II.
Caminaron
hasta encontrar un refugio donde pasar la noche, una saliente de grueso
hormigón con el suelo erosionado bajo éste, donde cabía perfectamente un adulto
sentado. Al llegar allí, Límber de inmediato buscó desembarazarse de su
incómodo e improvisado calzado, dejó su rifle parado a su lado y se sentó en el
suelo. La niña, por su parte, sin que nadie se lo pidiera, sacó de su bolso una
lata de la que extrajo un poco de una pasta color ámbar, que puso en medio de
un pequeño nido de pasto y ramas secas, luego cogió una pequeña caja metálica
con una palanca de la que tiró y la caja escupió un chorro de chispas que
encendieron la pasta color ámbar en el acto y pronto había una buena fogata
encendida, Límber la miró con recelo, como cuando tienes tan pocas expectativas
sobre algo, que cualquier cosa te produce desconfianza, le echó un vistazo a su
compañero, éste sólo se encogió de hombros con los ojos muy abiertos, sin saber
qué decir, luego se sentó sobre una piedra, sacó un poco de carne seca y
machacada de su ración y la compartió con la pequeña mientras Límber se
estiraba en el suelo y se cruzaba de brazos y piernas, “Déjame dormir un par de
horas, luego me despiertas” Cuatro horas después, Límber despertó sin que nadie
le ayudara, sólo abrió los ojos cuando una manada de carnófagos, en su sueño,
lo arrinconaban contra un barranco y caía. La niña estaba acurrucada durmiendo
a su lado. Tanco le alcanzó una taza con una bebida caliente, “Cortesía de la
señorita” dijo, su amigo la recibió, pero antes de probarla, la olió con
desconfianza, “¿Qué es esto?” “No lo sé, pero sabe bien. Ella le echó algunas
hojas de su bolso al agua” respondió Tanco atizando el fuego, “¿Nos querrá
envenenar?” dijo Límber mirando el líquido, como si éste pudiera responderle,
“Yo ya tomé, ella también. ¿Quieres quedarte tú solo?” Límber lo miró como
queriendo comprobar si aquello había sido una broma o hablaba en serio, su
compañero no le ofreció respuesta, por lo que decidió probarlo. Sabía tan bien
como olía. “Duerme un poco. Yo vigilaré” Tanco se acomodó la capucha y se
estiró en el suelo. Apenas unos minutos antes de despuntar el alba, Límber
cerró los ojos nuevamente, vencido por el cansancio, al amanecer, tenían al
grupo de carnófagos de sus sueños frente a ellos.
“Tranquilos,
hermanos, sólo son mis bestias” dijo alguien con una voz gruesa como una caverna.
Los carnófagos, eran lo más parecido que se podía encontrar físicamente a un
ser humano, pero su piel era grisácea ceniza, habían perdido todo el pelo que
alguna vez tuvieron, y dentro de sus bocas sin labios, había más sucios dientes
de los que podían caber correctamente. Se movían con la espalda curva, a medio
camino entre el andar erecto y el correr sobre cuatro patas. Eran humanos
bestializados. Éstos que acababan de llegar, eran seis, atados del cuello entre
ellos, con correas de cuero y listones de madera, y de la cintura con cadenas a
un pequeño carro de tres ruedas del que tiraban. Llevaban los ojos vendados y
sus espaldas cubiertas de marcas de látigo. Su amo se bajó del carro, “Mi
nombre es Yagras, soy líder de la tribu de Yacú, ¿Ustedes de dónde vienen?”
Éste era un hombre enorme de piel oscura cubierta de corto y tupido pelo negro,
su cara estaba rodeada de una barba roja; su nariz ancha y larga, apenas le
dejaba espacio a la boca antes de expulsarla de la cara y la parte más alta de
su cabeza estaba dividida en dos por dos enormes cuernos que la envolvían y
acababan atrás, agudos, apuntando al cielo, como un casco irrompible. Le
seguían al carro, cuatro guerreros de a pie. Límber se paró de un salto con un
cuchillo en la mano, echó un rápido vistazo alrededor. La niña no estaba. Tanco
respondió, sin dejar de mirar nervioso a los carnófagos, por muy atados que éstos
estuvieran “Del Yermo. Somos incursores de la tribu de Portas” Yagras se acercó
a uno de sus carnófagos y le acarició amistosamente la cabeza, aquel no dejaba
de mostrar todos sus dientes, pero no intentó atacarlo, “No deben preocuparse
por ellos, les vendamos los ojos, eso los vuelve dóciles e inofensivos. Tal vez
puedan ayudarme, hermanos del Estrecho de Portas, porque, he visto antes el
cuchillo que llevan, ¿Lo puedo ver más de cerca?”Límber se lo alcanzó, era el
cuchillo grande y artesanal que pertenecía al viejo muerto en el refugio.
