sábado, 27 de julio de 2019

Humanimales.


IV.

El camión cisterna era un buen refugio, tenía una entrada por abajo y otra por arriba, y el interior había sido acondicionado para habitarlo, de manera muy precaria, pero útil, con un lecho donde recostarse y varias repisas donde acumular cosas, pero no por Mica, sino por alguien mucho antes que ella. Como ese, había muchos otros lugares donde esconderse o donde resguardarse dentro del cementerio. Llegó un momento, en el que, no sin algo de desconfianza por parte de los muchachos, bajaron a tierra firme, un espacio aislado donde los carnófagos no podían entrar, allí tenía Mica su hogar, en la altura, en una meseta de chatarra, al borde de un pequeño acantilado de desperdicios metálicos: era una choza redonda con el techo como un cono, la ingeniería más simple, hecha íntegramente con partes de carrocería de los innumerables vehículos ahí apilados, ella sólo había hecho algunas reparaciones y modificaciones, pues la casa en sí, ya estaba construida de antes que ella llegara. Frente a ellos, un grueso muro de desperdicios, cuya única forma de atravesar, era a través de las puertas de un automóvil empotrado allí, y al otro lado de éste, bajo un gran conteiner suspendido en el aire, una escalera que les permitía la entrada por abajo a la choza de Mica. Un sitio acogedor, ordenado, con espacio, bien iluminado y con un lugar en el centro para el fuego, y lo principal, inaccesible para cualquier carnófago. Tanco se quedó profundamente interesado en un recipiente de metal del que sobresalía un trozo de tela que ardía y ardía sin llegar a consumirse nunca, lo que no parecía tener ningún sentido, “Es una lámpara…” explicó Mica, “…la dejo prendida toda la noche o hasta que se consume. No es la tela la que arde, sino el líquido que está dentro, hay mucho de eso por aquí y hasta donde yo sé, no sirve para nada más que para quemarlo” Casi nadie había oído hablar de un líquido que se pudiera quemar, y la verdad, es que la chica tampoco, alguien antes de ella se lo había enseñado, junto con muchas otras cosas útiles, quien a su vez, lo había aprendido de otro antes que él, que seguramente se le fue dicho por alguien más, antes, y así, hasta el constructor original de esa casa que no había sido ninguno de ellos. También había aprendido las técnicas para obtener alimento en un lugar así: mantener revisadas las trampas para ratas, observar los puntos de anidación de las aves para obtener huevos, cómo y dónde cazar a esas aves, y por supuesto la recolección de insectos, semillas, raíces e incluso algunos frutos que se podían encontrar en ciertas épocas del año. No eran tierras fértiles debido al agua, por lo que aquello no dejaba de ser una pequeña proeza, “¿Y qué hacen dos incursores como ustedes, paseándose por el Yermo con una niña humana pura?” Mica soltó su pregunta con toda naturalidad, mientras encendía el fuego central de su casa, que era a base sólo de leña. Límber no estaba tan seguro de aquello de “humana pura”, para él, como para la mayoría, los humanos puros estaban extintos desde hace ya bastante tiempo, “¡Claro que no!” respondió la chica, y luego agregó, “…al menos, no hace tanto tiempo. Mi abuelo los vio y lo sostuvo, aunque muchos no le creyeron, hasta el último día de su vida. Dijo que hablaban una lengua extraña, pero por lo que pudieron darse a entender, dijeron que venían de algún punto al otro lado del océano de arena…” La niña seguía deshollejando sus semillas y comiéndolas sentada en el suelo, sin el menor interés en lo que se hablaba. Tanco sonrió incrédulo mirando a Límber y luego a Mica, “Nada vivo puede cruzar el gran océano de arena. Eso es imposible” La chica se puso de pie para coger algunas de sus ratas despellejadas y secas a sol y sal, “¿Por qué estás tan seguro de eso?” preguntó, abriendo aún más los ojos. Tanco no podía creer que alguien preguntara algo así, “Porque en cien generaciones, nadie lo ha hecho” Mica lo miró inconforme, como si esa respuesta no fuera suficiente, “Bueno, tal vez lo imposible sólo sea aquello que nadie ha hecho todavía”

