viernes, 12 de julio de 2019

Humanimales.


III.

En el Yermo, el agua era abundante hasta el punto de ser molesta en el suelo y bajo éste, cualquier pequeño agujero se inundaba rápidamente, pero tal agua tenía que ser filtrada y hervida antes de beberse y aun así sabía horrible. Sólo el agua que bajaba de los cerros, de las partes altas o de la lluvia misma, eran buenas para el consumo inmediato. Y el único lugar cercano para obtener agua buena, era el Plato, una roca plana que había cedido su forma ante un inagotable hilo de agua cayéndole constantemente, quizás, desde el tiempo de los humanos, lamentablemente, el Plato era frecuentado por manadas de carnófagos, que no buscaban agua, precisamente, “Iremos por el cementerio de chatarra, nos tomará más tiempo, pero nos mantendremos a salvo, además, podremos ver desde lejos cualquier carnófago merodeando, ¿Qué opinas?” Límber se había detenido frente al gran cementerio de chatarra, el lugar al que todos los antiguos vehículos terrestres humanos, habían ido a esperar el retorno de sus amos. Ni de cerca eran todos, pero sí muchísimos, y la verdad era que tampoco esperaban nada. Había un pequeño sendero armado por encima de camiones, acoplados y pilas de autos, que los mantenía lejos del piso y a salvo, “Es la mejor opción que tenemos. Necesitamos proveernos de agua” dijo Tanco, observando intrigado a la niña que, en cuclillas, recolectaba pequeñas cositas que parecían regadas por el piso, luego regresó con los bolsillos llenos de ellas, metiéndole dientes y uñas a una, hasta liberarla de su duro hollejo y hacerla desaparecer dentro de la boca, sin preguntar, le dejó caer un puñado en la mano a Tanco, que lo observó con la misma desilusión que antes a la bolsa de arena, y otro para Límber, que no tardó en deshollejar una con sus incisivos y probarla. Eran semillas y para éste último, estaban mejor, incluso, que la raíz morada. No le molestó recibir también las de su compañero, al que no le parecieron nada gratas de comer. Un ave de rapiña los observaba desde la altura de un poste, varias más giraban en el cielo sobre sus cabezas, las aves aún gobernaban en los cielos y prosperaban, al igual que los peces en las grandes masas de agua, sólo los condenados a vagar por la tierra permanecían atados a la constante de tener que luchar por la subsistencia. El camino, por sobre los vagones y conteiner, era bastante sencillo y seguro, pero las pasarelas que unían a éstos, podían ser no más que tablones, planchas de metal o simplemente cuerdas, peligrosas para cualquiera que sufriera un descuido o simplemente un mal paso de mala suerte, pues muchas veces no era fácil volver a subir y aunque no se habían visto aún, los carnófagos patrullaban constantemente los callejones y muchos de éstos eran callejones sin salida. La niña caminaba confiada masticando sus semillas, y hasta se le hacía divertido cruzar algunas pasarelas con los brazos abiertos como una equilibrista, Tanco se mantenía cerca de ella y Límber echaba un vistazo atrás cada vez que podía. Llegaron hasta la gran grúa que dominaba en altura toda la enorme extensión del cementerio de chatarra, mientras su compañero se quedaba con la niña en la parte baja, Límber la escaló hasta casi la punta de su poderoso brazo estirado, desde la altura se podía divisar los alrededores del Plato, llevaba en el bolsillo de su chaqueta, un pequeño binocular con uno de sus lentes estropeados, que usaba como catalejo. Divisó un carnófago pasar a lo lejos, se veía indeciso, como no muy convencido de hacia dónde debía ir y qué debía hacer. La respuesta a eso, era otro carnófago con el que tenía una disputa y que parecía estar más seguro de sí mismo y de su jerarquía, pero no era una disputa territorial, sino, alimenticia. Al acomodarse mejor, Límber vio un pequeño grupo de cuatro carnófagos dándose un festín y un quinto que quería participar de la fiesta y no se lo permitían. Comían de un cuerpo del que ya no se podía deducir ninguna apariencia física válida para reconocerle, algún desafortunado, cuya sed era más fuerte que cualquier precaución, seguramente, eso justificaba la presencia de las aves, siempre a la espera de poder aprovechar las sobras. Desde allí, se podía ver incluso los ojos negros de enormes pupilas de los carnófagos, que resaltaban en su piel lampiña de un blanco sucio. Límber se volteó justo en el momento: la niña caminaba sobre una puerta de un vehículo que servía de puente entre la grúa y un camión cisterna, sólo pasaba por ahí como un juego, cuando la ventana de ésta cedió y la niña cayó al suelo, el sonido llamó la atención de los carnófagos que de inmediato se movilizaron. Límber bajaba tan rápido como podía, mientras Tanco estiraba al máximo su brazo tratando de que la niña lo alcanzara, pero por más esfuerzo que hacia la pequeña, le era imposible. En ese momento, oyó el grito de su compañero que le advertía que pusiera atención al callejón, un carnófago se aproximaba, Tanco cogió su escopeta, lo apuntó, podía dispararle, pero eso llamaría la atención de todos los carnófagos cercanos. Intentó llamar su atención con gritos, aleteos y golpes en las latas, pero para el carnófago, él estaba fuera de toda posibilidad, sin embargo, de alguna manera sabía que había otra presa mucho más accesible y la buscaba, con todo el rostro lleno de sangre y restos del cadáver que antes devoraba. Límber llegó en ese momento apuntándole también con su rifle, el carnófago hizo un sonido parecido al de alguien que está siendo estrangulado, mostrando todos sus asquerosos dientes, pero más allá de eso no le prestó ninguna atención y siguió con su búsqueda. Dos carnófagos más aparecieron en ese momento, pronto tendrían a toda la manada encima, ya habían pasado largos segundos sin ver a la niña, “¡Voy a bajar!” gritó Tanco, “¡Espera, voy a cubrirte!” le respondió su compañero, pero no hicieron nada, la niña gritó en ese momento, y su grito fue largo y desplazado, como si algo la hubiese arrastrado y luego, nada. Desapareció. La buscaron desde donde estaban, le gritaron, dispuestos a saltar en su ayuda si es que la veían u oían con alguna mínima esperanza de vida, pero nada, sólo carnófagos que aún merodeaban buscando su presa, que estaban seguros, que les pertenecía. Tanco golpeó con los puños las latas del camión donde estaba, y cogió su arma, dispuesto a volarle la cabeza a una de esas bestias en un intento inútil de venganza, un arrebato de frustración, pero su compañero, que aún escudriñaba los alrededores con sus ojos, pero sobre todo con sus largas orejas, lo detuvo. Levantó su dedo para que pusiera atención y luego lo dirigió hacia abajo, pero no hacía el suelo, sino a sus pies, bajo sus pies, dentro del gran estanque de agua sobre el que estaban parados. Tanco se agachó hasta pegar uno de sus oídos sin orejas al metal y ambos se quedaron mirando en completo silencio, sorprendidos. Había algo vivo ahí dentro.

