jueves, 11 de julio de 2019

Del otro lado.


XXXIV. 


Olivia del Arroyo se ganaba la vida tirando las cartas y adivinando el futuro de las personas en su casa, también de tanto en tanto, ofrecía sus servicios como médium para que las personas pudieran comunicarse con sus seres queridos difuntos, y en contadas ocasiones, muy específicas, prestaba el servicio de limpieza, desalojando espíritus molestos de lugares a los que ya no pertenecían, pero esto último, sólo cuando era estrictamente necesario. También tenía otro tipo de habilidades y conocimientos, como sanaciones especiales por medio de rezos y yerbas, amuletos específicos contra males específicos y otros para atraer bienes específicos, pero la verdad era que el negocio estaba muy contaminado últimamente con charlatanería y prefería dedicarse a la tira de cartas. Hasta allí llegó Richard Cortez, Olivia estaba atendiendo a una mujer, así que la esperó sentado en el sofá del patio, entre la basura, el ciruelo y los numerosos gatos que a esa hora se asoleaban regados por todas partes. No había encontrado al padre José María ni en la iglesia ni en su casa, así que decidió acudir con ella. Veinte minutos después, la mujer salía atesorando un objeto entre las manos y la bruja se asomaba a la puerta para invitarlo a entrar, Richard se había entretenido mirando la cantidad de basura que la bruja acumulaba en su patio: lavadoras, bicicletas, un televisor, un carro de supermercado y hasta un automóvil “¿Por qué…?” la bruja preparaba té, “Hay gente que necesita retribuir lo que he hecho por ellos y no tienen suficiente dinero, entonces lo hacen con objetos que ellos consideran valiosos. No puedes decirles que no, es contra las reglas…” concluyó, alcanzándole una taza de té amargo a Richard, éste insistió “Pero si no son más que una pila de basura” “La mayoría funcionaba antes de quedar tirados allí ¿Viniste a hablarme de eso?” Eso último, era obvio que no, pero el tema de la basura, ya se estaba alargando demasiado para Olivia. Richard negó con la cabeza con una sonrisita socarrona. Se sentó, “Vengo a hablarte del hombre que mató a Laura, hay algo interesante que deben saber…” Le contó todo, todo sobre su visita a la señora Estela, la viuda de Joel, de la muerte de éste, de lo mal que salió del mar la hija de ambos y de la milagrosa recuperación que tuvo ésta última. Y lo más interesante, el hombre que la visitó en el hospital “…era un hombre vestido de negro, muy elegante, de pelo largo, rubio y de ojos azules, la mujer lo recuerda como a un Jesucristo, de esos que pintan los artistas. Ese hombre apareció de la nada para decirle que su hija se recuperaría y luego desapareció, como un ángel. Lo curioso fue que la niña a la mañana siguiente despertó y en un tiempo relativamente corto, se recuperó completamente, sin secuelas, lo que los médicos catalogaron como un milagro inexplicable” Olivia fumaba pensativa, “Un ángel…, recuperación milagrosa…, Jesucristo…” pero no lograba atar los cabos, “…los milagros pueden ocurrir, ocurren, pero no hay ningún ser material, especial, hacedor de milagros… y menos uno con ese aspecto tan peculiar que a nadie le pasaría inadvertido” la bruja pensaba en voz alta, Richard sugirió coincidencia, “…tal vez se trataba de algún doctor que ya se iba a su casa o de alguien de paso que quiso darle consuelo a una mujer afligida y la niña sólo se recuperó porque debía recuperarse” Olivia lo miró a los ojos como si en ellos pudiera ver sus propis pensamientos, “sí, es probable… hablaré con José María, él a veces sabe cosas que nadie más conoce… Gracias ¡Espera!” El hombre ya se iba cuando la bruja lo detuvo, “¿Dijiste que Joel ya estaba muerto en ese momento?” Richard lo pensó un par de segundos, “Supongo que sí. Su cuerpo no fue encontrado hasta dos días después, pero supongo que en ese momento ya estaba muerto” Luego de eso Richard se fue y la bruja encendió otro cigarro.