Mientras comían, Mica les explicó que ella venía del Zolga, sola con su abuelo, habían llegado a trabajar allí siendo ella muy jovencita; venían de la tribu de Mirra, a la que pertenecían. Estuvo muchos años allí en los que sólo se dedicó a trabajar, hasta que su abuelo murió y ella decidió que no seguía más. No le dieron nada para el camino, más que lo que llevaba puesto, pero tampoco nadie intentó retenerla, sin embargo, ella había hecho su pequeño equipaje durante varios meses, y había juntado y escondido algunas provisiones durante los últimos días, pero se olvidó del agua, el agua era tan abundante en el Zolga que jamás se imaginó que la necesitara en cualquier parte. Estuvo a punto de morir de sed en el Yermo, pero un hombre llamado Nurba la encontró y la llevó allí, al cementerio de chatarra, él le enseñó todo lo que debía saber para sobrevivir allí y luego de un par de años, simplemente desapareció. Por más que lo buscó, no encontró nada, ni un rastro, ni un resto, nada, como si nunca hubiese existido. Por su parte, los chicos le contaron cómo habían encontrado a la niña en un refugio junto a un muerto y que sin saber muy bien, cómo ni por qué, habían terminado cuidando de esa niña y llevándola a Portas. Mica miró a la niña muy preocupada y luego a los dos hombres, “¿Ustedes piensan llevar a esta niña a Portas?” El olor a rata asada ya inundaba la choza, Límber esbozó una sonrisa mirando a su compañero. Esta chica hacía preguntas muy raras, “¿Y a dónde la vamos a llevar si no?” preguntó, levantando las cejas. Mica no sabía a dónde podían llevarla, “La van a drenar, ¿Verdad? Eso no es muy distinto de cualquier carnófago…” Límber no entendía aquello, “¿Qué; a drenar?” miró a su compañero, luego a Mica y luego de nuevo a Tanco, éste no se veía sorprendido, “¿Por qué?” preguntó, sin dirigirse a ninguno en particular, o a los dos. Mica respondió, “Se dice que la sangre de humano puro, es lo único efectivo para tratar la Vesania Atávica, ¿No lo sabías?” “No…” respondió Tanco, mirando a su compañero y masticando un trozo de carne de rata, “…en su familia nunca ha habido dementes…” Límber había oído alguna vez acerca de aquello, pero como un rumor, un cuento muy, muy viejo, el que no debía de tomarse muy en serio, “Pero si no ha habido humanos en generaciones, ¿Cómo pueden estar seguros de eso?”, “Nadie lo está…” respondió Mica con calma, “…pero aún así, es una creencia irrefutable y muchos estarán dispuestos a lo que sea, si saben que pueden conseguir un poco. Unos a pagar y otros a matar” “La ocultaremos en mi casa” propuso Tanco, muy serio, como una decisión ya tomada hace tiempo, Límber no estaba convencido, sonreía incrédulo “Ocultarla en tu casa, ¿Cuánto tiempo piensas mantenerla oculta?” “Cuánto sea necesario” respondió su compañero, cada vez con más gravedad. Límber borró la sonrisa de su rostro, “¿Necesario para qué?” No obtuvo respuesta, pero tampoco la necesitaba. “Si la llevan allá, la destrozarán y a ustedes también, si intentan evitarlo” Dijo Mica, cruzándose de piernas en el suelo, junto a la niña. Las ratas estaban listas, pero hace rato nadie las comía, “Dije que la ocultaremos…” repitió Tanco, mirándola amenazante. Tal vez sólo por costumbre, pero tenía su escopeta en la mano apoyada en el suelo, como un bastón “Debemos pensar en otra cosa…” reflexionó Límber, “…es imposible que la hagamos pasar desapercibida” “¡Entonces por qué no se la entregaste a Yagras, si ahora resulta que no la quieres llevar con nosotros!” El tono de Tanco era ahora insolente, “¿Yagras, Yagras de Yacú? ¿Qué tiene que ver Yagras de Yacú en todo esto?” preguntó Mica, preocupada. Límber quiso saber si le conocía y la chica respondió de inmediato “¡Claro que sí! De dónde creen que Yagras obtiene los carnófagos para su maravilloso carro…” Ambos hombres se miraron, Mica continuó, sin orgullo en su voz, más bien como justificándose, “…sí, de tanto en tanto viene y se lleva un par de mis muchachos, dice que están más domesticados que los de campo abierto, yo los veo a todos iguales” Límber estaba de acuerdo con eso último. Éste le habló sobre su encuentro con el líder de la tribu de Yacú y aquello que decía estar buscando, Mica detuvo su narración con la palma de su mano para poder aclarar una idea en su mente, “espera… dijeron que la niña la habían encontrado junto a un muerto, ¿Cómo era ese muerto?” Los muchachos se lo describieron tal y como lo recordaban, Mica se quedó un rato mirando el fuego. No se le hacía nada familiar. Le contaron que habían arrojado el cuerpo a la barriga profunda del barco quebrado, de donde era muy difícil de sacar, pues se trataba sólo de un pequeño agujero cuadrado en medio de una enorme cavidad de vacío que no ofrecía ninguna forma de subir o de bajar y con el fondo inundado de aguas oscuras y podridas. Finalmente, Límber le mostró las cosas que el difunto portaba: el revólver, no le pareció conocido de nada, un cuchillo artesanal de los Yacú, sólo ellos podían usar piel de carnófago en sus empuñaduras, y el otro más pequeño y elaborado, que sí llamó su atención, lo conocía, lo había visto muchas veces antes, pertenecía a Nurba, aunque no había forma de saber cómo había llegado a las manos de ese hombre muerto de Yacú, suponiendo que era de Yacú, mientras que la única que podía saber algo al respecto, la niña, no había soltado una sola palabra desde que la habían encontrado ni tampoco parecía entender nada de lo que se hablaba, ajena a todo, no desaprovechaba ninguna oportunidad para reponer fuerzas, esta vez, con el agua y la comida de Mica, disfrutando de una buena rata asada.



León Faras.

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