Yagras lo analizó con una sonrisa que no daba cabida a dudas, “Está vendado con
piel de carnófago, ¡Muy buena para mangos y empuñaduras!” y mostró su pequeña
hacha de mano, vendada con el mismo cuero en el mango, “…Lo que me hace suponer
que este cuchillo, no siempre ha sido suyo, ¿Verdad?” “Lo encontramos ayer,
pasado el medio día, varios pasos antes de llegar al barco quebrado. Estaba
ensartado en el suelo, como si hubiese sido puesto ahí y luego olvidado”
Admitió Límber con fingida, pero segura honestidad, Tanco lo miró por debajo de
su capucha: la niña no estaba y su compañero mentía descaradamente. Yagras
asintió con gravedad, “Entiendo, verán. Hace dos noches uno de mis hombres,
huyó llevándose algo muy valioso para mí, que me pertenece y que quiero
recuperar. Era un viejo de orejas puntiagudas, ojos pequeños y dos colmillos
que le salían de la mandíbula…” y Yagras lo ilustró con su propia mandíbula y
sus dedos ungulados, luego continuó “…¿No lo habrán visto, o sí?” Tanco negó
con la cabeza, sin levantar la vista. Límber lo confirmó, “Al menos nosotros,
no vimos a nadie en el Yermo, ni con esa descripción, ni con ninguna otra” Yagras,
respiró hondo, y su aliento salió de sus fosas nasales en forma de vapor,
“Comprendo” Les devolvió el cuchillo, “No quisiera privar a unos hermanos de
sus cosas…” Subió de vuelta a su carro y
estando allí, sacó una pequeña bolsa de su cinturón y se las lanzó, Tanco que
estaba más cerca la atrapó, “¿Qué es esto?” Preguntó. Parecía un pequeño saco
con alguna especie de polvo pesado, “Arena. Sólo un pequeño obsequio por su
ayuda, hermanos” respondió Yagras, circunspecto. Tanco se sintió defraudado,
era como que le regalaran piedras o un puñado de tierra, miró a su compañero,
éste tampoco parecía comprender el significado del regalo, aun así dio las
gracias, Yagras, comprendiendo esto, agregó con una muy leve sonrisa “Cuando
los carnófagos los ataquen, arrójenles un puñado de eso a los ojos, un
carnófago ciego, aunque sea sólo por unos segundos, es una presa fácil. No se
imaginan cuántos de los nuestros han salvado más que la vida gracias a un poco
de esa arena” Luego, anunció que iría a registrar el Yermo en busca de lo que
había perdido, se despidió, les deseó suerte y azotando sus carnófagos, se fue.
“¿Crees que sea a la niña humana lo que busca?” preguntó Tanco con inocencia,
casi ingenuidad, en cuanto Yagras y sus hombres se habían ido, Límber, lo miró
con toda la seriedad del mundo “Que si lo creo... ¡estoy completamente seguro!”
Y luego de pensarlo un momento, agregó “¿Y dónde se metió esa niña?” Unos
segundos después, la niña apareció corriendo desde un punto indeterminado,
tenía su bolso a la espalda y una sonrisa triunfante en el rostro. Se puso a
atizar el fuego sin borrar del todo la sonrisa de su rostro, como si no hubiera
nada en el mundo lo suficientemente grave como para arruinarle el día “Empiezo
a creer que en realidad se trata de una humana pura de verdad. Ahora, si no nos
expulsan de Portas por llevarla con nosotros, el líder de la tribu de Yacú nos
arrojará como alimento para sus carnófagos cuando descubra que le hemos mentido”
dijo Límber, acomodándose de vuelta su calzado, Tanco, levantó la vista de
pronto, “¿Qué hiciste con el viejo muerto?” Su compañero lo miró con un
fastidio mal disimulado, “¿Y qué iba a hacer?, lo arrojé a la barriga inundada
del barco”
“¿Qué
crees que les dé de comer?” preguntó Tanco, luego de que ya habían reanudado la
marcha, Límber caminaba en la punta, afilando con una piedra su nuevo cuchillo
con empuñadura de piel de carnófago “¿Qué… a quién?” “A sus carnófagos… ¿con
qué crees que los alimente?” respondió el otro que venía atrás, hurgándose los
dientes con una astilla de madera, Límber se encogió de hombros, “Sólo comen
carne… ¿qué más puede darles?” La niña caminaba al medio, y los comentarios
pasaban por encima de ella sin que pareciera interesada en coger ninguno. Tanco
insistió, “Ya lo sé, pero ¿Carne de qué… de quién?” Límber sabía de qué estaba
hablando su compañero, pero no quería aventurarse a hacer conjeturas
desagradables, “¡Mierda, Tanco, Yo qué sé! Les dará ratas, tendrá un enorme
corral lleno de ratas para todos…” Luego de eso, siguieron caminando en
silencio.
León Faras.
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