jueves, 11 de julio de 2019

Zaida.


IX.

“Siendo una niña, apenas mayor que la pequeña Zadí…” Missa Nemir hablaba sentado en el suelo con la espalda apoyada en la pared interna del gigante caído, “…Missa Samada pisó este lugar e inmediatamente se sintió atraída por el gran poder que lo inundaba, algo muy grande había pasado aquí, provocado por fuerzas enormes que habían impregnado todo el valle con sus residuos. Ella los sentía, como quien siente la brisa o el calor del sol. Se quedó dos días en los que no comió nada, sólo bebió un poco de agua, siendo tan joven, no le iban a permitir un ayuno como ese, pero ella insistió, diciendo que la comida entorpecía sus sentidos y que los necesitaba para navegar. Se sentó ahí, en la roca donde ahora está Pimbo, cerró los ojos, y permaneció así por horas, cuando los abrió, dijo que los había visto moverse, muy, muy lejos en el tiempo, un tiempo en el que ella era una mujer adulta con una enorme cantidad de cabello negro ondulado y vestida de color arena, eso dijo, el viento le golpeaba la cara y sentía miedo de ver esos colosos cobrar vida. Por eso es…” “¿Eran de los buenos o de los malos?” preguntó Gunta, que parecía muy interesado en la historia. Missa Nemir lo miró severo, no era correcto interrumpir de esa manera a quien estaba hablando algo, pero por otro lado, le pareció bueno el interés del muchacho, “No siempre hay buenos o malos, Gunta, de hecho, casi nunca los hay, todo depende de dónde esté parado el observador. En este caso, ella no pudo saber de qué lado estaban, no supo decir si eran defensores o invasores, sólo sabía que daban mucho miedo y que algo o alguien les había dado vida con un gran poder y algún propósito. Este lugar está envuelto en ese poder, este lugar nos recuerda que la naturaleza y el alma humana pueden ser mucho más de lo que se ve a simple vista, que la grandeza no termina con lo que podemos ver sino que, con lo que podemos sentir, por eso es que visitamos este lugar cada año, por eso es que están aquí hoy ustedes, para que no olviden, en la cotidianeidad de sus vidas…” pareció querer recordar una cita antigua, “…Lo grandioso que es el mundo, cuando nadie lo está mirando” Gunta y los demás muchachos se miraron entre sí, Paqui se encogió de hombros, como si alguien esperara una explicación inteligente de parte de él. Aquello último no les pareció tener ningún sentido.

Pasaron la noche en un refugio cercano, construido dentro de una cueva especialmente para cuando hacían esos viajes. Comieron, bebieron té y durmieron abrigados por mantas y un buen fuego que fue alimentado por el monje que estuviera de guardia, no tanto por que llegaran desconocidos, aunque, ahora que el país estaba en guerra, era una precaución justa, sino porque debían asegurarse de que ninguno de los más jóvenes saliera por la noche a hacer travesuras. Driba y Girú hicieron la primera guardia, Missa Nemir la segunda y Badú la tercera, en esta última, fue en la que la pequeña Zaida despertó, abrió los ojos violentamente y al no reconocer su casa, se incorporó asustada, tardó algunos segundos en volver a la realidad, para cuando lo hizo, Missa Badú ya llegaba a su lado para tranquilizarla. No le dijo nada sobre su sueño, pues todavía estaban atoradas las palabras en su boca, pero no era difícil de suponer que sus sueños simples se basaban en su hogar, en su familia, sobre todo con su madre, y en el miedo y dolor que inundó toda su aldea y su vida de una sola vez, la última vez que estuvo con ellos. La princesa Viserina también estaba despierta, abrazó a la niña y se acostó junto a ella, la niña también la abrazó, aunque no se volvió a dormir; Badú les hizo una reverencia con una suave sonrisa y regresó a su puesto. El alba ya se anunciaba, pronto emprenderían el regreso a Pandur.

