cuchillo nuevamente. Cherman recogió su espada, sin demasiado apuro tampoco, sentía la mitad de sus costillas rotas. Aquello era un gesto de honor y respeto que no se esperaba. En ese momento, el rey Cegarra hizo una seña con la mano desde su posición, y Prato dejó entrar al pequeño Damir a la Rueda. Éste sonreía sin motivo, como siempre. Llevaba su espada corta en la mano y de su espalda cogió su cuchillo, era un buen cuchillo, de  respetable tamaño, pero ridículamente pequeño para la envergadura de su oponente. Sin causa ni aviso, Damir lanzó su cuchillo directo al pecho del gigante, pero éste interpuso su brazo acorazado de hierro y el cuchillo voló por los aires sobre un grupo de personas del público, tal vez sobre el mismo borracho que antes había lanzado el vaso de greda, aunque no mató a nadie. Damir sonrió con una sonrisa forzada ante su fracasado ataque. Cherman lo miró con los labios apretados y luego a su rival, aquel había sido un buen intento, quizá algo ingenuo, pero bueno. El nuevo luchador era más ágil y movedizo, de hecho, no paraba de moverse, su pequeña espada de doble filo parecía igual de nerviosa que su dueño, subiendo y bajando, girando y cambiándose de mano, sin parar. El gran Tigar ahora buscaba cubrirse las espaldas con el muro, y mantener a sus dos rivales a la vista, Cherman al lado del cuchillo y Damir al lado de la bola de hierro. Éste último quiso probar suerte, siempre usaba esa artimaña para pelear, aquello de simular un ataque y retroceder, siempre le funcionaba y si no, confiaba en su suerte y agilidad. El Tigar le estrelló la bola de hierro justo frente a los pies, Damir retrocedió de un salto cuando vio que la bola volvía a caerle encima, la tercera vez, el gigante se la lanzó de forma horizontal, como un gran puño de hierro directo al pecho, el pequeño y velludo guerrero tuvo que girarse sobre sí mismo y salir hacia atrás dando saltitos, aunque sonriendo, siempre sonriendo, como un pugilista que acaba de esquivar un buen ataque de su oponente y salir ileso. Por el otro lado, Cherman también atacó, un ataque vertical hacia abajo, violento y furioso, no era la mejor idea contra un rival tan alto, pero pensaba meter dos o tres golpes y tal vez acertar con uno, sin embargo, su espada quedó atascada, totalmente  inmovilizada en el enorme puño del gran Tigar que había soltado su cuchillo, y le fue imposible moverla de allí, el gigante, con una sacudida violenta desprendió al guerrero de su arma, como si se tratara de una pequeña alimaña renuente a soltar su gran presa, y con el mismo puño en el que la espada de Cherman estaba apresada, lo golpeó. El rimoriano alcanzó a anteponer sus brazos, pero el golpe igual lo lanzó contra una pared donde se quedó sentado, terriblemente adolorido. El arma de Cherman cayó al suelo. Ese fue el momento que aprovechó Damir, para entrar de un salto y dejar clavada su pequeña espada en el estómago del gigante, justo por encima de la faja de cuero, el gigante apretó con los dientes el trozo de rama que sostenía en la boca con un gruñido, mientras el pequeño rimoriano retrocedía trastabillando, pero feliz, hacia la reja donde estaban sus amigos, “¡Rápido, un arma!” Egan le alcanzó su alabarda. El gran Tigar ni siquiera se molestó en quitarse la espada clavada, se lanzó sobre Damir haciendo girar su bola de hierro una vez, y otra vez y otra vez, mientras el rimoriano retrocedía y esquivaba los golpes con su nueva arma, la cuarta vez, la bola no pasó a la altura de su cabeza, sino que golpeó sus piernas. Damir cayó al suelo malherido, su inmortalidad no le valió de nada, el gigante, de dos zancadas ya estaba sobre él con uno de sus pies en alto. El grito de Damir fue silenciado abruptamente con un pisotón que le destrozó la cabeza y la multitud estalló de emoción. En ese momento, debían dejar entrar a otro guerrero a la Rueda, pero nada de eso alcanzó a suceder, Cherman corrió torpemente hacia su enemigo con su espada en alto, en un último ataque desesperado, el gigante lo recibió con una bofetada de revés descomunal que dejó desarmado y aturdido al rimoriano, aunque, increíblemente de pie, el Tigar lo abrazó por la cintura y comenzó a apretarlo, como si lo quisiera partir en dos, la gente estaba eufórica, incluso Cegarra se puso de pie, expectante. Con su último sorbo de conciencia, Cherman buscó la punta de su pierna falsa de hierro, la cogió y extrajo de ella un punzón, que clavó en el cuello del gigante, imprimiendo apenas la fuerza suficiente para ello, con un cuerpo demasiado maltrecho que ya apenas le respondía. El gigante gritó y retrocedió, sin dejar de apretar a su presa, sino soltando todo su dolor e ira en ella, hasta derrumbarse sentado en el suelo y luego irse de espalda por el agujero central de la Rueda, junto con su enemigo. Ambos se perdieron en las aguas del río Jazza y la multitud se quedó enmudecida.



León Faras.

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