La compuerta de llenado del estanque se abrió en ese momento, ambos la apuntaron con sus armas aun sabiendo que ningún carnófago sería capaz de hacer algo así, “¡No disparen!” gritó una voz femenina desde dentro, era una voz agradable, a pesar de lo cavernosa que se escuchó debido al encierro metálico donde estaba. Una chica asomó la cabeza, no era el tipo de persona que uno se espera encontrar en lugares y situaciones como esa; era joven, de ojos grandes, chispeantes y sonrisa inagotable. Tenía un par de graciosas orejas largas que le colgaban a cada lado y dos pequeños y afilados cuernos en la cabeza. Muy menuda, llevaba un arco cruzado. Luego de salir, ayudó a salir a la niña de adentro, totalmente ilesa. Se presentó como Mica y dijo que los había estado observando desde que habían entrado en el cementerio de chatarra, “¿Pero tú qué haces aquí?” preguntó Límber, mirando a su alrededor, “Yo vivo aquí” respondió la muchacha señalando todo su alrededor, “¿Aquí, con ellos?” Tanco señaló a los carnófagos que aún se paseaban esperando alimentarse, Mica se encogió de hombros con su sonrisa persistente, como quien se justifica de algo que parece muy tonto, pero le gusta, “Ah, los chicos y yo nos llevamos bien, ellos cuidan aquí, mantienen las visitas molestas alejadas. No ustedes, por supuesto. Es un lugar seguro, ellos son predecibles. Con ellos siempre sabes lo que puedes y lo que no puedes hacer…” luego, miró a los carnófagos con profunda decepción, como una madre que ve un tremendo desorden en su casa que acaba de limpiar, “¡Cielos, chicos! Les di comida esta mañana, no puede ser que siempre estén hambrientos” y cogió su arco y una flecha, Límber y Tanco retrocedieron un paso, por un segundo, temieron convertirse en el alimento, pero Mica le disparó a uno de los carnófagos en una pierna, luego miró a los chicos, “Si quieren que ellos coman y los dejen en paz un rato, no los maten, no son carroñeros a menos que tengan mucha hambre y traten de no usar esas armas aquí, deben haber unas dos docenas de ellos merodeando por aquí y no querrán tenerlos a todos juntos de una sola vez. Vámonos, no querrán ver esto” Echaron a caminar tras Mica, mientras a sus espaldas, se oían los gritos del carnófago herido siendo atacado por sus compañeros, doblegado y devorado vivo. El líder caía en desgracia y uno nuevo surgía.



León Faras.

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