Dos horas después, luego de hablar por teléfono con el padre José María, Olivia salía de su casa con su chaqueta de lana roja y su bolso de cuero cruzado a la espalda, rumbo a encontrarse con él, quien había ocupado parte del día repartiendo sacramentos a algunos de sus fieles enfermos. En una banca de una plaza de esparcimiento y juegos se encontraron, no lejos de allí, se podía oír las obras en un edifico cercano que estaban reparando luego de haber sufrido un importante incendio hace un tiempo. Olivia le explicó lo que Richard le había contado hace un par de horas, especialmente lo de aquel hombre parecido a Jesucristo, tenía un mal presentimiento con ese hombre, definitivamente aquel no era un hacedor de milagros y desde luego, tampoco era sólo un hombre común y corriente que pasaba por ahí, el sacerdote la oyó con atención, lo de aquel hombre, también le pareció curioso. Le contó una pequeña historia, “Hace ya varios años, cuando yo aún estaba en el seminario, debimos visitar a un hombre como parte de la instrucción que estábamos recibiendo, se trataba de un sacerdote, un hombre muy, muy anciano que vivía postrado en una cama al cuidado de las monjas de un convento. Benigno, se llamaba, nunca he olvidado su nombre. Era una auténtica reliquia religiosa de gran valor para la fe, que contantemente era visitado y consultado por los más grandes e importantes miembros de la iglesia. Era un hombre muy amable, muy culto y lúcido, a pesar de los años. Lucía cicatrices de quemadura en ambas manos. Estas cosas no se divulgan, ¿entiendes? Ese sacerdote, a la vista, fácilmente podía tener cien años de edad, lo cierto era que según su acta de nacimiento, el padre Benigno tenía más de ciento sesenta años, aquello es imposible, lo sé, pero todos quienes le conocían, así lo aseguraban. Él nos habló que en una ocasión, tuvo que enfrentarse a un hombre que no era de este mundo, que no era humano ni demonio, no sabe lo que era, que había venido al mundo como un niño con la ayuda de una mujer, eso nos dijo, aquel hombre tenía habilidades que no eran naturales, ¿entiendes? Y no las usaba para el bien, sino para su propio beneficio y el de quienes él consideraba oportuno beneficiar. Ese hombre, según el cura, fue quien lo envenenó, no sabe cómo ni con qué cosa, pero no para matarlo, sino para que no pudiera morir, a pesar incluso del deterioro de su cuerpo. Cuando lo vio por última vez, se lo reveló y también le dijo que cuando estuviera listo, volvería para darle el antídoto que le permitiría por fin descansar, él ya era un anciano, pero el hombre mantenía su juventud. Cuando alguien le preguntó por el aspecto de ese hombre, nos dijo que había sido el niño más hermoso que jamás hubiese visto, él mismo lo bautizó, y que se había convertido en un hombre igualmente bello, con el cabello como el oro y los ojos como el cielo, algo para nada común en el lugar dónde nació. Usaba una barba pulcramente recortada y vestía muy elegante, siempre de negro. ¿Sabes qué más dijo? que su rostro se parecía al Jesucristo pintado por Leonardo da Vinci en la última cena. Su nombre, el de aquel hombre, era David… ¿Qué piensas?” Olivia miraba intensamente las baldosas del piso, pero toda su atención estaba en sus pensamientos, “¿Qué clase de habilidades tenía ese hombre?” José María negó con la cabeza, “No lo sé exactamente, el padre Benigno era un hombre agotado, que hablaba bajo y pausadamente, no podíamos presionarlo con preguntas” A la bruja, todo aquello no le parecía tan imposible, cosas más raras se habían visto, pero aun así, no lograba encajar una cosa, “Lo que quiero decir es, si ese David, del que hablaba tu cura de ciento sesenta años, es el mismo que hizo posible que esa niña se recuperara rápida y milagrosamente, primero, tendría más de cien años de edad ahora y seguiría luciendo igual, y segundo, ¿Por qué lo haría? ¿Qué es lo que gana?” el cura se sacó sus pequeñas gafas circulares que le daban ese toque intelectual y bohemio, y las limpió con un pañuelo, “Yo no sé si sean el mismo hombre, para serte sincero, me cuesta creerlo…” “A mí, no” lo interrumpió Olivia, el cura la observó unos segundos con sus ojos sin cristales, “¿Por qué estás tan segura?” Olivia encendió un cigarro. Se encogió de hombros, “Corazonada…” El cura asintió y se echó atrás cómodamente contra el respaldo, no tenía nada más que decir, la bruja tenía ese don, innegablemente, de escuchar con claridad y paciencia, esa vocecita interior que parecía nunca equivocarse, mientras el resto de nosotros sólo podíamos oír nuestra mente parloteando sobre esto y aquello sin estar seguros de nada.



León Faras.

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