Gunta se restregó la cara con brusquedad para despertarse, e inmediatamente se abrazó a sí mismo para proporcionarse calor, era una mañana muy fría. Con sorpresa y algo de rencor, miró a Missa Nemir entrar al refugio, arremangado, con el pecho destapado y el caldero lleno de agua fría de las vertientes en sus poderosos brazos, para preparar el té: ese hombre parecía jamás sentir frío, nunca, de hecho, ahora que lo pensaba, Missa Nemir no parecía nunca demostrar ninguna de las necesidades o debilidades humanas. Por supuesto que las tenía, pero para unos novicios como ellos, no eran fáciles de ver o comprender. A su lado, Ribo, mucho más astuto y eficiente, ya tenía preparado el bulto con sus cosas para el viaje, y se daba calor restregándose las manos y dando saltitos en su puesto, más allá, Paqui trabajaba en ordenar sus cosas, lo hacía mucho más lenta y cuidadosamente, todo lo hacía así, debido a su miopía, “¡Gunta, mira a tu alrededor, ¿Podemos saber qué estás esperando para levantarte?!” El muchacho se puso de pie de un salto, había estado largos segundos observando cómo todos hacían algo, pero como un espectador, un ser superior ajeno al ajetreo de los simples mortales. El grito de Missa Nemir lo aterrizó. Luego del desayuno, caminaron todo el día, nada los retrasó, sólo se detuvieron unos segundos para observar una columna de humo lejana y decidir de qué aldea podía estar saliendo. Ribo miraba con desconfianza a la princesa Viserina que caminaba más adelante junto a la pequeña Zaida, “Ella es la princesa de Tribalia, es su ejército el que está arrasando con todo y quemando las aldeas… incluso la de la pequeña Zaida y míralas cómo caminan de la mano las dos, como si fuesen hermanas o algo…” Ribo hablaba en voz baja, como quien está conspirando, Gunta iba delante, “Ella sólo nació y ya era princesa, no tiene la culpa de eso, además, no creo que ella sea del tipo de personas que quema casas y mata gente…” Ribo lo miró de soslayo y con los ojos pequeñitos, “¿Acaso te gusta?” Inmediatamente se dirigió al que venía detrás, “¿Tú qué opinas, Paqui?” Para Paqui, todo el oxígeno del mundo era insuficiente en ese momento, “Tal vez… en su pueblo… también están quemando… aldeas” Ribo se volteó a mirarlo, aun sin dejar de caminar, como si necesitara cerciorarse de quién había dicho tal cosa, “¡No seas tonto, Paqui! ¿Crees que unos queman casas aquí, mientras los otros las queman allá? ¡Eso sí que sería tonto!” Paqui se encogió de hombros, no tenía ánimos ni aire suficiente para responder nada, Gunta lo hizo, “Si no lo han hecho ya, lo harán en cuanto puedan… como cuando te pateo el trasero y tú me persigues hasta patear el mío” “Eso es cierto…” dijo Paqui entre jadeos, sonriendo, Ribo volvió a voltearse “¡Cállate, Paqui!” y Paqui se calló.

“¿Cómo se siente, le duele la pierna?” Missa Nemir se retrasó un poco, dejando al orgulloso Pimbo en la cabeza del grupo, para hablar con la princesa Viserina que a ratos parecía cojear, “No, Missa Nemir, sólo un poco, pero puedo caminar sin problemas… no se preocupe por mí” “Ya veo…” respondió Nemir caminando a su lado, “…Qué bueno que no resultó herida de gravedad en ese ataque” la princesa llevaba muy buen paso apoyándose en un palo, a su lado, la pequeña Zaida caminaba tomada de su mano “Sí, debo estar agradecida con los dioses por eso…” Missa Nemir sonrió con condescendencia, la princesa agregó, “…Ustedes no creen en los dioses, ¿verdad?” El monje guardó silencio unos segundos, luego dijo, “Un hombre es atacado por unos bandidos, quienes lo matan para robarle. Luego, un hombre igual al anterior es atacado por los mismos bandidos, éstos lo hieren, pero el hombre logra huir con vida. Ahora, otro hombre es atacado por aquellos bandidos, pero resulta que el hombre va bien preparado para defenderse y él mata a los bandidos. Los tres casos son probables, y han sucedido en más de una ocasión, si yo le pregunto en cuál de esos casos se hizo la voluntad de los dioses, usted no podrá elegir uno de ellos, porque estará negando la voluntad de los dioses en los otros, y tampoco podrá elegirlos a todos, porque eso equivale a no elegir ninguno, porque si todos son voluntad de los dioses, da igual el resultado que sea, sería igual el hombre que mata injustamente, al hombre que muere injustamente. Para nosotros sólo existe un dios, que le dio la vida al mundo, consciencia a los hombres y estableció el equilibrio, el equilibrio es la paz y el bienestar perfecto, la armonía absoluta. Ese dios, no juega con los hombres a ponerles pruebas y ver qué es lo que hacen, es el equilibrio quien se encarga de eso y cada hombre es responsable del suyo, cada acto que decides hacer o no hacer, afecta tu equilibrio, para bien o para mal y repercute en tu destino” “¿La armonía absoluta…?” repitió la princesa con timidez, el monje prosiguió, “Dos fuerzas luchan permanentemente en todo el universo, la fuerza constructora y la fuerza destructora, cuando esas dos fuerzas son iguales, se anulan mutuamente, entonces surge el equilibrio perfecto, la armonía absoluta, la naturaleza, todo lo que podemos ver en el mundo, ya lo tiene, se le fue dado, fue creada así, es el hombre el único ser vivo que provoca el desequilibrio, debido a la consciencia que se le fue otorgada. Encontrar el equilibrio, a pesar de nuestra consciencia, es el único objetivo válido y la más grande necesidad de todo ser humano. Es el camino a la perfección.”



León Faras.

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